El barco indignado tiene
problemas. Quienes subieron
al mismo invitados por los
sublevados marineros, no
conoc�an el itinerario del
capit�n. La br�jula no
estaba descompuesta. El im�n
de la izquierda viene
guiando la ruta, haciendo
puertos en un programa
paulatinamente menos
presentable a la opini�n
p�blica mundial. La br�jula
indignada apunta siempre a
la izquierda y quienes van
dentro caminan hacia donde
les lleva el siniestro
capit�n.
Para todos los gustos
Pero dentro, como en todo
crucero, hay atracciones
para todos los gustos. Salas
y cine para los barbudos
radicales, con campos de
tiro y discursos tan
inflamados que Trotsky, Mao
o el mismo Bakunin quedar�an
perplejos por sus
consecuencias. El Che les
sonr�e desde las pancartas
que cuelgan en las paredes
al ritmo de m�sica �social y
popular�.
Salones pulcros est�n
acondicionados para la clase
ejecutiva, con documentales
y una nutrida biblioteca
donde unos y otros confirman
lo que todos dicen en la
sala. La m�sica de fondo es
m�s producida, con tono
grave como son las
circunstancias que debaten.
La comida es excelente y las
alfombras mullidas van al
tono de sus rostros bien
afeitados, cabellos de sal�n
de belleza, perfume y ropa a
la moda indignada. La prensa
del d�a, con sus enormes
tijeras de la �realidad
indignada� les informa de
todo lo que necesitan saber
sobre lo que ya cre�an. Los
periodistas que env�an las
notas al barco, felices, se
llenan de fama e incentivos.
Para los m�s j�venes y no
tanto, las salas de cubierta
ofrecen coreogr�ficas y
r�tmicas comparsas y murgas,
acompa�adas de globos,
payasos y mimos, besos y
abrazos repartidos a granel,
al tono de las creaciones
publicitarias l�dicas y
creativas que tanta simpat�a
causan a los moderados que,
arrugando la nariz,
desaprueban los extremismos.
Gu�as indignados pasean a
observadores y prensa por
los salones, con paquetes
tur�sticos al gusto de cada
quien, para que vean s�lo lo
que les interese.
En cada puerto un amor
El barco sigue su rumbo, sin
variar, sin cambiar sus
destinos. La maquinaria
mueve el barco lenta y
continuamente. Los
pasajeros, inmersos en sus
intereses, no reparan en el
itinerario. Recalan en un
puerto, se indignan, ocupan
y contin�an el camino. En
tierra quedan quienes desean
hacer de ese puerto su
nuevo espacio. Los
indignados marineros toman
nuevos pasajeros,
acomod�ndolos seg�n gusto y
condici�n. Y prosiguen el
camino.
El capit�n sonr�e, da
�rdenes a los maquinistas,
pide bocadillos y gira el
tim�n cada vez un poco m�s a
la izquierda, a paso lento
pero sin descanso.
A su paso el saldo de
destrozos, vandalismo y
costos econ�micos y sociales
es proporcional a los
anuncios del �xito de las
movilizaciones, reportando a
cada sal�n sus �triunfos
imparables� y �nuevas
esperanzas�.
El maquinista rojo
El capit�n fuma un enorme
habano, enviado con
simpat�as desde la c�rcel
caribe�a. Y sonr�e con el
reporte. Toma el tel�fono.
Se comunica con tiranos,
demagogos y dictadores.
Todos le felicitan,
agradecen sus resultados y
prometen m�s recursos y
pasajeros de refuerzo. Ellos
se sienten c�modos,
respaldados y sin amenazas a
la vista.
S�lo interrumpe su feliz
jornada para pedir reportes
del clima de los nuevos
puertos. Y de los ya
visitados. El rastro de caos
le recuerda el humo de su
habano. Ha cumplido su tarea
y nadie ve lo que no se
desea que se vea.
El clima de los pr�ximos
destinos es tenso. Sonr�e
maliciosamente pensando en
el rostro aterrado de las
autoridades que sufrir�n su
arribo, tan torpes en su
manejo del caos, tan
condescendientes con los
indignados y siempre tan
dispuestos a negociar con
los ocupantes.
�Gracias, Capit�n�,
dice un dictador al terminar
un breve di�logo telef�nico,
�con su ayuda hoy somos
los moderados. Antes fuimos
los despreciables. Hoy somos
la mejor alternativa�.
El conductor bebe un poco de
ron caribe�o, aclara la
garganta y tomando el
micr�fono, comienza a
transmitir las consignas por
los altoparlantes. Explica
los problemas que deben
remarcar en el pr�ximo
puerto, las cifras y casos
que deben tomar para su
propaganda. Alerta a los m�s
exaltados sobre las t�cnicas
para intimidar a quienes no
concuerden,
ridiculiz�ndolos,
amenaz�ndolos o, si es
preciso actuar en grupo para
acallarlos.
Las cuentas del caos
El barco prosigue su marcha.
Protestan aqu�, se
victimizan all�, organizan
recitales en otro sitio e
invitan a estrellas del
espect�culo para que les den
apoyo y repitan � con
emoci�n � alguna consigna
prefabricada.
Los expertos en viajes
pueden predecir su rumbo. Y
el p�blico internacional
tambi�n. Su rastro es
innegable. Los incendios
arrojan saldos de
destrucci�n, violencia y
humo.
El barco no marcha solo.
Goza de las simpat�as de la
prensa y de los poderes de
siempre. Las tradiciones
imperialistas de China y
Rusia extienden manos
paternalistas a los
dictadores de turno. Sus
totalitarismos de Estado,
terroristas, militares y
represivos no deben temer
consecuencias
internacionales. Los
gigantes asi�ticos se hacen
socios comerciales y
pol�ticos de sus tiran�as.
Otros, con m�scaras
dem�cratas, simpatizan,
apoyan, condenan cualquier
acci�n que impida los
cr�menes y dictaduras con
las que simpatizan.
Quienes antes rasgaban sus
vestiduras y clamaban al
mundo pidiendo sanciones,
boicots, condenas
internacionales, protestas
fraternales y hasta
intervenciones militares hoy
piden apoyo, comprensi�n y
solidaridad con los
tiranuelos amigos.
El mundo al rev�s
Siria, por ejemplo, sufre
una de las dictaduras m�s
sangrientas del socialismo
moderno. La d�cada del
r�gimen de Bachar Al Assad
abri� el siglo XXI con una
de las versiones m�s
autoritarias y represivas
del mundo. Fue la
continuaci�n de la saga
desp�tica y sangrienta que
el socialismo implant� all�
desde 1963 a trav�s del Baaz
(Partido de Renacimiento
�rabe Socialista) y que
mantuvo a los al Assad en el
poder desde 1970.
La Internacional Socialista
� club VIP de dictaduras a
la que pertenece la tiran�a
siria - consiente el uso
del ej�rcito, polic�a,
checas
y mercenarios junto a
violentistas agitadores para
aplastar a los opositores,
junto con una met�dica
represi�n y manipulaci�n de
la prensa y grupos sociales.
Gracias al paso del barco
indignado, reg�menes como el
sirio puede continuar
secuestrando, linchando
impunemente, violando,
torturando y asesinando con
vejaci�n de los cad�veres,
sean de ancianos, mujeres o
ni�os. Las masacres se
cometen con uso del aparato
estatal o de grupos armados
que disparan, secuestran,
ametrallan o bombardean a la
poblaci�n civil.
Bajo el amparo de la
solidaridad socialista
internacional y sus aliados,
partidos como el Baaz sirio,
con medio siglo el poder a
trav�s del golpe de estado �
m�todo favorito y
tradicional rojo � del padre
del actual dictador,
oscurecen sus tierras con
abusos, represi�n y grandes
dosis de corrupci�n.
El barco indignado goza con
los letreros luminosos de
puertos como el sirio, con
su lema �Unidad, Libertad,
Socialismo� y sus m�s de
6.00 muertos (500 de ellos
apenas ni�os) y miles de
heridos m�s.
Les reciben con efusivos
abrazos en puertos tan
distantes como Cuba, China,
Corea del Norte, Francia,
Espa�a, Chile, Argentina,
Venezuela, Ecuador,
Colombia, Libia, Afganist�n,
Argelia, Reino Unido,
Brasil, Canad� o los Estados
Unidos de Norteam�rica, con
galas gubernamentales aqu� o
recelo de las autoridades y
fiestas populares de los
agitadores all�.
Baaz, dig�moslo como
ejemplo, nace como ideario
nacional socialista laicista
en muchos pa�ses �rabes,
pero fue en Irak y Siria
donde se hizo del poder m�s
brutal y prolongado. Con el
tiempo mantuvo su fascismo
popular hasta nuestros d�as,
reuniendo a toda suerte de
socios y aliados, tan
afectos al terrorismo de
Estado y represi�n.
Los socios rojos se miran
con complacencia ante el
auxilio, el nuevo ox�geno
que llega con el barco
indignado. Aire fresco que
significa, ocasionalmente,
derrocar a sus viejos �dolos
para imponer soluciones m�s
radicales. Socialistas como
los reg�menes de T�nez,
Libia, Egipto o Ir�n que
extendieron sus tent�culos
de terrorismo internacional
pueden respirar tranquilos
gracias a la impunidad y
continuidad de sistemas m�s
duros, tras el paso del
nav�o.
Los regalos llegan. Vienen
muchachos encapuchados
portando los presentes y
provisiones para los
indignados. Desfilan
isl�micos escupiendo
consignas contra occidente,
abrazados de socialistas que
corean las mismas consignas
y se congracian con banderas
de las tiran�as de la Yihad.
Junto a ellos hay
narcoterroristas, comunistas
postergados, anarquistas,
terroristas separatistas y
violentistas de toda clase
que levantan sus pu�os para
entonar los mismos y nuevos
esl�ganes, cargados de
amenazas y frases sin
sentido. Sean Hezbollah,
ETA, FARC, mapuches, Hamas o
ecologistas radicales, todos
se encuentran a gusto y
cooperativos. Sus rostros
occidentales y
medio-orientales,
colombianos,
norteamericanos, coreanos,
venezolanos, cubanos, rusos,
birmanos y de cien naciones
no acusan recibo de los
testimonios y acusaciones
por violar los derechos
humanos m�s elementales en
sus pa�ses. Todos aparecen
sonrientes ante las c�maras
y aterradores ante las
autoridades que intentan
ponerles un freno.
Si Hitler hubiese conocido
este barco, habr�a ganado la
guerra, tanto por sus
hermanos nacional
socialistas modernos como
por el apoyo irrestricto de
las izquierdas a los
reg�menes dictatoriales,
fan�ticos y represores que
defienden. O Stalin, que ya
sonr�e desde su oscuro lugar
en la historia frente a las
camadas de entusiastas
defensores de sus cr�menes y
sistemas, que intentan
imponer en las naciones
libres o sostener en los
pa�ses que ya tuvieron la
desgracia de ser sometidos
al terror rojo.
El barco prosigue su marcha.
Atr�s quedan los despojos,
como antes fueron de los
b�rbaros en Europa, de
sociedades libres,
poblaciones seguras y
derechos elementales.