Com�n
a todas las izquierdas, pol�ticas, religiosas y sentimentales es el mito
revolucionario de la necesidad de asegurar la igualdad de los hombres al nacer,
como un acto de �justicia social y solidaria� que protesta y reclama una
igualdad de oportunidades accesible s�lo si se �garantizan� las mismas
condiciones de nacimiento. Sin t�tulos, riquezas ni ventajas comparativas. Lo
apreciamos tanto en nacionalistas socialistas como en el imperialismo
socialista.
Tanta
fuerza tiene el mito igualitario que se protesta, legisla y lucha por una
educaci�n igualitaria e iguales condiciones laborales, de formaci�n y acceso.
Incluso se impone la tendencia a forzar contenidos �transversales� que deben
adoptar todas las profesiones, estudios y oficios, haciendo para todos y de
forma obligatoria la misma estructura de curr�culo. Las pol�ticas de impuestos y
legislaciones contra discriminaci�n y equidad social violentan a�n m�s el nivel
de igualdad que se pretende imponer.
Seg�n
la teor�a revolucionaria, si todos son iguales en condiciones y nadie puede
destacar por condiciones previas o ventajas comparativas, s�lo el m�rito
personal har�a la diferencia y la �justicia social� ser�a la norma. Cuando los
tribunales revolucionarios franceses de 1789 impusieron la abolici�n de t�tulos
y privilegios, marcaron la tendencia iniciada ya por Lutero con su invectiva
contra desigualdades de creencias (dogmas) y de jerarqu�as.
La
invectiva actual no tiene un trasfondo religioso ni antinobiliario. Se basa en
una �tica moderna basada en nuevos valores. A fin de cuentas, �qu� revoluci�n no
desea revestirse de t�rminos como �valores� o ��tica�?
�La
historia juzga a los hombres por sus m�ritos�, proclaman, y los hombres no
considerar�n su cuna sino su fin. Es de justicia negar el valor del punto de
partida y asegurar las ventajas iguales para ofrecerlas a los m�s capaces.
�Hasta qu� punto es cierto, justo y deseable este principio?
La
fuerza del mito es tal que el p�blico aplaude, por ejemplo, a un empresario que
se opone a otorgar como herencia sus riquezas a sus hijos, haci�ndoles uno m�s
dentro de la organizaci�n. Simples funcionarios, comenzando desde abajo y que
asciendan s�lo si demuestran habilidades laborales id�nticas a cualquier otro
modesto trabajador.
Se
aplaude a quienes, gozando de una posici�n y educaci�n privilegiada, fuerzan a
sus hijos a igualarse bajo los patrones de educaci�n primaria, secundaria y
universitaria comunes a todos. Se sospecha e intentan eliminar los centros
educativos o recreativos para distintos niveles o requerimientos que no sean los
aceptados por el sesgo igualitario y popular.
Peor
a�n, incluso dentro de los pocos centros de mejor nivel, ciertas ideolog�as
simp�ticas al igualitarismo - aun cuando se mantengan algunas formas elitistas -
causan un �problema de conciencia� frente a la idea de gozar de privilegios y
riquezas. Si bien esto resulta particularmente notorio en sectores permeables al
izquierdismo religioso, se detecta en el pensamiento del ciudadano promedio que
frecuenta tales estratos. El problema, sienten, est� en ese inc�modo dolor de
injusticia que proviene de entregar a sus hijos aquellas riquezas, ventajas y
privilegios que ellos no obtuvieron por trabajo y esfuerzo propio.
Siguiendo la misma l�gica y sentimiento, encontramos innumerables derivaciones
del mismo problema: injusticia intolerable. S�lo una igualdad compulsiva desde
los puntos de partida remedia las derivaciones insufribles de la desigualdad,
nacidas, en su origen, por el principio de propiedad privada.
Los
merit�latras � adoradores del m�rito sobre cualquier otro principio � imponen
las formas m�s extremas de educaci�n, donde tanto premios o castigos son
eliminados por principios modernos de pedagog�a, que repudian la sola idea de
formaci�n de �culpas� en los alumnos. Aparece, as�, la curiosa contradicci�n de
no premiar el m�rito ni en su forma l�gica contraria, castigar el dem�rito, por
parte de los adoradores del primero.
Cultores del igualitarismo, adoran los cementerios igualitarios donde cada
difunto goza de un sepulcro id�ntico al de sus compa�eros, todos iguales, todos
calcados, algunos con c�sped y otros a modo de edificios de apartamentos, donde
el criminal recibe lo que la v�ctima, el h�roe como el traidor, el sabio como el
ignorante, aquel que dio su vida por la naci�n junto al que, id�ntico en honra,
s�lo cuid� de sus intereses personales. Endiosan el m�rito y le niegan con el
mismo sinsentido.
Bajo
los reg�menes socialistas tal contradicci�n resulta a�n m�s pat�tica. Basta
considerar los privilegios gozados por la nomenklatura, elite de privilegiados,
o las condecoraciones otorgadas hasta lo rid�culo para comprender el absurdo.
En su
punto m�s grande de contradicci�n encontramos, contra lo esperable, la cobertura
hip�crita del �valor de la familia�. La familia es, por definici�n y
consecuencia, el mayor factor de desigualdad y por esto mismo fue desde siempre
el primer blanco de ataque de los igualitarios �en serio�.
Hay en
la familia un hecho innegable en lo biol�gico-social, adem�s de lo
econ�mico-cultural. Se heredan, evidentemente, mayores o menores dones y
capacidades. Bajo este punto de an�lisis, una familia y otra se diferencian
naturalmente. De una uni�n heterosexual
se deriva una desigualdad natural. Es algo biol�gico. Un hecho cient�fico. De
esa desigualdad de capacidades, facilidades, dones y habilidades es comprensible
que se deriven resultados diferentes a lo largo de una vida. A�n cuando se
entregase una educaci�n igualitaria, la diferencia gen�tica marcar�a diferencias
en el tiempo. A lo largo de generaciones, el inter�s, inclinaci�n, ocupaci�n, la
herencia biol�gica, las facilidades para ciertos estudios y ocupaciones,
formar�n desigualdades innegables. Hay familias de m�sicos, de personas con
facilidad de expresi�n, de artistas, cient�ficos, de religiosos, etc. Alguno
puede heredar una capacidad diferente, pero habr� nacido de una familia con una
tradici�n marcada en alg�n punto, con recursos que otras, por su historia y
capacidad, no posee. Es la misma naturaleza, en su punto m�s elemental, la que
marca la diferencia anti-igualitaria. Por este punto no ha existido jam�s el
triunfo de un sistema igualitario capaz de eliminar las diferencias en el
tiempo.
Junto
a lo biol�gico y �psicol�gico�, la familia es en s� misma una instituci�n
formativa, educativa, con un modo muy particular de resolver los problemas, de
ver la vida, de resaltar lo que es importante y aquello que no, de asumir los
desaf�os y las derrotas, etc. Y ha recibido de las generaciones anteriores un
historial de logros, de famas, de traumas, de recursos, en fin, que le
diferencia de las otras familias.
Quien
fuere educado en una familia con altos est�ndares de calidad, o de una moralidad
elevada, de intereses superiores, con un desarrollado sentido de metas, etc.
nacer� mejor dotado desde el talento, cultura, econom�a, facilidad de
relacionarse, sentido �tico, etc., que otra. Ser� naturalmente mucho mejor su
condici�n de nacimiento, en t�rminos comparativos.
El
�nico modo posible de obtener una igualdad desde �punto cero�, de nacimiento,
ser�a la orfandad. Sin embargo los hu�rfanos heredan capacidades biol�gicas que
les hacen desiguales, como desiguales ser�n las condiciones de su entorno de
crecimiento, educaci�n y metas de vida. Esto se resolver�a bajo la utop�a
revolucionaria, como la tr�gica experiencia camboyana, al destruir la familia,
enviando a los nacidos de uniones libres a campos de educaci�n id�nticos en
condiciones y formaci�n, estatales, como ordena el comunismo, y en �ltima
consecuencia el socialismo de cualquier origen. De otro modo la desigualdad es
natural y se impondr� con el tiempo. La desigualdad hereditaria, como hecho
natural, es consecuencia directa de la familia. Y con ella, la desigualdad de
patrimonios y riquezas.
Un
padre, por instinto natural, ama m�s a sus propios hijos que a los de otros. Es
el llamado de la sangre com�n a todo el reino animal. Un buen padre no ahorrar�
esfuerzos ni trabajo para acumular un patrimonio y estado socio-econ�mico que
resguarde a sus hijos de los desaf�os y peligros de la vida. Querr� darles tanto
cuanto pueda y asegurarles un futuro mejor, a�n cuando esto consista en una
cultura, una �tica o un modo de vivir superior. Desear� dar a sus hijos una vida
mejor que la que tuvo �l. La misma fuerza natural har� que produzca mucho m�s
que lo que estrictamente precise para vivir. M�s que lo que deber�a producir si
viviese s�lo y no tuviese hijos. Una cantidad suficiente como para estar seguro
de que al morir, sus hijos y esposa vivir�n con tranquilidad y podr�n aspirar a
ser grandes personas y aportes a la sociedad.
Ahora,
imaginemos que al momento de la muerte ingresan agentes del Estado y quitan a la
familia todo cuanto �sobre�. En nombre de la ley socialista son confiscados, en
beneficio de la igualdad, todos los bienes y garant�as que el padre luch� por
alcanzar para su familia. Todo su esfuerzo, cansancio, sacrificios, son
arrebatados para asegurar que no tengan mejores condiciones que los hijos de
otras familias que no se han esforzado. El amor paterno se ve defraudado,
violado y aniquilado bajo la bota opresora del Estado igualitario. El sacrificio
y amor paterno, que luch� y trabaj� por proteger y asistir a sus hijos despu�s
de la muerte, cuando su presencia y fuerzas ya no estuviesen all� para
protegerles, todos sus m�ritos como padre, son destruidos en nombre del m�rito y
de la igualdad y arrebatados a la familia por el horroroso crimen de ser hijos y
herederos. En su grado m�s extremo, como el camboyano o el chino, se intentar�
borrar la herencia cultural, psicol�gica, educativa y moral heredadas de una
trayectoria de familia y de los padres
Un
crimen calificado en nombre del m�rito y de la �tica, de los valores y del
bienestar, oculto bajo un mito perfumado con sensibler�a pero que, como toda
mentira, oculta la verdad a los estafados.
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