Veinte
a�os antes de la ca�da del muro de Berl�n, la ideolog�a roja conquistaba las
calles parisinas disfrazada de atuendos y pancartas multicolores. Veinte a�os
despu�s de la ca�da del muro, los hijos - y nietos - de mayo del �68 deambulan
con temor por los escenarios heredados de 40 a�os de convulsiones. O sesenta, si
se quiere contar desde la traici�n de los socialistas alemanes a sus c�mplices
rusos que diera inicio a la Segunda Guerra Mundial. Incluso, por qu� no, noventa
a�os despu�s desde que las hordas rojas depusieran al zarismo imperial y dieran
comienzo al reinado del terror rojo.
Psicol�gicamente, ese mayo de 1968
fija un nuevo modo de pensar y de sentir la realidad. Su revoluci�n fue, a estos
efectos, mucho m�s trascendente que los sangrientos golpes de estado con que se
instaur� el comunismo por doquier. Como su abuela, la revoluci�n de 1789, cambi�
el rostro y las costumbres del mundo moderno.
Quisiera que el lector me acompa�e
en el siguiente punto de an�lisis: la del �68 fue una revoluci�n que, a
diferencia de las otras, no fue excluyente. No fue tanto una arremetida �contra�
una clase sino m�s bien una campa�a de propaganda. En efecto, si bien su
metodolog�a se expres� con la cl�sica coreograf�a roja, su modo de ser fue
eminentemente l�dico, sonriente, creativo y audaz. �Prohibido prohibir�, �la
imaginaci�n al poder� y otros esl�ganes genialmente trabajados en sus
laboratorios de experimentaci�n psicosocial y que calaron fuerte en los dos
sectores hasta el momento tradicionalmente reactivos a la agitaci�n roja: la
clase media y la burgues�a medio-alta.
Coherente con las se�ales emitidas
desde una Santa Sede en pleno furor conciliar, la nueva revoluci�n francesa
afectaba a las clases dirigentes reblandecidas por un sentimentalismo social que
atenazaba con el aguij�n de la culpa a los sectores m�s acomodados, avergonzados
por sus diversos grados de prosperidad.
La nueva burgues�a, ilustrada y
liberal, aplaudi� aliviada las medidas de reformas pol�ticas y econ�micas.
Pol�tica y econom�a, cultura y sociedad formularon pactos y votos de avance
imparable.
Los procesos revolucionarios tienen
un aspecto curioso que hemos comprobado en cada uno de los casos estudiados en
nuestra colecci�n �El Terror Rojo�: antes de tomar el poder su propaganda es
sentimental y libertaria con un fuerte contenido social. Una vez controlando el
poder, los que antes parec�an idealistas y amistosos devienen en una m�quina
fr�a y represora que persigue precisamente lo que prometi� defender pero
sosteniendo, con mayor o menor �nfasis seg�n las necesidades del momento, su
propaganda.
Tal es el caso de las izquierdas
europeas a partir de mayo del �68, con su campa�a psicol�gica que abre fuego
contra la nueva burgues�a.
�C�mo desarticular, entonces, a una
sociedad un�vocamente traumatizada con los socialismos nacionales e
internacionales que derramaron su sangre y marcaron sus pueblos con tanto
sufrimiento y horror?
En primera medida y por debajo de la
revoluci�n cultural, por la econom�a. Comienza a partir de ese momento una
orquestaci�n paneuropea de aumento progresivo de impuestos y restricciones
comerciales tendientes a desanimar la generaci�n de riqueza y desincentivo al
emprendimiento. �Qui�n querr�a asumir riesgos ante un panorama desalentador? La
riqueza de las naciones, forjada a trav�s de la prosperidad de los particulares,
comenz� a verse con recelo, propugnando un �estado de bienestar� que abarque
todos los campos de la vida, regulando hasta los m�s peque�os campos de la
actividad humana. Y, de paso, impedir que los individuos aspiren por s� mismos a
ese bienestar.
La estrategia: promover Estados cada
vez m�s grandes justificados por reivindicaciones de demandas colectivas - cuyo
derecho a protesta les pertenece s�lo a la izquierda - que s�lo pueden ser
satisfechas a trav�s de servicios p�blicos financiados por la estatizaci�n de la
vida social y comercial a la par que con el compulsivo aumentos de impuestos,
preferentemente de castigo a la riqueza.
Los Estados comenzaron a crecer y en
torno a ellos una maquinaria formidable de instancias y organizaciones
financiadas directa o indirectamente por los gobiernos, destinadas a sostener su
propaganda, pol�ticas y necesidades. Millares de asesores m�s o menos coludidos
con el poder de turno co-gobiernan paralelamente un Estado financista.
Ante eso, no podemos menos que
escandalizarnos. Esa pr�tesis pol�tica - a veces lindante con el parasitismo
declarado - reemplaza progresivamente el discurso del Estado expansionista,
reemplazando a sus funciones no s�lo en la toma de decisiones a trav�s de las
prol�feras �comisiones� sino que, por encima de todo, a trav�s de la extensa
oferta de asesor�as y personal privado actuando en gestiones p�blicas, ya sea
financiados directamente o subvencionados si es posible, bajo la supervisi�n de
una suerte de �comisarios� estatales.
�C�mo financiar un Estado expansivo
con semejante y creciente coreograf�a paraestatal? A trav�s de un doble cerco:
restringir la actividad privada por medio de regulaciones � y consecuente
burocracia inoperante - que muchas veces se acercan al absurdo y por medio de
los impuestos y regulaciones laborales.
As�, progresivamente el empresariado
se vio limitado y sus trabajadores vieron disminuidos sus ingresos � y puestos
de trabajo - por fuerza de la competitividad y sustentabilidad de la empresa.
Fue el �esc�ndalo� de la
globalizaci�n quien trajo un factor decisivo: el ingreso de productos
manufacturado bajo est�ndares de tecnolog�a de industrializaci�n masiva. Calidad
a menor precio fue el derrumbe de las econom�as de bienestar. Consecuente en el
inter�s del proceso, la misma globalizaci�n aport� el ingreso de producci�n de
mano de obra esclava procedente de las econom�as socialistas, que invadi� la
oferta de consumo de los sectores con menor poder adquisitivo, minando la base
de una econom�a local y mejor acceso laboral. La producci�n nacional se hizo,
por competitividad, definitivamente inviable.
La ilusi�n del flautista de Hamelin
comenz� a prender con fuerza. A medida de que se perd�a cada vez m�s la libertad
se hizo cada vez m�s sonora e intensa la sensaci�n de libertad vista la variedad
de oferta a precios cada vez m�s accesibles y el aumento de libertades
ideol�gicas: modas, sexualidad, creencias religiosas, defensa de causas o
derechos, estructuras familiares, etc. Y tambi�n de expresiones pol�ticas, si no
se considera las enormes restricciones - culturales o legales - para
determinadas tendencias.
�Libertad para todo y para todos,
igualdad con todos y por todos�, fue la consigna de
fondo de ese mayo franc�s. Una consigna que requer�a nuevas regulaciones y
ej�rcitos de organismos - o �colectivos� - que al modo de las checas
cl�sicas, fiscalicen el sometimiento a las nuevas reglas y promuevan la
propaganda emanada de las altas esferas del poder real.
En lo social sus consecuencias
saltan a la vista. Y en lo econ�mico tambi�n: cierres de empresas y de f�bricas,
emigraci�n de empresarios a suelos menos hostiles y hordas de desempleados
dependientes del Estado. El empobrecimiento de la riqueza nacional dio como
fruto un salto dram�tico en las cifras de marginaci�n. La pobreza y la carencia
de sectores de riesgo � infancia, maternidad, jubilados, etc. � comenzaron a
formar parte del escenario social aumentando progresivamente hasta niveles de
esc�ndalo y alarma.
Poco a poco Europa se convirti� en
un doble mensaje de tolerancia y marginaci�n, de bienestar y de malestar. La
izquierda, con su promesa de para�so social y cultural, destruy� hasta las bases
a las naciones que no pudo conquistar por la fuerza y hoy el panorama europeo no
puede ser m�s oscuro y triste. O s� podr�a, si se proyectan por la fuerza de los
avances los resultados esperables.
Tal pareciera ser
que, como se ha comentado con una clara visi�n del problema, el lema de mayo del
�68 en realidad fue �la marginaci�n al poder�.