Entre
los sistemas pol�ticos en que m�s fuertemente encontramos el culto al l�der se
hallan los encabezados por Joseph Stalin, Benito Mussolini, Adolf Hitler y Mao
Tse-tung, entre los principales. El soci�logo alem�n Max Weber subray� tres
tipos diferentes de autoridad: tradicional, racional-legal y carism�tica.
Mientras la tipolog�a de Weber ofrece un punto de inicio �til para discutir los
cultos a l�deres, es tambi�n en cierta forma enga�osa o incompleta.
Los reg�menes nazi,
comunista y fascista del siglo veinte buscaban legitimarse a trav�s de una
combinaci�n de recursos de tradici�n, derecho legal y carisma. Lo que les hizo
�nicos fue la forma en que buscaron construir legitimidad, invirtiendo en ideas,
eventos, instituciones, oficinas particulares y personalidades con carisma.
Parte de esta estrategia evolucion� en la promoci�n de cultos dirigidos a crear
un lazo entre el l�der y el seguidor.
El r�gimen
comunista bajo Stalin, por ejemplo, fue altamente autoritario y desarroll� un
culto extraordinario de veneraci�n alrededor de la figura del l�der.
En el Vig�simo Congreso del Partido Comunista en febrero de 1956, el entonces
Primer Secretario del Partido Comunista Nikita Khrushchev atac� el ya finalizado
sistema "desp�tico" de gobierno de Stalin, tras su muerte. En esa ocasi�n
utiliz� el t�rmino kult'lichnosti, traducido como "culto al individuo" o "culto
a la personalidad", para explicar los cambios en el sistema de liderazgo
sovi�tico despu�s de 1934: la consolidaci�n de la dictadura personal de Stalin,
los consiguientes abusos criminales de poder, y la extraordinaria adulaci�n a
Stalin, que lo convirtieron ante las masas en un ser omnisciente e infalible.
El t�rmino de
Khrushchev, "culto del individuo", puso acento en la psicolog�a de Stalin como
un factor explicativo de lo ocurrido, aunque Khrushchev tambi�n relat� el
surgimiento del gobierno desp�tico de Stalin respecto a los cambios espec�ficos
en la estructura de poder de la URSS a inicios de la d�cada de 1930. En sus
memorias incluso reconoci� que las decisiones pol�ticas tras 1928, tales como la
colectivizaci�n forzada, pueden haber contribuido a este desarrollo.
Un culto al l�der
es un sistema establecido de veneraci�n de un l�der pol�tico al cual se espera
que suscriban todos los miembros de la sociedad. Se trata de un sistema
omnipresente y ubicuo y que se espera que persista indefinidamente. Es un
mecanismo deliberadamente construido y controlado, que busca la integraci�n del
sistema pol�tico alrededor de la persona del l�der.
El aumento de los
cultos del l�der modernos est� muy relacionado a las aspiraciones y m�todos de
los reg�menes revolucionarios del siglo veinte. Gerhard Ritter mucho tiempo
atr�s not� el aspecto da�ino de sus pol�ticas: la dependencia de la violencia,
la fuerza y la decepci�n.
Para los Bolcheviques, por ejemplo, con su noci�n de lucha de clases y guerra de
clases, la pol�tica era similar a la guerra. Los grandes cultos al l�der de esta
era han estado asociados con l�deres que eran representados casi como semidioses
o superhombres. Y esta imagen conviv�a con la realidad de que los reg�menes que
presid�an presenciaron convulsiones dom�sticas sin presentes, cayendo en las
mayores guerras del siglo veinte y grandes devastaciones internas.
Los l�deres y el
aparato estatal que los rodeaban ten�an algunas estrategias b�sicas de
legitimaci�n:
a) apego afectivo o
simb�lico, basado en la identificaci�n popular con el r�gimen, su ideolog�a,
instituciones, l�deres y eventos en su historia;
b) apoyo ideol�gico
y program�tico, basado en la percepci�n del realismo y conveniencia de las metas
ideol�gicas del r�gimen y la forma en que esas metas se modificaban en el tiempo
de acuerdo a las circunstancias cambiantes, y
c) logro de
rendimiento, basado en la percepci�n p�blica de la capacidad del estado de
satisfacer las necesidades b�sicas de la sociedad y sus miembros individuales,
tomando en cuenta las limitaciones dom�sticas e internacionales.
Los estados, con
frecuencia acosados por dificultades econ�micas y conflictos sociales,
invariablemente responden buscando el fortalecimiento de la legitimaci�n
simb�lica. Donde hay bajo consenso en las metas ideol�gicas y program�ticas, el
r�gimen busca reforzar el apego simb�lico; se apela a la lealtad de sus
ciudadanos, lealtad al estado, al partido y al l�der. Es com�n particularmente
en reg�menes ideol�gicos y movilizadores. Esta situaci�n tambi�n es com�n en
situaci�n de guerra. Las fuertes privaciones pueden dar mucha fuerza al apego
simb�lico, donde el sacrificio compartido es visto como ofrecimiento a un bien
futuro.
Estas bases de
legitimaci�n son fr�giles por s� mismas, y dependen del poder estatal para
asegurar alguna medida de aceptaci�n. En el caso sovi�tico esos factores estaban
relacionados a la emergencia de la propaganda estatal.
Hasta qu� punto los reg�menes pueden forzar el asentimiento popular, y cu�nto
sobreviven mediante el miedo, la deferencia, apat�a o resignaci�n, es variable y
complejo. Lo cierto es que mientras funciona, la obediencia es asegurada por el
temor y las percepciones de fuerza y durabilidad del r�gimen.
Como si de un culto
religioso se tratase, las figuras l�deres del siglo veinte ten�an atribuidos
poderes cuasi milagrosos. El l�der mismo era un don de la providencia, con
poderes aparentemente maravillosos, como salvador de su naci�n con el poder de
"sanar" la tierra. No ofrec�a salvaci�n en la otra vida, pero a cambio se
consideraba que estaba ocupado con la vida de los mortales aqu� y ahora en la
tierra.
Como la monarqu�a,
el culto al l�der del siglo veinte buscaba reforzar el carisma del cargo y de su
ocupante, y ganar autoridad a trav�s de la asociaci�n con otras figuras
poderosas y respetadas, incluyendo dignatarios extranjeros. Todos los cultos al
l�der hacen una presunci�n, que nunca necesita justificarse, para ordenar el
apoyo y afecto de sus s�bditos. Como los reg�menes mon�rquicos, el culto al
l�der demanda un protocolo cuidadosamente desarrollado para preservar la m�stica
de la figura venerada. Tambi�n como los monarcas, los l�deres dispensan honores
y premios estatales por servicios prestados, vinculando al s�bdito con el l�der
y el estado.
Podemos datar el
surgimiento de los sistemas dictatoriales modernos y sus cultos al l�der en la
Revoluci�n Francesa y el per�odo napole�nico. En la Revoluci�n Francesa se
promovi� la noci�n pseudo-religiosa de virtudes c�vicas, raz�n, patriotismo y
soluciones revolucionarias. Tales �religiones c�vicas� no pueden tolerar la
coexistencia de otras religiones o movimientos en competencia y oposici�n. No
comparten el poder con nadie ni admiten r�plicas.
El r�gimen
comunista sovi�tico despleg� una fuerte proclividad hacia las pr�cticas del
culto, en las cuales el papel del l�der asum�a una posici�n central. A la muerte
de Lenin en 1924, se cre� un comit� para supervisar la "inmortalizaci�n" de su
memoria. Se estableci� un instituto para estudiar su cerebro, se erigi� un
mausoleo para albergar sus restos y sus reliquias fueron preservadas en museos
que parec�an iglesias en cierta forma. El slogan sovi�tico "Lenin vivi�, Lenin
vive, Lenin vivir�" encarnaba esta aspiraci�n hacia la inmortalizaci�n de la
memoria del l�der muerto. Su viuda, Nadezhda Krupskaya, y otras grandes figuras
pol�ticas se opusieron a la transformaci�n de Lenin en un �cono, pero sus
objeciones fueron descartadas.
El mausoleo de
Lenin combinaba elementos de la pr�ctica rusa de veneraci�n de zares y santos.
Fue dise�ado como un imponente santuario inspirador y lugar de peregrinaje,
situado en medio de la capital del pa�s. El cad�ver embalsamado simbolizaba la
no-putrefacci�n del cuerpo, el signo de santidad. Se convert�a as� en sujeto de
veneraci�n. El mausoleo de Lenin invoca tambi�n la imagen de las pir�mides
egipcias, y al igual que �stas pretend�a sobrevivir a los siglos.
Esta es una de las manifestaciones m�s extraordinarias de los cultos al l�der
del siglo veinte. En Alemania nazi, Hitler y su arquitecto, Hermann Giesler,
tambi�n ten�an sus planes para un mausoleo en Linz.
El erudito italiano
Zincone compar� los reg�menes totalitarios con las "religiones seculares" y sus
partidos, dijo, eran similares a "sectas militantes, confesionales".
Ten�an sus propios santuarios, festivales y peregrinajes. Ten�an sus propios
profetas, ap�stoles, sacerdotes y disc�pulos. Ten�an sus propias escrituras
sagradas. Pose�an su pante�n de h�roes revolucionarios. Sus grandes festivales y
desfiles reemplazaron los servicios y procesiones religiosos. El sistema de
adoctrinamiento estaba basado en catecismos y homil�as. Las esquinas rojas o de
Lenin reemplazaban el lugar del �cono en la casa familiar.
La manifestaci�n de
esos cultos aparece casi trans-nacional y trans-hist�rica, con la veneraci�n del
l�der como un ser omnisciente, todopoderoso, como un genio benigno y universal.
El culto se esfuerza por conferir cierto significado trascendente en el momento
presente de la historia, al cual el pasado y el futuro deben dirigirse. Los
cultos al l�der intentan crear un punto de referencia de todo el sistema de
creencia, centrado en un hombre que viene a ser la encarnaci�n pura de la
doctrina. El sistema de esta creencia aspira a la universalidad; y las
excepciones a esa regla son inherentemente subversivas a la autoridad del culto,
por lo que deben ser eliminadas.
Los cultos al l�der
son vistos como inherentes en reg�menes que aspiran hacia el control
"totalitario". Esta clase de reg�menes del siglo veinte, con sus poderosos
cultos a la personalidad del l�der, sus organizaciones y doctrinas elitistas,
ten�an como objetivo declarado la integraci�n de las masas en el proceso
pol�tico como una comunidad de creyentes.
Es importante,
antes de continuar, hacer una distinci�n entre el culto al l�der y la
glorificaci�n de l�deres pol�ticos en sistemas pol�ticos m�s abiertos. En donde
la "esfera p�blica" existe y conserva su autonom�a, la funci�n de estructuras es
abierta y competitiva, el crecimiento de tales cultos es limitado. S�lo en el
cierre de la esfera p�blica se puede incubar el culto al l�der desarroll�ndolo
por completo.
Los cultos al l�der florecen en sistemas pol�ticos cerrados (tanto
dom�sticamente como en sus relaciones con el mundo exterior), en reg�menes que
fomentan una mentalidad de asedio. Albania, Corea del Norte, Guinea Ecuatorial,
China, la URSS, Cuba y el T�bet son buenos ejemplos, donde no exist�a la
posibilidad de salir del pa�s o siquiera recibir noticias del extranjero, que
cerr� sus fronteras f�sicas e informativas, impidiendo la libertad de movimiento
y pensamiento independiente de sus habitantes.
En comparaci�n con
la visi�n instrumental de la pol�tica en los reg�menes democr�ticos m�s
estables, en los reg�menes revolucionarios la pol�tica es proyectada como
materia de vocaci�n, un llamado de vida, y una causa para luchar y por la cual
morir. En esas sociedades la pol�tica permanece como materia de profunda
creencia y convicci�n, no exenta de sus propios dogmas inviolables.
El culto s�lo puede
desarrollarse verdaderamente donde hay funcionarios a cargo de controlar su
intermediaci�n con las masas: editores, periodistas, radiodifusores, censores,
educadores y formadores de opini�n. El culto alrededor de Stalin, por ejemplo,
fue promovido conscientemente para fomentar amor y devoci�n tanto al l�der como
a la patria.
Para eso, el mismo lenguaje jugaba un papel fundamental, no s�lo como
instrumento de comunicaci�n sino tambi�n como c�digo, como medio para definir
temas y clasificar grupos e individuos.
El culto p�stumo de
Lenin fue usado para legitimar a su sucesor. El culto a Stalin fue construido en
principio en la base de su cercana asociaci�n con Lenin.
Para 1925 la gran ciudad de Tsaritsyn fue renombrada como Stalingrado, en honor
a las haza�as de Stalin en la guerra civil. Los diputados de Stalin trabajaron
activamente para promover su culto como un s�mbolo de la unidad sovi�tica.
El culto a Stalin se convirti� en base central para la legitimaci�n del r�gimen
sovi�tico. Estaba basado en la noci�n del Marxismo-Leninismo y la �encarnaci�n
de la verdad�, con el l�der como alguien pose�do por poderes casi sobrehumanos -
intuici�n extraordinaria, previsi�n, excepcionales poderes para formular
soluciones a los problemas y una habilidad poco com�n para inspirar y movilizar
a quienes le rodeaban para alcanzar sus fines.
La propaganda y
todo el sistema de presi�n sobre la gente para llevarla a pensar, obedecer y
sentir a medida del r�gimen hac�an o�dos sordos al hecho real de que la era
estalinista fue un per�odo de prolongada adversidad econ�mica, de temor
constante a la fuerte represi�n y del impedimento de ejercer las m�nimas
libertades humanas para la gran mayor parte del pueblo sovi�tico.
Stalin contaba
entre sus atribuciones �divinas� incluso con el poder sobre la vida y la muerte
de sus propios colegas. Krushchev lo caracteriz� en los �ltimos 15 a�os de su
vida como un "d�spota". Pero el gobierno de Stalin era un "despotismo
ideocr�tico".
El l�der desarroll� a su alrededor su propia corte. Este culto tambi�n gener�
cultos menores alrededor de virtualmente todos los miembros del Politbur�. Este
patr�n luego se extend�a a los jefes del partido en las ciudades principales y
en las rep�blicas. Incluso los directores de empresas mayores ten�an sus propios
cultos, y sus retratos eran llevados triunfalmente por los obreros en fiestas
p�blicas.
Los cultos a los
l�deres subordinados a aquellos en el c�rculo interno de gobierno fueron
similares. Pueblos, f�bricas, granjas colectivas, escuelas, calles y otros
lugares fueron nombrados en su honor. Sus escritos y discursos eran publicados.
Sus biograf�as constitu�an un g�nero literario diferente, con una idealizaci�n
de sus vidas revolucionarias de servicio y la celebraci�n de sus cualidades como
dotados administradores, ejecutivos y solucionadores de problemas. Sus
cumplea�os eran celebrados y a sus muertes sus viviendas pod�an ser convertidas
en museos.
En la Uni�n
Sovi�tica de Lenin y Stalin se intentaba crear una imagen heroica de la pol�tica
comunista, y as� los h�roes del partido-estado eran manufacturados a escala
masiva. Hab�a h�roes del movimiento revolucionario de la Guerra Civil, los
"veinticinco mil" que fueron enviados a asistir en la colectivizaci�n de la
agricultura, h�roes komsomols y pioneros, madres hero�nas, h�roes obreros, los
chekistas y soldados del Ej�rcito Rojo que eran guardianes de las revoluciones y
otros h�roes de la Gran Guerra Patri�tica.
El culto pretend�a
ser el cemento que cubriera las acalladas divisiones, para reforzar el sentido
de prop�sito y unidad. Una unidad que se relacionaba con la "verdad" de la
doctrina Marxista-Leninista y la adhesi�n a esta "verdad" era central al sentido
del partido. El poder para interpretar la ideolog�a era un poder absoluto que
defin�a los par�metros de debate pol�tico. Por otra parte la veneraci�n del
l�der, el int�rprete de la doctrina, sin duda ten�a tambi�n su ant�tesis. Los
opositores acusados de Trotskismo, Zinovievismo y Bukharinismo, entre otros,
fueron anatematizados como ap�statas, her�ticos y cism�ticos.
El culto al l�der
era un aspecto del culto general y pr�ctica que infund�an vida al Partido
Comunista. Estaba el culto a los padres fundadores (Marx, Engels y Lenin), el
culto de la Revoluci�n, el culto del proletariado y el culto del partido, el
culto al estado mismo - la URSS - cada uno de los cuales fomentaba sus propios
mitos.
El culto al partido
era especialmente poderoso, requiriendo total obediencia y obligando a sus
miembros a reconstruirse y reeducarse a s� mismos para hacerse miembros dignos.
No s�lo el partido sino tambi�n otras instituciones clave, como el Ej�rcito
Rojo, la Cheka, el Komsomol y los Pioneros. Cada uno era foco de lealtades de
circunscripciones particulares.
Los rituales
sociales y celebraciones masivas de la Revoluci�n estaban en la vida cotidiana
de todo ciudadano sovi�tico; el calendario estaba organizado alrededor de la
conmemoraci�n de fechas de gran significado revolucionario. Se convirti� en un
aspecto importante de la cultura pol�tica de la vida cotidiana, fusionando
actitudes tradicionales a la autoridad al nuevo simbolismo del poder.
El culto al l�der era parte de la estrategia con que los reg�menes comunistas
inventaron sus propias tradiciones.
El culto era
proyectado a trav�s de la radio, pel�culas, m�sica, la prensa y posters. La
proyecci�n del culto fue parte de una amplia administraci�n de propaganda y
producci�n cultural. Era modulada para distintas audiencias, tomando en cuenta
las edades y las diferencias regionales, nacionales y �tnicas.
Esta compulsi�n
forzada al culto que hemos ejemplificado principalmente con el r�gimen comunista
tambi�n sucedi� - como ya hemos dicho - en otros sistemas totalitarios, que en
algunos casos ten�an culto a la personalidad y en otros difer�an en forma aunque
no en fondo. En la Revoluci�n Francesa era el culto a la revoluci�n, la naci�n y
el ciudadano. Con el r�gimen Nazi, en cambio, era el culto de la raza, el Volk y
el Reich. El l�der, en ese caso y al igual que para fascistas y comunistas,
ten�a que simbolizar algo mayor que s� mismo. El precio a pagar era - y es a�n
hoy - la propia voluntad, obediencia y vida.