Pensar
el terrorismo es un acto complejo. Es demasiado riesgoso escribir sobre la
psicolog�a del terrorismo con cierta perspectiva y sin caer bajo sospecha de
frivolidad intelectual. Mucha gente vive sus d�as presa de temor a la violencia
terrorista; otros pasan de la indiferencia al escepticismo y otros, como no, se
alinean desde las trincheras que justifican las acciones terroristas, cuando no
lo apoyan abiertamente.
El
terrorismo, para todos, es un tema de apasionante inter�s. La espectacularidad
de su acci�n, la amenaza permanente y el anonimato e imprevisibilidad de sus
operaciones lo convierten en una amalgama con propiedades magn�ticas.
Pensar
el terrorismo
Una
multitud de factores enmara�a la labor de los analistas y especialistas. Y a
esto se suman las diferencias de perspectivas de cada una de las especialidades.
Por si
fuera poco se pretende, adem�s, explicar el terrorismo con la f�rmula m�s
mec�nica posible: se sue�a con un enunciado universal o una suerte de �manual de
uso� que responda al pedido m�s urgente del p�blico, l�deres y fuerzas de
seguridad: simplicidad.
Ante esta
problem�tica ingresan triunfales los ide�logos y comentaristas de masas, siempre
dispuestos a lanzar ideas simples y populares sobre las cosas. En este caso, el
perfil del terrorismo suele ser una simplificaci�n pasmosa que debe tranquilizar
al ciudadano medio y justificar medidas burocr�tico/pol�ticas para mantener bajo
control la amenaza.
El
problema de fondo
Pienso que
ante el desaf�o los intelectuales no podemos quedar atr�s. Un aporte desde el
pensamiento debe entregar elementos de trabajo para los especialistas.
Sin
embargo, pensar en la postmodernidad es a�n m�s complejo. En tiempos donde la
tolerancia se ha convertido en una de las virtudes cardinales, el terrorismo
deber�a ser el paradigma del rechazo cultural.
�No es el
terrorismo, para estos efectos, el paroxismo de la intolerancia?
Las
condiciones son claras: las grandes mayor�as rechazan la imposici�n de normas
religiosas, �rdenes de partidos pol�ticos o dec�logos culturales. Los seguidores
de las grandes religiones se erigen primero en �tolerantes� antes que en
�ortodoxos�, relegando a estos �ltimos a una posici�n inc�moda y culturalmente
repudiada. Las obligaciones emanadas de cualquier autoridad devienen en
movilizaciones masivas en defensa de la libertad y la pluralidad. La tolerancia
del Iluminismo transmut� en un valor individualista centrado en actitudes
sexuales, religiosas, pol�ticas y educativas. Es un consenso curioso: porque la
misma tolerancia no puede ser un�nime sino plural.
Pero este
valor liberal entra�a su propia destrucci�n. A fuerza de permitirlo todo no se
apega a nada m�s que al no apego. As�, la cultura de la tolerancia implica la
p�rdida de los sistemas cargados de sentido. Asistimos a una ca�da del sentido
y, por consecuencia, a una cultura sin sentido, a la deriva y con inevitables
choques y contradicciones llevadas hasta la indiferencia o, en su reacci�n, a
una militancia emocionada hasta la exaltaci�n.
No es, como
se aprecia, un fen�meno originado por una conciencia de �deber� hacia los dem�s,
sino un derivado de la descalificaci�n de los grandes proyectos culturales que
excluye per se a los enfrentamientos religiosos, pol�ticos o ideol�gicos.
Es una cultura de la autorrealizaci�n eventualmente compartida.
En pol�tica
significar� una redefinici�n hacia un �gerenciamiento� colectivo no excluyente y
socialmente eficiente. Todos dentro, cultura del bienestar y rechazo a las
posturas autoritarias.
En religi�n
se traducir� en valores compartidos, en ausencia de imposiciones y, por
sobretodo, en la omisi�n de todo inter�s de conversi�n. Su acci�n: humanista y
tolerante. La estructura religiosa se des-autoriza para devenir en un modelo
fluido y pluralista que permita la b�squeda individual del bienestar religioso
dentro del marco de la denominaci�n particular. M�s �conciencia iluminada� y
menos direcci�n de almas. Es la consagraci�n del yo en el �nico altar religioso
tolerable. Uno que no alerta a la buena conciencia tolerante.
En
proyectos colectivos se convertir� en un tipo de activismo militante emocional y
radical que, sin embargo, permite en su seno todas las expresiones, or�genes e
intereses posibles.
En
definitiva, se trata de priorizar el yo, no sobre la consigna voltaireana de una
libertad que termina en la del pr�jimo, sino nacida de la indiferencia hacia el
otro traducida en el respeto hacia las diferencias.
Una
nueva perspectiva
No se trata
de relativismo moral como acusan tantos. La cultura contempor�nea tiene un
vigoroso acento en el valor de la libertad privada. La prueba est� en que el
menor roce a este meta-valor es en�rgicamente rechazado. Y con esto, todo
proyecto colectivo fundado sobre imposiciones ideol�gicas. No se explica de otro
modo el furor anti-sectas que vio nacer el siglo XXI y que hoy decae por la
indiferencia con excepci�n de titulares de los mass media clamando contra los
esc�ndalos de la intolerancia particularmente religiosa. Es la hora del ascenso
del irracionalismo y del pensamiento m�gico.
Si nadie es
due�o de la verdad, luego, todos poseen la suya. El �nico l�mite es la propiedad
personal: bienes, vida y libertad. Si la defensa propia es el valor m�s tolerado
dentro de los actos violentos, la defensa colectiva contra �generalizaciones
colectivas� ser� intolerable. Es la primac�a de lo relativo sobre lo absoluto,
del individuo sobre la idea.
Si se
aligeran los juicios morales, �ticos e ideol�gicos y se redefinen los permisos y
restricciones, en contraparte se endurecen las medidas de protecci�n de la
tolerancia. Si emergen actos vand�licos de intolerancia, las movilizaciones
ser�n masivas. Es la hora del populismo, medi�tico y colectivo.
En este
contexto el terrorismo hace su ingreso: m�s que una p�rdida de valores,
dec�amos, es una p�rdida de sentido. No es un �todo vale� radical sino una
equivalencia de �interpretaciones� que hacen repugnante toda violencia,
autoridad y sectarismo. Se reivindica el derecho a hacerlo todo, decirlo todo,
negarlo todo hasta deslegitimarlo todo en nombre de hacerlo todo leg�timo menos
lo intolerable.
En esta
escalada de incertidumbre y p�rdida de referencias, no es impredecible el
surgimiento de una reacci�n de malestar in crescendo radicalizada hacia
el polo opuesto. La tolerancia hacia actitudes xen�fobas es un buen ejemplo de
la intolerancia consentida.
Pero emerge
una segunda intolerancia. Una que alimentada por la deslegitimaci�n de las
referencias, dogmas y autoridades, desconoce toda autoridad fuera de s� hasta
fundirse con una determinada conciencia colectiva que absorbe su libertad de
conciencia. En la b�squeda de una identidad perdida en el naufragio de los
sentidos, surge este fundamentalismo novedoso que une la sumisi�n al dogma junto
a la sumisi�n al colectivo. En su �interpretaci�n particular� se niega la
autonom�a con la fuerza con que se condena al hedonismo moderno. El dogma y la
sumisi�n al colectivo se aceptan con el delirio m�stico de quien recibe la
revelaci�n de un l�der sectario hasta anular el uso de la raz�n y la libertad
bajo la forma de la esclavitud voluntaria. Un vistazo por los movimientos
engendrados bajo el ala de la llamada Nueva Era nos revela el modelo protot�pico
previo al surgir del fundamentalismo. La b�squeda de la vivencia de lo sagrado
que caracteriz� al movimiento pre-hippie ser� la b�squeda de sentido
trascendente en el caos postmoderno.
Este
fundamentalismo particular tiene una segunda caracter�stica notable: siempre es
marginal. Es el barrio conflictivo de la gran ciudad indiferente y a salvo de la
zona de riesgo.
El problema
para la postmodenidad aparece cuando lo marginal cruza la frontera e ingresa a
la zona segura.
Es una
incomodidad, no un peligro. La cultura entera es impermeable a los anhelos
reformistas de los extremos. Y por su propia naturaleza, la tolerancia ser�a muy
inc�moda si no permitiese la pluralidad superficial que consiente nolen
volens la diversidad para certificar su identidad tolerante.
En tanto,
los extremos conmueven pero no operan los cambios emanados de los mandatos
particulares que les dan forma y vida.
Es
comprensible, por tanto, la urgencia de construir una suerte de �retrato robot�
de la amenaza. Uno que idealmente se imprima en las cajas de leche y se fije en
postes y muros, al modo de los avisos polic�acos sobre delincuentes buscados. Un
retrato, idealmente, universal que permita a la poblaci�n �detectar� la amenaza
en caso de verificar la descripci�n del delincuente.
Pero en
esto los guardianes de la seguridad han fracasado y los delincuentes han burlado
las vallas policiales conmocionando el coraz�n de la sociedad. Y esto inquieta.
C�mo
construir un perfil del terrorista
Perm�tanme
esbozar un modelo de interpretaci�n (siguiendo como marco de referencia los
aportes de Pichon-Rivi�re al modelo vincular) para perfilar la psicolog�a del
terrorista.
Para esto,
realizaremos un acercamiento puramente psicol�gico. No nacemos emocionalmente
neutrales: la primera forma de vincularnos con el mundo es emocional. Nacemos,
por as� decir, con un agujero emocional que esperamos saciar y alcanzar la
plenitud. A veces lo logramos y por instantes somos plenos. Pronto perdemos ese
contacto y retornamos a nuestra carencia vital.
Uno de los
descubrimientos m�s apasionantes de la psicolog�a moderna es la influencia de
los sentimientos en nuestro pensamiento. En efecto, en un aparataje psicol�gico
mucho m�s complejo, podemos decir que los sentimientos configuran nuestra
percepci�n de la realidad. Sobre esta realidad censurada y exaltada, pensamos y
determinamos acciones que a su vez modifican el entorno y por consecuencia
nuestros sentimientos y pensamientos.
Fijemos
esta idea para ingresar al modelo. Quiero centrar la atenci�n del lector en dos
aspectos en juego: el terrorista y el poder.
Para el poder, el terrorista es �muchos tipos de terrorista�
seg�n la forma de vincularse con �ste. Del mismo modo, para el terrorista, el
poder es muchos tipos de poder. Todo depender� de la forma de vincularse entre
ambos. En definitiva, hablamos en uno y otro caso, del Deseo. La forma de desear
y lo que desean, ser� lo que defina la relaci�n llamada �terrorismo�.
Desarrollemos el concepto. El terrorista desea el poder. Se
encuentra en una posici�n de carencia y procura satisfacerla. El poder se
convierte en aquello que satisfar� adecuadamente su deseo. Con esto quiero
descartar como primera motivaci�n las que superficialmente se aprecian:
protagonismo, trascendencia ideol�gica/religiosa, aceptaci�n de sus pares,
traumas infantiles no resueltos, perversiones, frustraciones no resueltas, etc.
En una primera evaluaci�n (emp�rica) de su carencia, el
terrorista busca satisfacer una necesidad b�sica para cumplir adecuadamente los
fines de sus motivaciones ideol�gicas. Se encuentra a s� mismo frente a una
amplia gama de satisfactores similares ya que existen diversas formas
establecidas de acci�n social en su campo (pol�tica, religi�n, activismo social,
etc.) y en otros considerados �competencia� o �enemigos� donde las
caracter�sticas de cada cual actuar�n como gu�as para la decisi�n de acci�n.
Para sus fines, el terrorista podr�a cumplir sus metas a trav�s
de los tipos de influencia y acci�n ya existentes en el estado de cosas que
enfrenta. El liderazgo partidista en un sistema democr�tico con fines
electorales hasta acceder a una posici�n determinante por un per�odo
determinado, el liderazgo espiritual en un sistema de libertad religiosa con
crecientes �reas de influencia y grados de adhesi�n o el liderazgo social en un
sistema de propaganda y compromiso colectivo, no aparecen como v�as
satisfactorias frente a su carencia reconocida.
En este punto de decisi�n, el terrorista crea una imagen sobre �l
y el poder (satisfactor) en el momento de acci�n. Es decir, la terrorista podr�
experimentar en su mente el c�mo se ver� accediendo al poder que m�s satisface
su carencia y c�mo ser� visto por su circulo social.
Esto es as� tanto con el terrorista particular como con el
colectivo terrorista. Experimentan diversas im�genes de s� y de la mirada de su
colectivo.
En otras palabras, un acercamiento profundo - aunque complejo -
al terrorismo requiere comprender y explicar el comportamiento terrorista en
funci�n de c�mo intenta relacionarse con el tipo de poder al que aspira.
Esta perspectiva nos permite interpretar el doble modelo del
terrorismo moderno: individual y colectivo. Y tambi�n, sus acciones basadas
tanto en la espectacularidad como en la eficiencia t�cnica de una guerra
bistur�.
Siguiendo la l�gica que venimos desarrollando, si el terrorista
experimenta m�ltiples im�genes de s� seg�n el tipo de poder al que accede y la
mirada de su colectivo, podemos sostener que su acci�n definitiva depende de
c�mo se constituye el sujeto desde un �otro�. Posibilitar la distinci�n - y
explicaci�n � de la selecci�n de v�as adoptadas por el terrorismo es posible
gracias a v�nculos �puros� fundamentales que permiten comprender el n�cleo
b�sico que determina la preferencia del terrorista.
�Qu� valores, qu� ideolog�as predominantes conforman las formas
de vincularse con el poder en el terrorista?
Trazaremos imaginariamente una l�nea divisoria. De un lado
encontramos valores y sistemas ideol�gicos orientados hacia la emocionalidad.
Del otro encontramos los relacionados con aspectos racionales.
En un primer cuadrante colocaremos el aspecto mejor estudiado del
terrorismo: el grupo. El sentimiento comunitario otorga al terrorista un sentido
de �pertenencia�. Las motivaciones integradas dentro de este v�nculo se enra�zan
con las tradiciones, las lealtades, la continuidad, la b�squeda de consensos,
etc. Es, a�n en grupos revolucionarios, una posici�n eminentemente sentimental y
conservadora. Un terrorista de clase �comunitaria� se tipifica como un rom�ntico
idealista de gustos cl�sicos.
En el segundo cuadrante es totalmente opuesto al anterior.
Encontr�ndose bajo el �rea racional, los criterios para vincularse con el poder
son, por as� decir, �t�cnicos�. A diferencia del cuadrante anterior, los
criterios no son sentimentales ni apegados a tradiciones. La prioridad es la
eficiencia de las acciones orientadas a un fin espec�fico. La causa que congrega
a este grupo es la visi�n �racionalista� de la realidad, y desde all� el sentido
de practicidad. Prima lo funcional. Un terrorista de clase �funcional� se
tipifica como un especialista en t�cnicas de guerra que coordina acciones
precisas y plenamente justificadas en funci�n al logro, a cualquier costo.
En un tercer cuadrante ubicaremos, dentro del �rea no emocional,
los criterios orientados por la b�squeda de prestigio o status al acceder al
poder. Aqu� el sentimiento comunitario otorga al terrorista un sentido de
�identidad�. Su pensamiento se da en una organizaci�n jerarquizada por lo
�simb�lico�. Priman los criterios de estatus, est�tica, prestigio, etc. Este
vinculo primordialmente �simbolista� ofrece un modelo de terrorista idealista,
de grandes discursos y profundamente jerarquizado.
Finalmente, en el cuarto cuadrante ubicaremos todos los criterios
vinculados con el cuidado de los dem�s. El sentimiento comunitario en este caso
se relaciona con la �protecci�n�. Se congregar�n aqu� v�nculos tales como
seguridad, afecto, nutrici�n, salud, etc. Este conjunto vincular ofrece un
prototipo de terrorista menos t�cnico y con un fuerte sentido popular, de
redenci�n y protecci�n de masas. Es, probablemente, uno de los m�s abundantes en
sus causas.
Cada uno de estos modelos no es excluyente. Cada forma de
asociaci�n puede vincularse al poder con dos, tres o los cuatro cuadrantes
ubicados en distintos planos de importancia tanto en el momento como con el paso
del tiempo.
El modelo propuesto nos permite traducir e interpretar la base
motivacional del terrorismo, tenga �ste las caracter�sticas que tenga.
Considerando lo anterior hemos propuesto este modelo sin intentar clasificar
seg�n la estructura formal, m�todos de acci�n, etc.
Del mismo modo, debe ser considerada la posibilidad de que un
mismo n�cleo terrorista se proyecte a la sociedad y a sus pares desde cualquiera
de estos cuadrantes en funci�n de sus intereses y posibilidades. Es m�s, la
comprensi�n de este modelo permite la reorientaci�n permanente de las acciones y
reacciones, teniendo en cuenta que no siempre podr� captar el inter�s - en el
p�blico - reclamando atributos de los cuatro cuadrantes o bien, deber� responder
a las necesidades de v�nculos combinatorios, siendo v�lido en estos casos tener
en cuenta los valores considerados en los v�nculos que integran la combinaci�n.
Siguiendo con el ejemplo de los productos certificados, los
mismos pueden resultar atractivos, tanto para aquellas personas que encuadran
dentro del cuadrante de cuidado y protecci�n como los del cuadrante del
prestigio.
M�s all� de lo expresado en el presente ensayo, nuestra propuesta
pretende romper los paradigmas cl�sicos que existen en torno a la tem�tica como,
por ejemplo, que los terroristas padecen de alguna enfermedad mental o que
obedecen a m�viles econ�micos, que pertenecen a estructuras jerarquizadas o que
forzosamente operan en redes. O incluso que s�lo desde una ciencia pueden ser
comprendidos. El aporte de los intelectuales es urgente. Es momento de aportar
argumentos s�lidos y sustento cient�fico para pensar y justificar las ideas en
un mundo postmoderno. Lamentablemente y pese a la profusi�n de material
publicado, las evidencias indican que la actividad de opini�n, an�lisis y
estudio del terrorismo no es todo lo profesional que deber�a ser. Que sirva este
trabajo para crear conciencia en quienes toman decisiones y definen el futuro de
las sociedades, marcando l�mites en torno a la viabilidad anal�tica de los
estudios desde el punto de vista social.
Por muchos a�os hemos asistido a panfletos ideol�gicos decorados
como estudios donde bajo mil pretextos se disfrazan defensas y apoyos al
terrorismo con la excusa de an�lisis geopol�ticos, antropol�gicos, religiosos o
sociales. Hoy en d�a la realidad sobrepas� tales ficciones y el terrorismo est�
sentado en la sala de visitas, prepar�ndose para tomar el caf� con los
comensales antes de volar la habitaci�n.
El terrorismo como modelo de gobierno al estilo propuesto por
Niccol� dei Machiavelli (1469
- 1527) ha dado paso a un
terrorismo postmodernista, complejo e inquietante. Pero no por ello imposible de
comprender ni de enfrentar.