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Sufrimientos en la prisi�n Evin
�ltima modificaci�n: 14 de mayo de 2013 | Descargar en formato PDF

 

(De "Tiempo para traicionar". Reza Kahlili. Threshold Editions. 2010)

 

�Mientras estuve en la c�rcel dese� muchas veces ser liberada, poder salir y olvidar lo que hab�a ocurrido all� dentro. Pero ahora que estoy fuera, desear�a ser una de esas chicas que tuvieron suficiente suerte como para ir frente a un pelot�n de fusilamiento. Me quitaron todo en esa c�rcel. No me ha quedado nada.

 

Mataron a Hamid. Ten�amos planes de casarnos y tener una familia con muchos hijos. �l era una buena persona, cre�a en Dios y la justicia. Para poder recuperar su cuerpo, ellos hicieron que sus padres pagaran las balas que usaron para dispararle. Hab�a perdido un ojo. �Le hicieron cosas tan terribles! Sus brazos y piernas ten�an huesos quebrados sobresaliendo. Cada punto de su cuerpo ten�a una quemadura de cigarrillo. La madre de Hamid ahora est� en un hospital mental. Perdi� la raz�n despu�s de ver su cuerpo.

 

Cuando fui liberada de prisi�n, me apresur� en ir a casa para ver a mi madre, pero ella no estaba all�. Tuvo un ataque cerebral pocos meses despu�s de que fui detenida. Yo no sab�a que pod�a causar tanta agon�a y dolor. Siento como si yo misma la hubiera matado. Cada d�a me culpo por el sufrimiento que le produje. Le rogaba a Dios, cuando estaba en la c�rcel, que me dejase verla una vez m�s. Le ped� a Dios que me enviara con ella y me permitiera apoyar mi cabeza en su hombro y llorar, para pedir perd�n. Ella era todo lo que ten�a.

 

Ahora no quedaba nadie que contara lo que me hab�a ocurrido. No ten�a a nadie con qui�n lamentarme. Mi madre no estaba all� para abrazarme y decirme que estaba bien, que no era mi culpa. No estaba all� para decirme que no era mi culpa que me hubieran golpeado todos los d�as, azotando mis pies descalzos con cables. No pod�a contarle que hab�a sangrado tan fuertemente que llegaba a desmayarme, sin saber nunca lo que le hicieron a mi cuerpo inconsciente.

 

Cuando estaba en confinamiento solitario, esos inmundos, malvados hombres ven�an a mi celda. Cada vez era un guarda diferente, podrido, sucio, repugnante.  Ni los animales har�an lo que ellos me hicieron a m�. Me averg�enzo incluso de decir lo que me hicieron. Me violaron, pero fue m�s que una violaci�n. Ellos me dec�an las cosas m�s asquerosas. Cuando terminaban me pateaban en la espalda tan fuerte como pod�an, arroj�ndome cerca del excusado, y me dec�an: "Pedazo de mierda, haz tu namaz ahora".

 

Soy musulmana. Creo en Dios y mi fe me mantuvo viva all�. Hac�a mi namaz cada d�a, pero esos desvergonzados adoran a Satan�s, no a Dios.

 

Hay miles de chicas j�venes inocentes all�. Cuando finalmente fui liberada del confinamiento solitario, me llevaron a una peque�a celda, dise�ada para pocas personas, pero que ten�an m�s de treinta mujeres. Yo no me quej� por ser estrujada con esas mujeres. Ver sus cuerpos y mentes atormentados me dio la fuerza y el sentimiento de que no estaba sola.

 

Cada pocos d�as dec�an nuestro nombre por el altoparlante. Sab�amos lo que eso significaba, y nos apret�bamos m�s, sosteniendo nuestras manos, y rezando para que no llamaran nuestros nombres. Pero siempre al menos una o dos de nuestra celda ten�an que ir al frente del pelot�n de fusilamiento. Pod�amos escuchar el sonido de los gritos, los ruegos de perd�n, y entonces los disparos llenaban el aire.

 

Nos alineaban al resto de nosotras y nos hac�an sostener una pierna en alto por un largo tiempo. Si te cansabas, te azotaban en la pierna cansada y te hac�an sentarte sobre la misma. Algunas de desvanec�an por el dolor y el desangramiento. Cada d�a ten�amos que soportar un interrogatorio. Nunca supe lo que quer�an, ni sab�a c�mo responder a sus preguntas. No importa lo que dijese, me golpear�an. Un d�a, para responder a sus preguntas, les dije que yo no era parte de ning�n grupo de oposici�n y que no ten�a informaci�n. Dije que no conoc�a a nadie entre los Mujaidines. Se irritaron m�s cuando escucharon ese nombre. Me cortaron en el brazo con un cuchillo y me dijeron que me cortar�an la garganta la pr�xima vez si no confesaba. Al d�a siguiente me enviaron a un peque�o cuarto oscuro donde otro guardia me viol�.

 

Esa era la rutina.

 

Tan asqueada y deca�da como estaba, nunca perd� la esperanza. Pensaba en Hamid todo el tiempo. Cada vez que era torturada, cada vez que escuchaba el sonido de mis dedos rotos, pensaba en Hamid y los buenos tiempos que tuvimos juntos, y los buenos tiempos que podr�amos tener en el futuro. Por la noche, pensaba en mi madre y c�mo estar�a de feliz cuando yo regresara a casa. C�mo nuestra vida ser�a la misma y dejar�amos todo esto atr�s.

 

Un d�a me liberaron. Incluso al pensarlo me vienen escalofr�os. Haj Agha Asqar Khoui, un mul� que estaba a cargo de guiar a los prisioneros por el camino isl�mico, se convirti� en mi amo. En el tercer encuentro que tuve con �l, me habl� de su inter�s en mi y dijo que podr�a arreglar mi libertad si yo acced�a a convertirme en su sigheh[1].

 

No lo pens� mucho. Ser libre era suficiente raz�n para que tomase una mala decisi�n. La tom� sin comprender que ten�a que entregarme a otra persona demente; sin comprender que estaba comprometi�ndome a m�s tortura y angustia mental aceptando el sigheh, estar temporalmente casada con un hombre que ya ten�a una esposa o dos.

 

Por unos pocos meses no hubo dolor f�sico, no hubieron golpes, azotes ni huesos rotos. Pero yo estaba asqueada de m� misma, de traicionarme, vendiendo mi orgullo a un mul� a cambio de mi libertad. �Era eso realmente libertad? No lo supe en ese momento. No sab�a el alto precio que tendr�a que pagar para recuperar mi vida. La �nica vida que conoc�.

 

Nada es lo mismo; no volver� a ser igual para nadie que haya estado en esa maldita prisi�n. Ya no puedo soportar el peso de la culpa. S� lo que han experimentado muchas chicas y chicos dentro de la Prisi�n Evin. Quisiera que me hubieran fusilado all�. No puedo volver a ver a ese sucio mul� cada semana y pretender que estar fuera de esa c�rcel es libertad.

 

No puedo seguir viviendo as�. Eres habs, un prisionero, para siempre. Eso es lo que le pasa a cada prisionero all�.

 

La joven - cuyo nombre real el autor de origen iran� no revela - fue encarcelada al mismo tiempo que su prometido, porque se descubri� que �ste era miembro de los Mujaidines, opositores al gobierno. A ella la liberaron despu�s de un a�o de encarcelamiento. A �l lo torturaron y ejecutaron, como se lee en el testimonio.

 

La muchacha se ahorc� a s� misma poco despu�s de enviarle esta carta al escritor en respuesta a su pedido de conocer las condiciones que se viv�an en esa c�rcel donde la hermana menor de un amigo suyo hab�a estado recientemente confinada hasta su muerte.

 

Notas:

[1] Se trata, en la pr�ctica, de una forma de prostituci�n legalizada en la ley chiita iran�, en que se realiza un "matrimonio" de corto t�rmino para satisfacer los deseos sexuales del �novio�.

 

 

 

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