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GENERAL | por Alerta 360 Internacional

 

Culto a la personalidad
�ltima modificaci�n: 11 de febrero de 2010 | Descargar en formato PDF

 

Entre los sistemas pol�ticos en que m�s fuertemente encontramos el culto al l�der se hallan los encabezados por Joseph Stalin, Benito Mussolini, Adolf Hitler y Mao Tse-tung, entre los principales. El soci�logo alem�n Max Weber subray� tres tipos diferentes de autoridad: tradicional, racional-legal y carism�tica. Mientras la tipolog�a de Weber ofrece un punto de inicio �til para discutir los cultos a l�deres, es tambi�n en cierta forma enga�osa o incompleta[1].

 

Los reg�menes nazi, comunista y fascista del siglo veinte buscaban legitimarse a trav�s de una combinaci�n de recursos de tradici�n, derecho legal y carisma. Lo que les hizo �nicos fue la forma en que buscaron construir legitimidad, invirtiendo en ideas, eventos, instituciones, oficinas particulares y personalidades con carisma. Parte de esta estrategia evolucion� en la promoci�n de cultos dirigidos a crear un lazo entre el l�der y el seguidor.

 

El r�gimen comunista bajo Stalin, por ejemplo, fue altamente autoritario y desarroll� un culto extraordinario de veneraci�n alrededor de la figura del l�der[2]. En el Vig�simo Congreso del Partido Comunista en febrero de 1956, el entonces Primer Secretario del Partido Comunista Nikita Khrushchev atac� el ya finalizado sistema "desp�tico" de gobierno de Stalin, tras su muerte. En esa ocasi�n utiliz� el t�rmino kult'lichnosti, traducido como "culto al individuo" o "culto a la personalidad", para explicar los cambios en el sistema de liderazgo sovi�tico despu�s de 1934: la consolidaci�n de la dictadura personal de Stalin, los consiguientes abusos criminales de poder, y la extraordinaria adulaci�n a Stalin, que lo convirtieron ante las masas en un ser omnisciente e infalible[3].

 

El t�rmino de Khrushchev, "culto del individuo", puso acento en la psicolog�a de Stalin como un factor explicativo de lo ocurrido, aunque Khrushchev tambi�n relat� el surgimiento del gobierno desp�tico de Stalin respecto a los cambios espec�ficos en la estructura de poder de la URSS a inicios de la d�cada de 1930. En sus memorias incluso reconoci� que las decisiones pol�ticas tras 1928, tales como la colectivizaci�n forzada, pueden haber contribuido a este desarrollo.

 

Un culto al l�der es un sistema establecido de veneraci�n de un l�der pol�tico al cual se espera que suscriban todos los miembros de la sociedad. Se trata de un sistema omnipresente y ubicuo y que se espera que persista indefinidamente. Es un mecanismo deliberadamente construido y controlado, que busca la integraci�n del sistema pol�tico alrededor de la persona del l�der.

 

El aumento de los cultos del l�der modernos est� muy relacionado a las aspiraciones y m�todos de los reg�menes revolucionarios del siglo veinte. Gerhard Ritter mucho tiempo atr�s not� el aspecto da�ino de sus pol�ticas: la dependencia de la violencia, la fuerza y la decepci�n[4]. Para los Bolcheviques, por ejemplo, con su noci�n de lucha de clases y guerra de clases, la pol�tica era similar a la guerra. Los grandes cultos al l�der de esta era han estado asociados con l�deres que eran representados casi como semidioses o superhombres. Y esta imagen conviv�a con la realidad de que los reg�menes que presid�an presenciaron convulsiones dom�sticas sin presentes, cayendo en las mayores guerras del siglo veinte y grandes devastaciones internas.

 

Los l�deres y el aparato estatal que los rodeaban ten�an algunas estrategias b�sicas de legitimaci�n:

 

a) apego afectivo o simb�lico, basado en la identificaci�n popular con el r�gimen, su ideolog�a, instituciones, l�deres y eventos en su historia;

b) apoyo ideol�gico y program�tico, basado en la percepci�n del realismo y conveniencia de las metas ideol�gicas del r�gimen y la forma en que esas metas se modificaban en el tiempo de acuerdo a las circunstancias cambiantes, y

c) logro de rendimiento, basado en la percepci�n p�blica de la capacidad del estado de satisfacer las necesidades b�sicas de la sociedad y sus miembros individuales, tomando en cuenta las limitaciones dom�sticas e internacionales.

 

Los estados, con frecuencia acosados por dificultades econ�micas y conflictos sociales, invariablemente responden buscando el fortalecimiento de la legitimaci�n simb�lica. Donde hay bajo consenso en las metas ideol�gicas y program�ticas, el r�gimen busca reforzar el apego simb�lico; se apela a la lealtad de sus ciudadanos, lealtad al estado, al partido y al l�der. Es com�n particularmente en reg�menes ideol�gicos y movilizadores. Esta situaci�n tambi�n es com�n en situaci�n de guerra. Las fuertes privaciones pueden dar mucha fuerza al apego simb�lico, donde el sacrificio compartido es visto como ofrecimiento a un bien futuro.

 

Estas bases de legitimaci�n son fr�giles por s� mismas, y dependen del poder estatal para asegurar alguna medida de aceptaci�n. En el caso sovi�tico esos factores estaban relacionados a la emergencia de la propaganda estatal[5]. Hasta qu� punto los reg�menes pueden forzar el asentimiento popular, y cu�nto sobreviven mediante el miedo, la deferencia, apat�a o resignaci�n, es variable y complejo. Lo cierto es que mientras funciona, la obediencia es asegurada por el temor y las percepciones de fuerza y durabilidad del r�gimen.

 

Como si de un culto religioso se tratase, las figuras l�deres del siglo veinte ten�an atribuidos poderes cuasi milagrosos. El l�der mismo era un don de la providencia, con poderes aparentemente maravillosos, como salvador de su naci�n con el poder de "sanar" la tierra. No ofrec�a salvaci�n en la otra vida, pero a cambio se consideraba que estaba ocupado con la vida de los mortales aqu� y ahora en la tierra.

 

Como la monarqu�a, el culto al l�der del siglo veinte buscaba reforzar el carisma del cargo y de su ocupante, y ganar autoridad a trav�s de la asociaci�n con otras figuras poderosas y respetadas, incluyendo dignatarios extranjeros. Todos los cultos al l�der hacen una presunci�n, que nunca necesita justificarse, para ordenar el apoyo y afecto de sus s�bditos. Como los reg�menes mon�rquicos, el culto al l�der demanda un protocolo cuidadosamente desarrollado para preservar la m�stica de la figura venerada. Tambi�n como los monarcas, los l�deres dispensan honores y premios estatales por servicios prestados, vinculando al s�bdito con el l�der y el estado.

 

Podemos datar el surgimiento de los sistemas dictatoriales modernos y sus cultos al l�der en la Revoluci�n Francesa y el per�odo napole�nico. En la Revoluci�n Francesa se promovi� la noci�n pseudo-religiosa de virtudes c�vicas, raz�n, patriotismo y soluciones revolucionarias. Tales �religiones c�vicas� no pueden tolerar la coexistencia de otras religiones o movimientos en competencia y oposici�n. No comparten el poder con nadie ni admiten r�plicas.

 

El r�gimen comunista sovi�tico despleg� una fuerte proclividad hacia las pr�cticas del culto, en las cuales el papel del l�der asum�a una posici�n central. A la muerte de Lenin en 1924, se cre� un comit� para supervisar la "inmortalizaci�n" de su memoria. Se estableci� un instituto para estudiar su cerebro, se erigi� un mausoleo para albergar sus restos y sus reliquias fueron preservadas en museos que parec�an iglesias en cierta forma. El slogan sovi�tico "Lenin vivi�, Lenin vive, Lenin vivir�" encarnaba esta aspiraci�n hacia la inmortalizaci�n de la memoria del l�der muerto. Su viuda, Nadezhda Krupskaya, y otras grandes figuras pol�ticas se opusieron a la transformaci�n de Lenin en un �cono, pero sus objeciones fueron descartadas.

 

El mausoleo de Lenin combinaba elementos de la pr�ctica rusa de veneraci�n de zares y santos. Fue dise�ado como un imponente santuario inspirador y lugar de peregrinaje, situado en medio de la capital del pa�s. El cad�ver embalsamado simbolizaba la no-putrefacci�n del cuerpo, el signo de santidad. Se convert�a as� en sujeto de veneraci�n. El mausoleo de Lenin invoca tambi�n la imagen de las pir�mides egipcias, y al igual que �stas pretend�a sobrevivir a los siglos[6]. Esta es una de las manifestaciones m�s extraordinarias de los cultos al l�der del siglo veinte. En Alemania nazi, Hitler y su arquitecto, Hermann Giesler, tambi�n ten�an sus planes para un mausoleo en Linz.

 

El erudito italiano Zincone compar� los reg�menes totalitarios con las "religiones seculares" y sus partidos, dijo, eran similares a "sectas militantes, confesionales"[7]. Ten�an sus propios santuarios, festivales y peregrinajes. Ten�an sus propios profetas, ap�stoles, sacerdotes y disc�pulos. Ten�an sus propias escrituras sagradas. Pose�an su pante�n de h�roes revolucionarios. Sus grandes festivales y desfiles reemplazaron los servicios y procesiones religiosos. El sistema de adoctrinamiento estaba basado en catecismos y homil�as. Las esquinas rojas o de Lenin reemplazaban el lugar del �cono en la casa familiar.

 

La manifestaci�n de esos cultos aparece casi trans-nacional y trans-hist�rica, con la veneraci�n del l�der como un ser omnisciente, todopoderoso, como un genio benigno y universal. El culto se esfuerza por conferir cierto significado trascendente en el momento presente de la historia, al cual el pasado y el futuro deben dirigirse. Los cultos al l�der intentan crear un punto de referencia de todo el sistema de creencia, centrado en un hombre que viene a ser la encarnaci�n pura de la doctrina. El sistema de esta creencia aspira a la universalidad; y las excepciones a esa regla son inherentemente subversivas a la autoridad del culto, por lo que deben ser eliminadas.

 

Los cultos al l�der son vistos como inherentes en reg�menes que aspiran hacia el control "totalitario". Esta clase de reg�menes del siglo veinte, con sus poderosos cultos a la personalidad del l�der, sus organizaciones y doctrinas elitistas, ten�an como objetivo declarado la integraci�n de las masas en el proceso pol�tico como una comunidad de creyentes.

 

Es importante, antes de continuar, hacer una distinci�n entre el culto al l�der y la glorificaci�n de l�deres pol�ticos en sistemas pol�ticos m�s abiertos. En donde la "esfera p�blica" existe y conserva su autonom�a, la funci�n de estructuras es abierta y competitiva, el crecimiento de tales cultos es limitado. S�lo en el cierre de la esfera p�blica se puede incubar el culto al l�der desarroll�ndolo por completo[8]. Los cultos al l�der florecen en sistemas pol�ticos cerrados (tanto dom�sticamente como en sus relaciones con el mundo exterior), en reg�menes que fomentan una mentalidad de asedio. Albania, Corea del Norte, Guinea Ecuatorial, China, la URSS, Cuba y el T�bet son buenos ejemplos, donde no exist�a la posibilidad de salir del pa�s o siquiera recibir noticias del extranjero, que cerr� sus fronteras f�sicas e informativas, impidiendo la libertad de movimiento y pensamiento independiente de sus habitantes.  

 

En comparaci�n con la visi�n instrumental de la pol�tica en los reg�menes democr�ticos m�s estables, en los reg�menes revolucionarios la pol�tica es proyectada como materia de vocaci�n, un llamado de vida, y una causa para luchar y por la cual morir. En esas sociedades la pol�tica permanece como materia de profunda creencia y convicci�n, no exenta de sus propios dogmas inviolables.

 

El culto s�lo puede desarrollarse verdaderamente donde hay funcionarios a cargo de controlar su intermediaci�n con las masas: editores, periodistas, radiodifusores, censores, educadores y formadores de opini�n. El culto alrededor de Stalin, por ejemplo, fue promovido conscientemente para fomentar amor y devoci�n tanto al l�der como a la patria[9]. Para eso, el mismo lenguaje jugaba un papel fundamental, no s�lo como instrumento de comunicaci�n sino tambi�n como c�digo, como medio para definir temas y clasificar grupos e individuos.

 

El culto p�stumo de Lenin fue usado para legitimar a su sucesor. El culto a Stalin fue construido en principio en la base de su cercana asociaci�n con Lenin[10]. Para 1925 la gran ciudad de Tsaritsyn fue renombrada como Stalingrado, en honor a las haza�as de Stalin en la guerra civil. Los diputados de Stalin trabajaron activamente para promover su culto como un s�mbolo de la unidad sovi�tica[11]. El culto a Stalin se convirti� en base central para la legitimaci�n del r�gimen sovi�tico. Estaba basado en la noci�n del Marxismo-Leninismo y la �encarnaci�n de la verdad�, con el l�der como alguien pose�do por poderes casi sobrehumanos - intuici�n extraordinaria, previsi�n, excepcionales poderes para formular soluciones a los problemas y una habilidad poco com�n para inspirar y movilizar a quienes le rodeaban para alcanzar sus fines.

 

La propaganda y todo el sistema de presi�n sobre la gente para llevarla a pensar, obedecer y sentir a medida del r�gimen hac�an o�dos sordos al hecho real de que la era estalinista fue un per�odo de prolongada adversidad econ�mica, de temor constante a la fuerte represi�n y del impedimento de ejercer las m�nimas libertades humanas para la gran mayor parte del pueblo sovi�tico.

 

Stalin contaba entre sus atribuciones �divinas� incluso con el poder sobre la vida y la muerte de sus propios colegas. Krushchev lo caracteriz� en los �ltimos 15 a�os de su vida como un "d�spota". Pero el gobierno de Stalin era un "despotismo ideocr�tico"[12]. El l�der desarroll� a su alrededor su propia corte. Este culto tambi�n gener� cultos menores alrededor de virtualmente todos los miembros del Politbur�. Este patr�n luego se extend�a a los jefes del partido en las ciudades principales y en las rep�blicas. Incluso los directores de empresas mayores ten�an sus propios cultos, y sus retratos eran llevados triunfalmente por los obreros en fiestas p�blicas.

 

Los cultos a los l�deres subordinados a aquellos en el c�rculo interno de gobierno fueron similares. Pueblos, f�bricas, granjas colectivas, escuelas, calles y otros lugares fueron nombrados en su honor. Sus escritos y discursos eran publicados. Sus biograf�as constitu�an un g�nero literario diferente, con una idealizaci�n de sus vidas revolucionarias de servicio y la celebraci�n de sus cualidades como dotados administradores, ejecutivos y solucionadores de problemas. Sus cumplea�os eran celebrados y a sus muertes sus viviendas pod�an ser convertidas en museos.

 

En la Uni�n Sovi�tica de Lenin y Stalin se intentaba crear una imagen heroica de la pol�tica comunista, y as� los h�roes del partido-estado eran manufacturados a escala masiva. Hab�a h�roes del movimiento revolucionario de la Guerra Civil, los "veinticinco mil" que fueron enviados a asistir en la colectivizaci�n de la agricultura, h�roes komsomols y pioneros, madres hero�nas, h�roes obreros, los chekistas y soldados del Ej�rcito Rojo que eran guardianes de las revoluciones y otros h�roes de la Gran Guerra Patri�tica.

 

El culto pretend�a ser el cemento que cubriera las acalladas divisiones, para reforzar el sentido de prop�sito y unidad. Una unidad que se relacionaba con la "verdad" de la doctrina Marxista-Leninista y la adhesi�n a esta "verdad" era central al sentido del partido. El poder para interpretar la ideolog�a era un poder absoluto que defin�a los par�metros de debate pol�tico. Por otra parte la veneraci�n del l�der, el int�rprete de la doctrina, sin duda ten�a tambi�n su ant�tesis. Los opositores acusados de Trotskismo, Zinovievismo y Bukharinismo, entre otros, fueron anatematizados como ap�statas, her�ticos y cism�ticos.

 

El culto al l�der era un aspecto del culto general y pr�ctica que infund�an vida al Partido Comunista. Estaba el culto a los padres fundadores (Marx, Engels y Lenin), el culto de la Revoluci�n, el culto del proletariado y el culto del partido, el culto al estado mismo - la URSS - cada uno de los cuales fomentaba sus propios mitos.

 

El culto al partido era especialmente poderoso, requiriendo total obediencia y obligando a sus miembros a reconstruirse y reeducarse a s� mismos para hacerse miembros dignos[13]. No s�lo el partido sino tambi�n otras instituciones clave, como el Ej�rcito Rojo, la Cheka, el Komsomol y los Pioneros. Cada uno era foco de lealtades de circunscripciones particulares.

 

Los rituales sociales y celebraciones masivas de la Revoluci�n estaban en la vida cotidiana de todo ciudadano sovi�tico; el calendario estaba organizado alrededor de la conmemoraci�n de fechas de gran significado revolucionario. Se convirti� en un aspecto importante de la cultura pol�tica de la vida cotidiana, fusionando actitudes tradicionales a la autoridad al nuevo simbolismo del poder[14]. El culto al l�der era parte de la estrategia con que los reg�menes comunistas inventaron sus propias tradiciones[15].

 

El culto era proyectado a trav�s de la radio, pel�culas, m�sica, la prensa y posters. La proyecci�n del culto fue parte de una amplia administraci�n de propaganda y producci�n cultural. Era modulada para distintas audiencias, tomando en cuenta las edades y las diferencias regionales, nacionales y �tnicas.

 

Esta compulsi�n forzada al culto que hemos ejemplificado principalmente con el r�gimen comunista tambi�n sucedi� - como ya hemos dicho - en otros sistemas totalitarios, que en algunos casos ten�an culto a la personalidad y en otros difer�an en forma aunque no en fondo. En la Revoluci�n Francesa era el culto a la revoluci�n, la naci�n y el ciudadano. Con el r�gimen Nazi, en cambio, era el culto de la raza, el Volk y el Reich. El l�der, en ese caso y al igual que para fascistas y comunistas, ten�a que simbolizar algo mayor que s� mismo. El precio a pagar era - y es a�n hoy - la propia voluntad, obediencia y vida.

 

Notas:

[1] "Ensayos en sociolog�a". Max Weber. H. H. Gerth y C. Wright Mills, eds. Londres. 1991.

[2] "Carisma, dictadura y democracia plebiscitaria". Luciano Cavalli. Florencia. 1984.

[3] "El discurso secreto". N. S. Krhushchev. Presentado por Zhores A. Medvedev y Roy A. Medvedev. Nottingham. 1976.

[4] "La influencia corruptora del poder". Gerhard Ritter. Trad. F. W. Pick. Londres. 1952.

[5] "El nacimiento de la propaganda de estado: m�todos sovi�ticos de movilizaci�n masiva 1917-1929". Peter Kenez. Cambridge. 1985.

[6] "Creaci�n de un �dolo: los usos de Lenin". Olga Velikanova. Gottingen. 1996. / "�Lenin vive! El culto a Lenin en Rusia Sovi�tica". N. Tumarkin. Cabridge, Mas. 1997.

[7] "El estado totalitario". Vittorio Zincone. Roma. 1999.

[8] "Lenin y el fin de la pol�tica". A. J. Polan. Londres. 1984. / Ver "Dejad que juzgue la historia". Roy Medvedev. Oxford. 1989. Cap. 11: "Las condiciones que facilitaron la usurpaci�n del poder a Stalin".

[9] "Opini�n popular en la Rusia de Stalin". Sarah Davies. Cambridge. 1997. p�g. 150.

[10] "El culto al l�der sovi�tico: reflexiones sobre la estructura de liderazgo en la Uni�n Sovi�tica". Graeme Gill. The British Journal of Political Science. 10:2. Abril de 1980.

[11] "Dnevnik �Velikogo Pereloma� 1928-1931". I. I. Shitts. Par�s. 1991.

[12] Frase de "El partido sovi�tico del estado: pol�ticas de despotismo ideocr�tico". Carl A. Linden. Nueva York. 1983.

[13] Esta actitud y creencia qued� bien resumida por Trotsky en su famosa frase "S� que no puedo tener raz�n contra el partido", en el Decimotercer Congreso del Partido. O en la famosa declaraci�n de Pyatakov de su necesidad de someterse a la voluntad del partido.

[14] "Cultura pol�tica y pol�ticas sovi�ticas". Stephen White. Basingstoke. 1979. / "Actitudes sovi�ticas hacia la autoridad: un acercamiento interdisciplinario al car�cter sovi�tico". Margaret Mead. Londres. 1955.

[15] "La invenci�n de la tradici�n". Eric Hobsbawm y Terence Ranger (eds.). Cambridge. 1983.
 

 

 

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