�Mientras estuve
en la c�rcel
dese� muchas
veces ser
liberada, poder
salir y olvidar
lo que hab�a
ocurrido all�
dentro. Pero
ahora que estoy
fuera, desear�a
ser una de esas
chicas que
tuvieron
suficiente
suerte como para
ir frente a un
pelot�n de
fusilamiento. Me
quitaron todo en
esa c�rcel. No
me ha quedado
nada.
Mataron a Hamid.
Ten�amos planes
de casarnos y
tener una
familia con
muchos hijos. �l
era una buena
persona, cre�a
en Dios y la
justicia. Para
poder recuperar
su cuerpo, ellos
hicieron que sus
padres pagaran
las balas que
usaron para
dispararle.
Hab�a perdido un
ojo. �Le
hicieron cosas
tan terribles!
Sus brazos y
piernas ten�an
huesos quebrados
sobresaliendo.
Cada punto de su
cuerpo ten�a una
quemadura de
cigarrillo. La
madre de Hamid
ahora est� en un
hospital mental.
Perdi� la raz�n
despu�s de ver
su cuerpo.
Cuando fui
liberada de
prisi�n, me
apresur� en ir a
casa para ver a
mi madre, pero
ella no estaba
all�. Tuvo un
ataque cerebral
pocos meses
despu�s de que
fui detenida. Yo
no sab�a que
pod�a causar
tanta agon�a y
dolor. Siento
como si yo misma
la hubiera
matado. Cada d�a
me culpo por el
sufrimiento que
le produje. Le
rogaba a Dios,
cuando estaba en
la c�rcel, que
me dejase verla
una vez m�s. Le
ped� a Dios que
me enviara con
ella y me
permitiera
apoyar mi cabeza
en su hombro y
llorar, para
pedir perd�n.
Ella era todo lo
que ten�a.
Ahora no quedaba
nadie que
contara lo que
me hab�a
ocurrido. No
ten�a a nadie
con qui�n
lamentarme. Mi
madre no estaba
all� para
abrazarme y
decirme que
estaba bien, que
no era mi culpa.
No estaba all�
para decirme que
no era mi culpa
que me hubieran
golpeado todos
los d�as,
azotando mis
pies descalzos
con cables. No
pod�a contarle
que hab�a
sangrado tan
fuertemente que
llegaba a
desmayarme, sin
saber nunca lo
que le hicieron
a mi cuerpo
inconsciente.
Cuando estaba en
confinamiento
solitario, esos
inmundos,
malvados hombres
ven�an a mi
celda. Cada vez
era un guarda
diferente,
podrido, sucio,
repugnante. Ni
los animales
har�an lo que
ellos me
hicieron a m�.
Me averg�enzo
incluso de decir
lo que me
hicieron. Me
violaron, pero
fue m�s que una
violaci�n. Ellos
me dec�an las
cosas m�s
asquerosas.
Cuando
terminaban me
pateaban en la
espalda tan
fuerte como
pod�an,
arroj�ndome
cerca del
excusado, y me
dec�an: "Pedazo
de mierda, haz
tu namaz ahora".
Soy musulmana.
Creo en Dios y
mi fe me mantuvo
viva all�. Hac�a
mi namaz cada
d�a, pero esos
desvergonzados
adoran a
Satan�s, no a
Dios.
Hay miles de
chicas j�venes
inocentes all�.
Cuando
finalmente fui
liberada del
confinamiento
solitario, me
llevaron a una
peque�a celda,
dise�ada para
pocas personas,
pero que ten�an
m�s de treinta
mujeres. Yo no
me quej� por ser
estrujada con
esas mujeres.
Ver sus cuerpos
y mentes
atormentados me
dio la fuerza y
el sentimiento
de que no estaba
sola.
Cada pocos d�as
dec�an nuestro
nombre por el
altoparlante.
Sab�amos lo que
eso significaba,
y nos
apret�bamos m�s,
sosteniendo
nuestras manos,
y rezando para
que no llamaran
nuestros
nombres. Pero
siempre al menos
una o dos de
nuestra celda
ten�an que ir al
frente del
pelot�n de
fusilamiento.
Pod�amos
escuchar el
sonido de los
gritos, los
ruegos de
perd�n, y
entonces los
disparos
llenaban el
aire.
Nos alineaban al
resto de
nosotras y nos
hac�an sostener
una pierna en
alto por un
largo tiempo. Si
te cansabas, te
azotaban en la
pierna cansada y
te hac�an
sentarte sobre
la misma.
Algunas de
desvanec�an por
el dolor y el
desangramiento.
Cada d�a
ten�amos que
soportar un
interrogatorio.
Nunca supe lo
que quer�an, ni
sab�a c�mo
responder a sus
preguntas. No
importa lo que
dijese, me
golpear�an. Un
d�a, para
responder a sus
preguntas, les
dije que yo no
era parte de
ning�n grupo de
oposici�n y que
no ten�a
informaci�n.
Dije que no
conoc�a a nadie
entre los
Mujaidines. Se
irritaron m�s
cuando
escucharon ese
nombre. Me
cortaron en el
brazo con un
cuchillo y me
dijeron que me
cortar�an la
garganta la
pr�xima vez si
no confesaba. Al
d�a siguiente me
enviaron a un
peque�o cuarto
oscuro donde
otro guardia me
viol�.
Esa era la
rutina.
Tan asqueada y
deca�da como
estaba, nunca
perd� la
esperanza.
Pensaba en Hamid
todo el tiempo.
Cada vez que era
torturada, cada
vez que
escuchaba el
sonido de mis
dedos rotos,
pensaba en Hamid
y los buenos
tiempos que
tuvimos juntos,
y los buenos
tiempos que
podr�amos tener
en el futuro.
Por la noche,
pensaba en mi
madre y c�mo
estar�a de feliz
cuando yo
regresara a
casa. C�mo
nuestra vida
ser�a la misma y
dejar�amos todo
esto atr�s.
Un d�a me
liberaron.
Incluso al
pensarlo me
vienen
escalofr�os. Haj
Agha Asqar
Khoui, un mul�
que estaba a
cargo de guiar a
los prisioneros
por el camino
isl�mico, se
convirti� en mi
amo. En el
tercer encuentro
que tuve con �l,
me habl� de su
inter�s en mi y
dijo que podr�a
arreglar mi
libertad si yo
acced�a a
convertirme en
su sigheh.
No lo pens�
mucho. Ser libre
era suficiente
raz�n para que
tomase una mala
decisi�n. La
tom� sin
comprender que
ten�a que
entregarme a
otra persona
demente; sin
comprender que
estaba
comprometi�ndome
a m�s tortura y
angustia mental
aceptando el
sigheh, estar
temporalmente
casada con un
hombre que ya
ten�a una esposa
o dos.
Por unos pocos
meses no hubo
dolor f�sico, no
hubieron golpes,
azotes ni huesos
rotos. Pero yo
estaba asqueada
de m� misma, de
traicionarme,
vendiendo mi
orgullo a un
mul� a cambio de
mi libertad.
�Era eso
realmente
libertad? No lo
supe en ese
momento. No
sab�a el alto
precio que
tendr�a que
pagar para
recuperar mi
vida. La �nica
vida que conoc�.
Nada es lo
mismo; no
volver� a ser
igual para nadie
que haya estado
en esa maldita
prisi�n. Ya no
puedo soportar
el peso de la
culpa. S� lo que
han
experimentado
muchas chicas y
chicos dentro de
la Prisi�n Evin.
Quisiera que me
hubieran
fusilado all�.
No puedo volver
a ver a ese
sucio mul� cada
semana y
pretender que
estar fuera de
esa c�rcel es
libertad.
No puedo seguir
viviendo as�.
Eres habs, un
prisionero, para
siempre. Eso es
lo que le pasa a
cada prisionero
all�.
La joven - cuyo
nombre real el
autor de origen
iran� no revela
- fue
encarcelada al
mismo tiempo que
su prometido,
porque se
descubri� que
�ste era miembro
de los
Mujaidines,
opositores al
gobierno. A ella
la liberaron
despu�s de un
a�o de
encarcelamiento.
A �l lo
torturaron y
ejecutaron, como
se lee en el
testimonio.
La muchacha se
ahorc� a s�
misma poco
despu�s de
enviarle esta
carta al
escritor en
respuesta a su
pedido de
conocer las
condiciones que
se viv�an en esa
c�rcel donde la
hermana menor de
un amigo suyo
hab�a estado
recientemente
confinada hasta
su muerte.