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Comunismo: polic�a y... �legalidad?[*]

�ltima modificaci�n: 20 de marzo de 2012 | Descargar en formato PDF

 

La polic�a secreta comunista

Adem�s de las fuerzas del ej�rcito regular, Mosc� ten�a a su disposici�n en todas las naciones sat�lites las fuerzas de polic�a. Por su organizaci�n, instrucci�n y armamento, estas fuerzas que sumaban unos dos millones de hombres, eran verdaderos ej�rcitos. Formaban en cada naci�n sat�lite cinco clases principales:

1) Polic�a de Seguridad, id�ntica a la temible MVD, la polic�a secreta del Soviet; 2) Cuerpo de Seguridad Interna, auxiliar de la anterior, uniformado y bien armado; 3) Milicia del Pueblo, especie de guardia o gendarmer�a de provincia; 4) Guardia de Ferrocarriles, y 5) Guardia de Fronteras, unidades pesadamente armadas que manten�an cerradas por completo todas las fronteras del pa�s.

Lo primero que el Soviet se cuid� de llevar a las naciones de la Cortina de Hierro fueron los sistemas de la polic�a de Stalin. De dirigir su implementaci�n progresiva se encargaron desde un principio altos funcionarios del MVD enviados de Rusia. En todas las naciones sat�lites el comunismo pidi�, y obtuvo, para uno de sus jefes al ministerio del Interior, del cual dependen las fuerzas de polic�a. A la sombra del comunista ministro del Interior, y recat�ndose del p�blico en los comienzos, los funcionarios de la MVD rusa eran los jefes efectivos de la polic�a. Fue la suya una labor perfectamente disimulada y cautelosa hasta tanto estuvieron los reg�menes comunistas afianzados en el poder. Conseguido esto, la MVD emprendi� a fondo la "ocupaci�n" de los organismos de la polic�a de la Europa Oriental. Luego formaron esos organismos el sistema policiaco m�s completo, minucioso y brutal que ha conocido el mundo. No era exagerado calcular que en las naciones de la Cortina de Hierro hab�a un agente de polic�a por cada nueve habitantes.

A m�s de los cinco ej�rcitos polic�acos ya mencionados, cada naci�n sat�lite sosten�a organismos especiales de seguridad; tal era en Checoslovaquia el muy temido DOZ (Oficiales de la Defensa Nacional), que ejerc�a estricta vigilancia en las fuerzas armadas. Hab�a asimismo en todas las naciones sat�lites la "polic�a econ�mica", encargada de impedir el sabotaje en las f�bricas, y tambi�n de allanar y saquear las casas en que se presumiera hab�a algo que valiera la pena llevarse, en las cuales penetraban los agentes para barrer con oro, plata, joyas y lo que encontrasen de valor. Como la posesi�n de tales objetos se consideraba propia solamente de capitalistas y estaba calificada de delito (la ley prohib�a hasta el empleo del oro en el relleno de las caries dentales), esos allanamientos y saqueos han producido un bot�n que vale muchos millones.

A la multitud de agentes de polic�a que prestaban servicio de uniforme hay que a�adir la multitud, no menos numerosa, de agentes de la secreta; y todav�a es preciso agregar a �stos el sinn�mero de particulares, que ya por paga, ya gratuitamente, serv�an de soplones. As� por ejemplo, en toda Europa sat�lite era obligatorio para los mozos de comedor llevarle noche tras noche a la polic�a "noticias �tiles" so pena de perder el empleo. A los vistas de aduana de Checoslovaquia se les advirti� en julio de 1950 que deb�an demostrar su lealtad "denunciando mensualmente no menos de un enemigo del Estado". Para enero de 1951, conforme al lema que ped�a "m�s denuncias para contribuir a la paz mundial", se les orden� denunciar no menos de tres individuos por mes. El incumplimiento de esta orden se considerar�a "falta de vigilancia".

Empleados de hotel, administradores de casas de apartamientos, porteros, carteros, revisores de trenes de viajeros, muchedumbre de personas cuya ocupaci�n las relacionaba con el p�blico, se ve�an igualmente forzadas a la delaci�n. Muchos delatores eran j�venes comunistas o ni�os descarriados que obraban a impulso del fanatismo pol�tico. Otros eran simplemente seres oportunistas y traidores que por un pu�ado de monedas o por lograr cualquier menuda ventaja eran capaces de vender a quien fuere. El r�gimen comunista engendra delatores como el cad�ver gusanos.

En un tranv�a de Budapest una pordiosera vieja y harapienta se deshac�a en lamentaciones ante un joven oficial del ej�rcito. "Paciencia - le dijo �l compadecido, d�ndole una moneda -. Esto tiene que cambiar". En la primera parada del tranv�a la pordiosera llam� a gritos a la polic�a, que puso preso al oficial... por haberse expresado en t�rminos subversivos contra el r�gimen.

Los reg�menes rojos propagan deliberadamente el recelo y el terror a fin de crear un estado de �nimo colectivo de constante amenaza. Sea cual fuere la capa social a que pertenezca, el individuo halla de continuo ante sus ojos la advertencia de que un solo paso falso puede ser su ruina. Nadie, ni a�n el m�s ciegamente sumiso miembro del partido comunista, se siente seguro. La polic�a y el partido comunista han de estar al tanto de todo acerca de todo el mundo. No hay quien no sienta que le siguen los pasos adondequiera que vaya y escuchan lo que dice dondequiera hable.

Por informes del movimiento de resistencia se supo que en los pa�ses de la Cortina de Hierro hab�a en 1952 doce o m�s escuelas de polic�a secreta. Como en todos los institutos del Soviet, la instrucci�n era en extremo especializada. En Repy, cerca de Praga, agraciadas j�venes comunistas aprend�an bajo la direcci�n de personal experto de la MVD a espiar por cuenta de la polic�a. Este era un aspecto en el cual hac�a hincapi� el Soviet en todos los pa�ses. En Sof�a funcionaba una escuela de espionaje de f�bricas. La AVO h�ngara ten�a en Debrecen una escuela de brigadas terroristas.

La polic�a de seguridad reclutaba la mayor parte de su personal entre comunistas de veinte a treinta a�os con buena hoja de servicios al partido. Candidatos a guardas de presidio y de campos de trabajos forzados eran los comunistas m�s rudos, fan�ticos y por lo regular de escasa inteligencia: �stos no tardaban en capacitarse para maltratar y dar tormento a los presos.

Los incentivos para ingresar en cuerpo tan privilegiado como la polic�a de seguridad eran excepcionales. La paga de agentes y oficiales era mayor que la de los dem�s empleados del Estado en la Europa dominada por los rojos. Y los jefes, de igual modo que otros prohombres del partido comunista, pose�an magn�ficas casas o lujosas quintas confiscadas a "los de la clase enemiga". Mas tarde les restringir�an bastante, particularmente a los de menor categor�a, algunas de las prerrogativas extraoficiales m�s notorias, tales como embriagarse y provocar ri�as, y ejercer coacci�n manifiesta en mujeres objeto de sus deseos.

El director de la polic�a secreta de Checoslovaquia, por ejemplo, dict� en abril de 1951 una orden por la cual prohib�a a los agentes del STB que tuvieran queridas. Las confidencias de alcoba hab�an acabado por convertirse en un peligro muy serio. Tambi�n se adoptaron severas medidas disciplinarias contra el abuso de la bebida. �Los cabecillas de la colectividad m�s criminal que ha conocido la historia declaraban entonces solemnemente que hab�a que mantener "las altas normas morales" del partido comunista!

La situaci�n en que se hallaban colocados los jefes del Gobierno, ministros del despacho y generales de las naciones t�teres era acaso la burla m�s cruel y c�nica de cuantas all� se advert�an. La mayor�a de ellos eran "moscovitas", apodo popular de los rojos del pa�s educados en Mosc�. Pero esto no imped�a que los rodearan a toda hora, so pretexto de "medidas de precauci�n", representantes de la MVD rusa, entre los cuales se hallaban en realidad como presos. Era la culminaci�n del sistema sovi�tico del Estado esclavo.

A Matyas Rakosi, jefe del partido comunista h�ngaro, del cual se supon�a que gozaba de gran predicamento en Mosc�, le cambiaban los secretarios de la noche a la ma�ana, para reemplazarlos con "secretarios particulares" que nadie sab�a de d�nde salieron, y que lo segu�an como la sombra al cuerpo. Cuando Rakosi se dispon�a a abandonar la direcci�n del partido comunista, un timbre daba la se�al de alerta. Por cinco minutos quedaba interrumpida la circulaci�n en los corredores del edificio y en un espacio de 100 metros de la calle de la Akademia, frente a la puerta de �ste. Sal�a entonces en medio de guarda armada. Estos mismos guardas, en su mayor parte s�bditos del Soviet, lo acompa�aban adondequiera que fuera. Aunque destinada ostensiblemente a resguardar la persona del caudillo comunista h�ngaro, esa escolta lo vigilaba, sab�a con qui�nes hablaba, a qu� lugares iba, qu� dec�a, qu� hac�a. En privado, los h�ngaros cambiaban sonrisas maliciosas: experimentaban cierto melanc�lico consuelo al pensar que el rojo traidor a su patria estaba pas�ndolo acaso peor que ellos mismos.

Contando la polic�a secreta y los dem�s cuerpos relacionados con ella, unos dos millones de hombres aproximadamente, los reg�menes de las naciones sat�lites ten�an no menos del 2% de la poblaci�n organizada en unidades de seguridad que eran al mismo tiempo poderosa fuerza militar. Aterra la capacidad del comunismo para esclavizar muchedumbres. Y dif�cilmente cabr� exagerar el poder de intimidaci�n de una polic�a tan numerosa como despiadada, y a la cual secundaban millones de auxiliares, esp�as y soplones.

El crimen "legalizado"

El cinismo con que han bastardeado los comunistas la estructura legal de las naciones sat�lites raya en lo incre�ble. Los reg�menes rojos fabricaban decretos con la misma facilidad con que hace hormig�n la hormigonera. Su c�digo penal, calcado en el de la URSS, desconoc�a las garant�as m�s elementales que toda legislaci�n da al individuo. El destierro a Siberia pend�a como nueva espada de Damocles sobre las cabezas de todos los trabajadores.

Todo acto que pudiera interpretarse como tendente a "debilitar la autoridad del gobierno o la revoluci�n proletaria" se consideraba "contrarrevolucionario". A quien no ejecutase su trabajo a satisfacci�n del comisario, aun cuando ello se debiera �nicamente a mala salud, pod�a conden�rsele a trabajos forzados. Privaci�n de la libertad "por per�odos hasta de diez a�os" era pena en que incurr�a el obrero del ramo de transportes que por su trabajo defectuoso "haya ocasionado o podido ocasionar da�os en el material rodante, o trastornos en la salida de trenes o buques". Si a un mec�nico se le ca�a la llave inglesa con que estaba trabajando, y esto causaba desperfectos de consideraci�n, ser�a posible que lo consideraran reo de delito contra el Estado y lo condenaran a muerte.

Era asimismo aplicable la pena capital al individuo acusado de sabotaje "cuando se cometa contra otro Estado en el cual gobierne la clase trabajadora, o contra la clase trabajadora de otra naci�n". De tal manera, a un rumano patriota pod�an fusilarlo bajo la inculpaci�n de haber saboteado la estabilidad econ�mica del Uzbekist�n sovi�tico.

En Polonia, conforme al decreto sobre "casos de delincuencia tendente a da�ar al Estado", era ajusticiable todo sospechoso de quien se presumiera que "puede delinquir en lo futuro". Quer�a decir esto que la polic�a secreta estaba facultada para encarcelarlo a usted por la simple sospecha de que podr�a delinquir el a�o que viene. En Rumania se castigaba con doce a�os de presidio al empleado que incurriera en el delito que defin�a la ley en los siguientes ampl�simos t�rminos: "faltar al cumplimiento de disposiciones relativas a la ejecuci�n del Plan Estatal". En un r�gimen comunista esto incluye a toda persona relacionada de uno u otro modo con la fabricaci�n, reparto o consumo de casi todo lo imaginable.

La legislaci�n comunista regula en forma sorprendente la vida diaria del ciudadano. Sirva de ejemplo la ley de reclutamiento y movilizaci�n que reg�a en Bulgaria (en el tiempo de la publicaci�n de esta obra). Todo due�o de autom�vil deb�a mantenerlo en buen estado de servicio y listo para la requisici�n. Deb�a dar aviso inmediatamente de "todo cambio permanente de garaje". No le estaba permitido modificar radicalmente la estructura de su autom�vil sin previa autorizaci�n del Ministerio de Defensa; y necesitaba asimismo autorizaci�n para vender un autom�vil viejo e inservible. Quien contraviniese estas disposiciones, daba con sus huesos en la c�rcel.

An�logas disposiciones reg�an para el labrador en lo que respecta a mulas y caballos. Hab�a de proveerse de sendos certificados de propiedad de todos los que poseyera; deb�a someter a los animales a examen dos veces al a�o; en caso de movilizaci�n, los entregar�a - juntamente con el autom�vil, si alguno ten�a - en el lugar que corresponda, al cual hab�a de llevarlos costeando de su bolsillo el transporte. A quien dejara de entregar autom�vil, cami�n, caballo o mula, lo condenaban a cinco a�os de c�rcel o trabajos forzados. El Gobierno comunista fijaba por s� y ante s� la indemnizaci�n correspondiente a lo que haya requisado.

El derecho a trasladarse de un lugar a otro estaba muy restringido, aun dentro del territorio de la Cortina de Hierro. �Se trataba de ir a pasar unos d�as en casa de un pariente que resid�a en otra poblaci�n del pa�s? Pues hab�a que pedir visado de la polic�a lo mismo que si fu�semos a un pa�s extranjero. Supongamos que usted, lector, era h�ngaro y deseaba trasladarse a una poblaci�n distante m�s de 90 kil�metros de la suya. Para que en la taquilla de la estaci�n le vendieran el billete hab�a de presentar un permiso de su patrono, debidamente sellado, en el cual constara el motivo de viaje. Pongamos que fuera "visitar a mi prima Mar�a R..., que se halla muy enferma". Al llegar a la estaci�n de destino tendr�a usted que presentar en la taquilla el permiso para que anotaran all� la hora exacta de su llegada y lo firmaran. Por a�adidura, dentro de las seis horas siguientes deb�a presentarse a las autoridades de polic�a del lugar. Ah, s�: el permiso para viajar hab�a que solicitarlo con seis d�as de anticipaci�n. �Que Mar�a se agrav� de repente? �Qu� le vamos a hacer!

Digamos que usted, ciudadano de cualquiera de las naciones sat�lites, exclamaba en un momento de impaciencia: "�Qu� otra cosa puede esperarse de un Gobierno como �ste!". Tal exclamaci�n era subversiva, era un ataque a la "democracia del pueblo". Si lo delataban a usted le costar�a varios a�os de c�rcel o de trabajos forzados. Pod�a que adem�s le confiscaran cuanto tuviera. Si la polic�a o cualquier comunista de mediana influencia sospechaba de usted, no se necesitar�a de m�s para que le quitaran la casa, los muebles, lo que poseyera. La pena de confiscaci�n se impon�a por tan diversos motivos que bastaba una simple denuncia a la polic�a para que la aplicaran. O bien podr�a suceder que a la polic�a secreta le gustara la casa de un ciudadano, al cual inscrib�a, sin m�s motivo que ese, en la lista de los se�alados para la deportaci�n.

Cierto marinero de uno de los buques que viajaban de la orilla checoslovaca de la orilla alemana del R�o Elba estaba sentado a la mesa de un restaurante en Lovosice cuando alguien le pregunt� de una de las mesas vecinas: "�Est� la situaci�n en la Alemania Occidental tan mala como dicen los diarios?". El marinero repuso con honrada franqueza que en las tiendas de la Alemania Occidental pod�a uno comprar casi todo lo necesario a precios razonables. No hab�a terminado de comer cuando se lo llevaron preso. Lo condenaron a seis meses de c�rcel por haber "propalado rumores falsos".

La circunstancia de que los jueces y magistrados a quienes tocaba aplicar los innumerables decretos-leyes entendieran muy poco de procedimiento judicial y conocieran apenas superficialmente el derecho era lo de menos. Sab�an, en cambio, lo que se esperaba de ellos. "El juez debe interpretar la ley en favor del compareciente que pertenezca al proletariado", afirmaba con toda seriedad el peri�dico de Bucarest Nueva Justicia, �rgano oficioso de los tribunales. La misi�n del juez se reduc�a a emplear la ley como instrumento de venganza de clase; a servir los intereses del partido comunista; a intimidar, encarcelar o eliminar a quienesquiera se opusieran al partido. Cuando hablan de "ley", de "democracia", de "paz", los comunistas usan estas palabras con sentido diametralmente opuesto al que encierran para toda persona civilizada. Para el comunista, la ley tiene por fin �ltimo reinar por el terror perpetuando el terror.

 

Notas:

[*] "Conquista por el terror". Leland Stowe. Random House. 1952. (Modificados algunos tiempos verbales para facilitar la lectura en la actualidad)

 

 

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