Las tribulaciones de la
familia Biro comenzaron en 1947, cuando un reci�n llegado ocup� la casa contigua
a la barber�a del padre, Tony Biro, en Vancouver, Columbia Brit�nica. Cuantas
veces Tony dispon�a de un minuto libre, el vecino se asomaba a la puerta y se
pon�a a contarle cuentos maravillosos de la vida en Hungr�a bajo el r�gimen
sovi�tico. Algunas veces el vecidno estaba armado de libros y revistas.
- Mira esto - dec�a con
arrobamiento mostrando una fotograf�a - �un cuarto especial para los ni�os de
los trabajadores en una f�brica! �O�ste hablar de algo parecido antes de la
guerra?
A Tony le interes� todo
aquello. Su esposa y sus dos ni�os hab�an nacido en el Canad�, pero �l era
oriundo del antiguo imperio austro-h�ngaro y a�n ten�a parientes en Hungr�a. A
instancia de su nuevo vecino, Tony se hizo socio del Club de Trabajadores
H�ngaro-Canadienses y comenz� a asistir a las presentaciones, bailes y
conferencias que all� se celebraban.
En una de esas ocasiones Tony
oy� a Jos� Balogh que daba una conferencia sobre la nueva Hungr�a. Balogh hab�a
emigrado al Canad� despu�s de la primera guerra mundial pero hab�a vuelto a
Budapest en 1948. Poco despu�s los comunistas lo hicieron regresar a Canad� para
que pronunciara una serie de conferencias.
Era hombre persuasivo. Hab�a
visto el milagro con los propios ojos y ahora instaba a los h�ngaro-canadienses
a que regresaran a la patria llevando su pericia y conocimientos, sus
herramientas y su dinero. "Hungr�a es una tierra de promisi�n �y los necesita a
ustedes!".
Tony vio que cada vez hab�a
m�s gente interesada en "regresar". En el verano de 1950 �l y su mujer
decidieron optar por lo mismo.
Tony vendi� la barber�a,
empac� sus enseres y sac� 10.000 d�lares de su cuenta de ahorros. Con Helen su
mujer y sus dos hijos, Dick de 11 y Jimmy de dos a�os y medio, se dirigi�
primero a Inglaterra. El c�nsul h�ngaro all� les permiti� que conservaran sus
pasaportes canadienses y les dio un "documento de viaje" h�ngaro".
En la frontera de Hungr�a los
funcionarios comunistas estuvieron revisando y registrando sus papeles y
equipajes durante dos horas. Tony y los suyos contemplaban la escena con
desaliento. Nunca hab�an esperado encontrar las puertas del para�so tan
estrictamente vigiladas.
Al llegar a Budapest los Biro
y otro grupo de repatriados recientes fueron saludados por Balogh con un
discurso de bienvenida: "Hungr�a recibe con los brazos abiertos a los hijos que
regresan. Si llegaren a necesitar ayuda, vengan a mi oficina. Nuestro deber es
ayudarles".
Tony y los suyos se fueron a
pasar la noche en un hotel del Estado, que les cobr� $16,50 por la habitaci�n.
No hab�an comenzado a abrir a�n el equipaje cuando un empleado les advirti�
amistosamente, por v�a de consejo: "�No hablen! Aqu� nadie est� seguro de qui�n
es el otro".
A la ma�ana siguiente cuando
Helen baj� a pedir el desayuno, un empleado le inform� en la oficina que ten�a
que salir a comprarlo. El empleado le escribi� en un papel, en h�ngaro, las
cosas que ella necesitaba para los ni�os - pan, leche, mantequilla, compota,
zumo de frutas - y la envi� a la tienda de v�veres del Estado m�s cercana. Una
dependiente mal trajeada le vendi� all� un trozo de pan y la envi� a buscar la
leche a otra tienda. Las dependientes se echaron a re�r y movieron negativamente
la cabeza cuando Helen insisti� en se�alar con el dedo en su lista de palabras
"compota" y "mantequilla".
Ese mismo d�a por la ma�ana,
al depositar su dinero canadiense en el Banco Nacional, se le advirti� a Tony
que no pod�a retirar de all� sino moneda nacional y que su dinero canadiense se
le cambiar�a a raz�n de 11 forints por d�lar. A este tipo de cambio la comida
m�s sencilla del "men� del pueblo" le costaba a Tony y los suyos m�s de ocho
d�lares.
Luego vino la b�squeda afanosa
de vivienda. Como no encontrase ninguna, Tony se encamin� a la oficina de Balogh.
Encontr� la salida de espera llena de ex-canadienses, cada uno de los cuales
ten�a un relato de infortunios que contar. Una mujer se quejaba de que hac�a
varios meses que estaba buscando alojamiento. Un joven alegaba que no pod�a
conseguir trabajo en ninguna parte porque lo consideraban "estadounidense".
- Usted nos prometi� buenas
colocaciones aqu�. �D�nde est�n?
Balogh no pod�a hacer nada. Su
tarea hab�a terminado cuando engatus� a esa gente para que fuese a Hungr�a.
Ahora no era m�s que un tornillo insignificante en una gigantesca maquinaria
burocr�tica.
Al mes Tony y Helen se dieron
cuenta de que no pod�an quedarse en Hungr�a. Cuando Tony se lo inform� a Balogh,
�ste le dijo:
- �Scht! �No digas semejante
cosa! �Puedes ir a parar a un campo de concentraci�n! �Qu� ser�a entonces de tu
familia?
Tras eso vino la Gran
Espera... que dur� tres a�os.
Tony no pudo conseguir trabajo
en los primeros siete meses. Al fin le permitieron que ingresara en una
cooperativa de barberos, previo el pago de 50 d�lares, y fue a trabajar en un
cuartel de oficiales de polic�a. Tony era buen barbero y en Vancouver sol�a
ganar de 75 a 125 d�lares por semana. En Budapest no pasaba de un promedio de
18, de los cuales le quitaban cinco por varios conceptos, tales como
suscripciones a peri�dicos del partido, compras "espont�neas" del bonos del
Estado y cosas por el estilo.
Los dos grandes temores que
embargaban el �nimo de Tony eran que lo arrestaran o que se le agotaran los
ahorros. Su salario no alcanzaba sino a cubrir una tercera parte de los gastos
de alimentaci�n, alquiler y calefacci�n.
Helen se levantaba diariamente
a las 4:30 de la ma�ana y se iba a la tienda m�s cercana a comprar la leche. Las
tiendas no abr�an sino a las seis, pero cuando ella llegaba siempre encontraba
una cola aguardando. La gente estaba hambrienta e irritada. Cuando
ocasionalmente alguna de las mujeres se desmayaba, no se le permit�a que
volviera a ocupar su lugar en la cola. Ten�a que colocarse de �ltima. A menudo
cuando circulaba el rumor de que la carne o la harina se estaban agotando, la
gente romp�a la cola y se formaban fieras arrebati�as, de las cuales sol�an
salir atropelladas algunas mujeres que llevaban ni�os en los brazos.
La escasez de vivienda era tal
que todas las casas destartaladas de Budapest, condenadas desde hac�a tiempo
como inadecuadas para seres humanos, se hallaban ahora m�s atestadas que nunca.
El Estado negaba oficialmente la escasez, pero la reconoc�a en la pr�ctica, al
autorizar el pago de "prima de llave" al inquilino que desocupaba una vivienda,
por el derecho a ocuparla... negociaci�n en que el Estado recib�a una jugosa
comisi�n.
Tony "compr� la llave" de un
piso de dos habitaciones por 2.000 d�lares y gast� 200 en reparaciones
indispensables. El piso no sol�an calentarlo en invierno, y cuando Tony logr�
que le prestasen una estufilla de hierro (compradas no se consegu�an), Helen se
vio en la molestia adicional de hacer cola con un cubo para comprar unos pocos
kilos de carb�n de inferior calidad.
As� fueron pasando la vida, en
lucha diaria para mantenerse vivos y no pasar fr�os. Una vez por a�o se
presentaba el comit� del "empr�stito de la paz" y les sonsacaba un mes de
salario. "�Est� usted por la paz o por Wall Street?". Algunas veces hab�a
momentos de alegr�a: en la Navidad de 1952 pusieron naranjas a la venta... a
cuatro d�lares el kilo.
Lo que m�s preocupaba a Tony y
a su mujer eran los ni�os. Cuando Jimmy cumpli� cuatro a�os Helen lo llev� al
jard�n infantil. Aunque casi ninguno de los ni�os sab�a leer, la maquinaria de
la propaganda no los pasaba por alto. Hab�a all� el conocido tr�o de retratos:
Lenin, Stalin y el premier h�ngaro Rakosi. El catecismo comunista se ense�aba en
palabras simples y directas: "Ni�os, un villano llamado Wall Street se dedica a
matar ni�itos y a hacer morir de hambre a sus pap�s y a sus mam�s. ��dienlo!".
Para Dick, la escuela fue
todav�a m�s dif�cil. Ingres� en ella con 11 a�os, suficientemente crecido para
darse cuenta de la gran mentira y sentir miedo. No tard� en buscar refugio en el
silencio o la simulaci�n. Al segundo d�a alguien lo llam� "imperialista". De ah�
en adelante se convirti� en blanco de burlas y agresiones.
En materia pol�tica, que era
la ense�anza principal de la escuela, a Dick se le exig�a aprender como verdades
cosas que por experiencia personal sab�a que eran falsas. El tema estaba
ilustrado por dos cartelones: en uno de ellos se ve�a un grupo compuesto por un
hombre, una mujer y un ni�o, extenuados y cadav�ricos, mirando fijamente, con
ojos en que se reflejaba el hambre, un trocito de carne. Leyenda: "Los Estados
Unidos". En el otro cartel�n aparec�a una familia gorda y bien alimentada que
representaba a "La Uni�n Sovi�tica".
En los tres a�os que pas� Dick
en la escuela s�lo una vez vio que un ni�o se atreviese a contradecir las
mentiras de la maestra con respecto a los pa�ses de Occidente. La maestra lo
hizo callar inmediatamente y a�adi� esta observaci�n significativa:
- Hace algunos d�as la polic�a
se llev� a un ni�o por haber dicho algo parecido a eso...
Al terminar las clases los
grupos juveniles celebraban reuniones pol�ticas en que lso oradores hablaban de
los "belicistas estadounidenses". Por miedo a que lo castigaran Dick participaba
en los grandes desfiles que se hac�an cada aniversario de la revoluci�n
sovi�tica; y, como el resto de los muchachos del pa�s tomaba parte en el c�lebre
juego nacional de ni�os... lanzar granadas de mano. Durante esos tres a�os de
constante conflicto interior Dick lleg� a verse al borde del colapso nervioso.
Para Tony y los suyos todos
los temores no eran nada junto al terror de la polic�a. Era tanto m�s monstruoso
cuanto que formaba parte de la rutina de la vida, algo tan normal como la
muerte. Se arrestaba a la gente por millares, los vecinos desaparec�an y el
�nico indicio de la suerte que corr�an era el sello de los guardias en la puerta
de las casas.
Un "Viernes Negro" en mayo de
1951, la polic�a dio principio a una deportaci�n en masa de los "elementos
subversivos", gente de clase media y ancianos, para aliviar la escasez de
viviendas. Los camiones de la polic�a cerraban una calle y destacaban patrullas
para recoger las v�ctimas de casa en casa.
Antes de terminar aquella
operaci�n, ya la polic�a hab�a sacado de Budapest y enviado a aldeas lejanas a
un n�mero de personas que fluctuaba entre 30.000 y 40.000.
La mayor�a de ellos se
sometieron calladamente, pero oros resistieron. Afeitando a los oficiales de
polic�a, Tony not� que muchos ten�an rasgu�os en la cara. Uno de los oficiales
le dijo:
- Algunas de las personas se
descubren los brazos, muestran el n�mero que les tatuaron en los campos nazis de
concentraci�n y nos gritan: "�En qu� se diferencian ustedes de los nazis?". Es
un trabajo sucio, pero �qu� puede uno hacer?
Los Biro nunca cesaron en su
empe�o de lograr que se les permitiese regresar a Canad�. En enero de 1951
acudieron a la KEOKH, o sea la divisi�n extranjera de la Polic�a Secreta, en
solicitud de un permiso de salida. El funcionario que los interrog� les dijo que
el documento para viajar que aceptaron en Londres los convert�a en ciudadanos
h�ngaros. Intent� adem�s quedarse con los pasaportes canadienses, pero despu�s
de una discusi�n acalorada los devolvi�. Termin� aconsej�ndoles que fuesen a ver
al ministro del Interior a fin de obtener la declaraci�n oficial de que ellos no
eran ciudadanos h�ngaros. Al salir de all� Tony y su mujer depositaron sus
pasaportes en la delegaci�n inglesa para que estuviesen seguros.
El pr�ximo paso era redactar
un memorial para el ministro del Interior. Encontraron un abogado dispuesto a
hac�rselo, siempre que ellos se comprometieran a escribir a m�quina lo que �l
redactara. "Si ellos descubren que yo he hecho eso, me arrestar�n por haberlos
ayudado a marcharse a Occidente".
La solicitud no produjo ning�n
resultado positivo en el Ministerio. El matrimonio dirigi� unas 30 cartas a la
polic�a secreta, al Ministerio y hasta al premier Rakosi. No recibieron
contestaci�n.
La tensi�n comenzaba a
producir efectos en ellos. A Helen se le encaneci� el cabello. Tony perdi� peso
y se puso nervioso. Adem�s, �ltimamente no se hab�a cuidado de ocultar su
oposici�n al r�gimen. La familia se acostaba temiendo siempre la visita policial
de medianoche.
Con el miedo al r�gimen
aumentaron las dificultades de car�cter econ�mico. Los ahorros se les estaban
agotando.
En mayo de 1953 - con la
confusi�n que sigui� a la muerte de Stalin - renacieron sus esperanzas: el
ministro ingl�s les comunic� que el Gobierno le hab�a asegurado estar dispuesto
a permitir la salida de la familia Biro del territorio de Hungr�a. Despu�s de
cuatro meses de espera angustiosa recibieron un d�a el permiso de salida.
Tan pronto como circul� la
noticia del pr�ximo viaje de los Biro comenzaron a recibir visitas de gente
ansiosa de comprarles sus pertenencias. A pesar de que la prensa del partido
publicaba informes color de rosa acerca de la abundancia de art�culos de consumo
en las tiendas, la gente daba el mejor desmentido haciendo ofertas fant�sticas
por los vestidos viejos, la ropa de cama, las sartenes y las ollas.
Por fin un d�a tomaron el tren
y llegaron a la frontera austriaca a las 11 de la noche. Un enjambre de guardias
de frontera cayeron sobre ellos. El tren permaneci� all� con las luces apagadas
durante cuatro horas y media... mientras Tony y los suyos observaban la escena,
sentados y sin decir palabra, entregado cada cual a sus propios pensamientos y
temores.
Luego el tren volvi� a ponerse
en marcha. Transcurri� otra media hora y entonces un nuevo grupo de hombres
uniformados penetraron en el vag�n. "Son austriacos", grit� Helen. Como si �sta
fuese una llave m�gica que abriese el cofre de sus emociones contenidas, todos
los miembros de la familia comenzaron a re�r, a llorar y a abrazarse los unos a
los otros. Los funcionarios austriacos vieron su alborozo con simpat�a. No eran
muchos los que lograban salir de Hungr�a, pero todos se comportaban siempre de
esta manera.
El matrimonio Biro y sus hijos
est�n ya de regreso en Vancouver. Con dinero que les dieron prestado los
parientes de Helen compraron un sal�n de belleza, que �sta dirige. Tony volvi� a
su oficio de barbero. Dick y Jimmy asisten a la escuela y est�n adelantando
bastante. Dick est� feliz y contento, pero no quiere hablar de Hungr�a. Piensa
que todo ha sido una pesadilla que no desea siquiera recordar.
De "Una familia que regres� a
Hungr�a". En "Liberty", por George
May. 1954. El mencionado autor naci�
en Hungr�a y trabaj� como
corresponsal period�stico en los
Balcanes durante la segunda guerra
mundial. Al terminar �sta regres� a
Hungr�a y sirvi� durante cuatro a�os
la corresponsal�a del Times de
Londres y de la Agencia Reuters. Fue
uno de los �ltimos periodistas que
salieron de all� despu�s de que cay�
el Tel�n de Hierro. La imagen que
acompa�a al art�culo es un afiche
propagand�stico de la "alta calidad
de vida" en tierras h�ngaras en el
per�odo comunista detallado por el
art�culo.