Un
veneno sin rotulaci�n es doblemente peligroso. Sobretodo si se rodea de incautos
y hasta de ansiosos por beberlo. �ste es el caso de las dictaduras �de buen
nombre� como la nicarag�ense. Ahora, �qu� decir entonces si adem�s el veneno
salpica sus �cidos corrosivos ya sin ning�n pudor y hasta con prepotencia?
A 30 a�os del levantamiento contra
Somoza, quien conoce el drama nacional s�lo puede indignarse contra la
cooperaci�n risue�a de las clases culturales, pol�ticas y econ�micas del mundo
libre. Y en particular la de aquellas que, por su capacidad intelectual y
formaci�n humanista, deber�an reaccionar en favor del pueblo centroamericano. Al
menos por inter�s propio y en previsi�n de la peligrosa infestaci�n de la zona.
Pero el estudio de la historia
nicarag�ense y la informaci�n filtrada al exterior sobre las atrocidades
cometidas bajo el yugo rojo de nada sirven a quien no quiere ver. Ni siquiera el
triste final de los cooperadores de r�gimen comunista.
Los sucesivos intentos de deponer el
r�gimen somocista ense�aron a Ortega la necesidad de capturar el apoyo popular a
su intentona golpista. Y obtuvo una de las m�s efectivas cooperaciones de
inteligencia militar y guerra psicol�gica desplegadas por la �rbita sovi�tica en
la historia de la Guerra Fr�a.
Expertos de las siniestras polic�as
secretas de corte sovi�tico viajaron y entrenaron a las tropas primero, y luego
al gobierno de Ortega para someter a la poblaci�n a trav�s del miedo, el terror
y la represi�n.
A la par, desplegaron sus
conocimientos pr�cticos para as� manipular a los organismos de referencia social
y utilizarles como medios de propaganda interna y en el exterior como defensores
de su macabra tiran�a.
La legitimidad c�vica que adquiri�
la izquierda gracias al asesinato de Chamorro en marzo de 1979 permiti� unificar
su Frente de Liberaci�n y con ello adquirir la cohesi�n popular que justific� la
salida violenta al r�gimen de Somoza - con un saldo de al menos veinte mil vidas
- y una guerra civil que mutil� otras treinta mil existencias y desplom� a la
miseria la econom�a nacional a una de las m�s pobres del continente.
El repaso riguroso de los cr�menes
de la dictadura nicarag�ense ocupar� todo un volumen de nuestra obra "El Terror
Rojo." En consecuencia, no nos detendremos aqu� en este punto.
Sin embargo, la actualidad del
problema nicarag�ense no es la mutaci�n del aparataje militar - a trav�s de la
Ley 181 de 1994 - ni el nuevo escenario sin la direcci�n sovi�tica. Ni mucho
menos el legado econ�mico que suele legar un r�gimen comunista, que t�tulos m�s
o menos, se sostiene vivo. Ni la inquietante influencia de musulmana radical -
de corte iran� - en la zona, ahora patente con la construcci�n de la mezquita
para 300 fieles.
Lo que inquieta es el
multimillonario - y nada desinteresado - financiamiento del r�gimen de Ortega.
Ir�n con su compromiso de invertir US$1.000 millones y la no menos generosa
oferta en d�lares aportados por Ch�vez para un pa�s de apenas 4.7 millones de
habitantes. Cifras que, de repartirse racionalmente, convertir�an a la fam�lica
Nicaragua en un oasis de la zona.
Pero Ortega no olvida sus lecciones.
Comunista tradicional pero a la americana, precisa levantar permanentemente
enemigos - reales o imaginarios - para justificar su r�gimen continuador del
genocidio rojo.
No es tonto. No bast� con masacrar
cualquier vestigio de libertad o de pensamiento independiente. Hoy hace de una
d�bil oposici�n lo que por a�os conden� desde el otro lado de la acera. Hoy en
d�a tanto la Justicia como las instancias electorales son simples brazos de un
gobierno que, como pulpo, asfixi� el ejercicio de la democracia y se apoder� del
poder. El alto costo del pago de rescate del ex presidente Arnoldo Alem�n devino
en una dictadura de hecho.
Hoy el r�gimen ya no cuenta con el
respaldo popular que con el que justific� el ba�o de sangre que le instal� en el
poder. Es m�s: el tibio proceso democr�tico dej� tan expl�cito el horror rojo
que su querido FSLN perdi� toda legitimidad. Por eso su estrategia - memorizada
de los instructivos sovi�ticos - le permite poco a poco conquistar el poder
real, que es el �nico que cuenta a sus efectos.
Sin t�tulos y sin los clich�s
propios de los esquemas cl�sicos de la propaganda roja (militares golpistas,
intervenci�n norteamericana, oposici�n de la Iglesia, empresarios opositores,
prensa pro-capitalista, etc.) Ortega logra lo que su dictadura pase los
obsoletos y complacientes filtros de seguridad occidentales. Filtros, por dem�s,
interesados y siempre parciales.
En tanto el mundo libre no reaccione
a los hechos en vez de a las palabras, los Ortegas del mundo entero - que de
hecho mantienen a miles de millones de personas sometidos bajo sus tiran�as
rojas - continuar�n manipul�ndolos por el terror, la violencia, la censura y la
pobreza.
Y esos mismos Ortegas tomar�n
las c�maras de la prensa y se levantar�n insolentes y bravucones, o
pulcramente vestidos y perfumados como hombres de negocios, para continuar
sus planes ante la mirada hipnotizada de los pa�ses libres. Una mirada que
se tranquiliza al sonido de palabras tales como "negocios", "trasparencia" y
"cultura local".
Notas:
Es el caso de los reg�menes totalitarios comunistas que tras los cambios
estrat�gicos a partir de 1989 mudaron sus autodenominaciones
re-etiquet�ndose con t�tulos tolerables por el nuevo clima
internacional, adoptando maquillajes no conflictivos y, por sobre todo,
incriminando al pasado como �nico responsable de los males presentes.