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EL TERROR ROJO

 

 

INVESTIGACIONES | Alerta Internacional

 

Deportaciones: el crimen desconocido

(Parte I: La era estalinista)
Por Cynthia Caden
�ltima modificaci�n: 03 de diciembre de 2009 | Descargar completo en formato PDF

 

Tabla de contenidos
1. Definiciones
2. El verdadero rostro de las deportaciones
3. Las v�ctimas
4. Cronolog�a de deportaciones
5. Los alemanes, un cap�tulo aparte
6. Conclusi�n

7. Bibliograf�a relacionada

 
  1  2  3  4  5  6  7 


El verdadero rostro de las deportaciones

 

Muchos han escuchado hablar siquiera alguna vez de lo que signific� para los jud�os la violencia de la deportaci�n perpetrada por los nazis, a trav�s de relatos, pel�culas y denuncias. Pocos, sin embargo, conocen su multitudinario y cruel paralelo en mano de los comunistas.  

 

Un buen relato de lo que se trataban estas deportaciones lo ofrece el libro �Exiliado a Siberia�[1], donde se relatan los sucesos biogr�ficos de la experiencia de un ni�o polaco, Henryk (Hank) Birecki, a quien el autor conoci� personalmente 25 a�os antes de poder escribir sobre lo ocurrido[2]. En el cap�tulo seleccionado podemos apreciar las caracter�sticas de la preparaci�n e implementaci�n del traslado del pueblo polaco y el caso espec�fico de una familia.

 

Esto mismo, con muy ligeras variaciones locales, se sufri� en todas las naciones de la �rbita sovi�tica en los veinte a�os de mayor virulencia a los que nos dedicamos en el presente trabajo.

 

Aqu� reproducimos un cap�tulo, al que hemos agregado explicaciones suplementarias de otros pa�ses que demuestran haber sufrido exactamente lo mismo y aclaraciones del funcionamiento de la metodolog�a implementada:

 

"Tienen media hora..."

 

�Tras unos pocos meses los sovi�ticos comenzaron una deportaci�n sistem�tica de los locales, predominantemente polacos, gente que eran familiares de los considerados "elementos antisovi�ticos". Llamados spetspieresedlentsy, "colonos especialmente transferidos", que eran deportados en virtud de una decisi�n administrativa secreta.

 

Jan T. Gross en su libro sobre la conquista sovi�tica de esas tierras polacas del este escribi� que a diferencia de los prisioneros sentenciados por una corte, estas familias no comparecieron ante ning�n tribunal de sentencia ni fueron informadas por ning�n procedimiento administrativo en su contra. En su lugar, fueron sometidas a un procedimiento secreto y no se les dieron razones por su deportaci�n ni se les puso ante una corte. Estos spetspieresedlentsy no "necesitaban trabajo correccional". Su selecci�n puede resumirse en una sola frase: "Quien no est� con nosotros, est� contra nosotros".

 

Las deportaciones procedieron bajo directrices y protocolos bien probados, previamente preparados. Su organizador jefe y administrador era el General Ivan Serov, un Vice-Ministro de Seguridad P�blica. Tras la retirada alemana de la Uni�n Sovi�tica en 1943, el General Serov supervis� las deportaciones de kazajos, uzbekos y chechenos sospechosos de haber colaborado con las tropas alemanas. Fue condecorado, llegar�a a ser cabeza de la KGB, sobrevivi� al r�gimen de Stalin y muri� pac�ficamente en su dacha[3]. Dos de sus subordinados inmediatos fueron ejecutados, sin embargo, despu�s de la era de Stalin.

 

Las deportaciones llegaron en olas e incluyeron familias enteras. La primera ola, el 10 de febrero de 1940, tom� a las familias de l�deres pol�ticos, polic�as y guardias fronterizos. En abril de 1940, el antiguo personal del ej�rcito y trabajadores de gobierno fueron los siguientes. En junio del mismo a�o, trabajadores de cuello blanco, gente que disgustaba a los sovi�ticos, y aquellos que hab�an huido de Polonia occidental[4] y que no eran nativos del territorio ocupado por los sovi�ticos, fueron deportados. Unos pocos empresarios jud�os y sus familias recibieron un indulto, pero s�lo durar�a hasta inicios de 1941.

 

El prop�sito y procedimientos de las deportaciones eran siempre los mismos. Anita Paschwa-Kozicka, una hu�rfana polaca que fue deportada de ni�a, lleg� a Estados Unidos v�a Colonia Santa Rosa en M�xico, visit� Tbilisi en la Uni�n Sovi�tica en 1989. Escribi� en su libro "Mi lucha por la libertad": "He encontrado a muchos polacos viviendo all�. Aquellos eran la gente que vino de Siberia [en el tiempo de la amnist�a], pero quedaron atascados en Rusia cuando Stalin cerr� las fronteras a los refugiados polacos despu�s de que hab�amos sido enviados a Ir�n".

 

Sin excepci�n la ronda llegaba temprano en la ma�ana con ese ominoso golpe en la puerta y la orden "Otkroite!" ("�Abran!"). En frente de la puerta hab�a soldados del Ej�rcito Rojo y un oficial civil con una lista preparada por colaboradores locales[5]. "�Tienen media hora para reunir sus cosas!", ordenaba el oficial. Para la mayor�a era una despedida de su hogar para siempre.

 

Luego ven�a un carro, un trineo, o un cami�n, y un transporte r�pido hasta la estaci�n de trenes m�s cercana[6]. Los deportados eran subidos a vagones de ganado[7] con peque�as ventanas altas con barrotes, y las puertas eran cerradas desde afuera. Con suerte la instalaci�n sanitaria era un cubo, pero usualmente s�lo hab�a un agujero en el suelo. Algunos eran suficientemente afortunados para tener literas de madera en sus vagones. La mayor�a de las veces, sin embargo, ten�an que dormir entre sus paquetes en el suelo sucio. Algunos eran incluso m�s afortunados; sus vagones ten�an una peque�a estufa para la cual recib�an ocasionalmente una miseria de carb�n. Pero la mayor�a s�lo pod�a agruparse y tratar de compartir su calor corporal con el de sus compa�eros prisioneros. Encerrados adentro, cincuenta a ochenta personas en cada vag�n, esperaban a veces por d�as hasta que el tren estaba totalmente ensamblado. Viajaban por semanas a un destino desconocido sin alivio del hacinamiento, sin posibilidad de lavarse o estirar sus piernas. Su nutrici�n diaria era un trozo de pan y un taz�n de sopa aguada de repollo[8].

 

Bas�ndose en los archivos de General Sikorski se ha descrito a los trenes y el proceso de entrenamiento en "El lado oscuro de la luna" de la siguiente forma:

 

"Los trenes eran muy largos, y parec�an tambi�n extraordinariamente altos. Lo �ltimo era porque estaban sobre plataformas, y todo el tren era visto desde el nivel del suelo. M�s tarde, algunos trenes polacos tambi�n fueron empleados, pero los primeros eran todos t�picamente trenes rusos tra�dos para este prop�sito; de color verde oscuro con puertas que se un�an en la mitad de vagones como cajas, como lo hacen en los vagones del metro. En cada uno de esos vagones, muy altos, justo debajo del techo hab�a dos diminutos rect�ngulos rallados, las �nicas ventanas y los �nicos espacios por los que pod�a entrar aire o luz una vez que las puertas eran cerradas. La gran longitud de los trenes en espera y en parte fuera de la vista, era en s� mismo terror�fico para la imaginaci�n. Aquellos que ser�an deportados eran tra�dos a las estaciones fuertemente vigiladas. La mayor parte subi� a carros blindados, pero tambi�n, cuando estos se agotaron, subieron a trineos y carros peque�os de campo con forma de carretas, normalmente utilizados para el acarreo de esti�rcol.

 

Los techos de los vagones ten�an nieve fresca apilada pero el suelo estaba pisoteado y sucio. Los trenes, tras haber subido, con frecuencia se quedaban all� por d�as antes de partir, y las v�as en que se encontraban quedaban llenas de excremento y amarillas y pantanosas de la orina que corr�a fuera de los pisos. Contra un fondo blanco, las siluetas de los soldados NKVD eran estrafalarias... Cada soldado llevaba una bayoneta fija a la punta de su rifle. Inmensas multitudes de gente se balanceaban hacia adelante y hacia atr�s... Las familias eran rotas todo el tiempo, maridos y esposas separados, ni�os empujados a una parte del tren mientras sus padres eran empujados a otra"[9].

 

Uno cada diez mor�a en el camino, primero los ancianos y luego los enfermos, despu�s los beb�s lactantes. Los muertos eran arrojados fuera de los vagones cuando el tren se deten�a; si el clima lo permit�a a veces eran enterrados apresuradamente en la tierra. Sus familias nunca ten�an la posibilidad de enterrar a sus seres queridos.

 

Las memorias de sobrevivientes y miles de informes en archivos alrededor del mundo han testificado esta destrucci�n sistem�tica y planificada de la poblaci�n polaca. Los l�deres pol�ticos y militares, otros representantes del estado polaco, maestros y muchos miembros del clero fueron inmediatamente arrestados cuando llegaron los sovi�ticos. Los oficiales pol�ticos que acompa�aban al Ej�rcito Rojo llevaron con ellos listas de nombres que hab�an preparado por adelantado.

 

Aquellos arrestados eran tratados y condenados al vasto Archipi�lago Gulag, a menos que fuesen ejecutados por decreto, simplemente disparados en sus celdas, o muriesen en marchas de la muerte delante de las tropas alemanas que avanzaban en 1941. Otras v�ctimas fueron disparadas en la nuca, como los oficiales polacos de Katyn.

 

La masa de soldados polacos tomados como prisioneros de guerra, como las familias deportadas, eran sometidos a una hambruna planificada. Mientras estaba a�n en casa, Hank vio a los soldados polacos demacrados construyendo caminos. �l y su madre trataron de ayudarlos cuanto pudieron. Hank, su familia, y miles de otros pronto experimentar�an tambi�n el hambre. El insuficiente suministro de comida para los deportados durante su transporte no puede explicarse por pobre organizaci�n. Sus raciones hab�an sido fijadas bastante por adelantado como todo lo dem�s: el equipamiento, los trenes y el personal requerido. En su destino los refugios p�simos y la falta de provisiones adecuadas dieron la bienvenida a los deportados.

 

Jan T. Gross observ� que "la sustancia de su experiencia era la lucha por la supervivencia. Morir de fr�o, excesivo calor, hambre, sed, infestaciones, aire viciado, suciedad o diarrea toma tiempo y hace sucumbir a la gente por etapas, mientras luchan. Algunos sufren m�s, otros menos, dependiendo del clima, y de lo que el grupo que los atrap� les permiti� traer de su hogar. Por �ltimo, a la muerte para algunos se sumaba el tormento de muchos y la mera incomodidad de unos pocos felices. Los deportados eran torturados en serio; eran verdaderamente destrozados".

 

Era temprano en la ma�ana del 10 de febrero de 1940, y todav�a estaba oscuro afuera. La madre de Hank respondi� a los golpes en la puerta. Dos soldados rusos con bayonetas fijas y un hombre con aspecto de funcionario vestido de civil estaban en la puerta. Se abrieron camino junto a ella y ordenaron: "�Entren en la cocina!". El oficial ten�a una lista compilada por simpatizantes sovi�ticos locales. Ley� sus nombres: el de la madre de Hank, el de Hank y el de su hermana.

 

"Re�nan lo que puedan cargar. Est�n listos en media hora", orden�.

 

"Usted no est� en la lista. Se puede quedar", dijo a la abuela de Hank.

 

"Ir� con ellos", respondi� ella.

 

La abuela de Hank no estaba sorprendida. Desde esa ma�ana cuando, de pie en su cocina, el oficial ruso hab�a dicho a la madre de Hank "mejor al�jese", su abuela sab�a qu� esperar. Como mujer joven durante el reino del �ltimo zar, hab�a escuchado sobre transportes y exilio, sobre el golpe en la puerta bajo el amparo de la oscuridad y los largos viajes a alg�n lugar en Siberia. Ocasionalmente alguien regresaba despu�s de a�os de exilio. Ella cre�a firmemente en que Dios la proteger�a. Gracias a su sentido pr�ctico y su habilidad para concentrarse en la tarea a mano siempre supo qu� hacer en un tiempo de crisis. Casi instintivamente supo c�mo actuar, no agresivamente, no como una luchadora, sino con un ingenio que la volv�a consciente de las necesidades y oportunidades ofrecidas por una ocasi�n dada y aplicada a las demandas de la situaci�n. En otras palabras, ella se hizo cargo.

 

Se dijo a los ni�os que se vistieran r�pido y tan abrigadamente como fuese posible. Le dijo a la madre de Hank qu� empacar: ropas, ropa de cama y toda la comida que pudieran cargar. La madre de Hank sigui� sus instrucciones mec�nicamente. Ella extendi� una s�bana en la que echaban todo. Dej� las almohadas atr�s: ropa y utensilios de cocina eran m�s importantes.

 

Su abuela tom� el molino de caf�. Aunque no esperaba que hubiese ning�n caf� para moler, sab�a que le encontrar�a un uso. Envolvieron el pan que ten�an reci�n horneado para la siguiente semana; ya no ten�an carne, y las patatas o productos enlatados eran demasiado pesados para cargarlos. No hab�a lugar ni tiempo para lo no esencial, pero tomaron consigo unas pocas fotograf�as. Hank trajo su libro favorito sobre la naturaleza y su reloj de pulsera. �Su libreta de ahorros? No, no hab�a necesidad de ella, aunque todav�a ten�a 38 zloty en su cuenta. Su hermana se sent� en una silla en la cocina llorando silenciosamente. Todo esto ocurr�a bajo los ojos de los soldados rusos. Estaban de pie y observaban; ninguno de los soldados ofreci� ayuda, pero de vez en cuando uno dec�a: "Lleven lo que necesiten, pero lleven s�lo lo que puedan cargar".

 

Hank sali� furtivamente. Los guardias no le prestaron ninguna atenci�n. Quer�a decir adi�s a una ni�a de al lado, una compa�era del colegio. Era una de siete ni�os en la familia, ten�a la espalda muy deformada y Hank siempre la ayudaba con particular afecto. Como hab�a hecho muchas veces antes, se arrastr� a trav�s de un agujero en la valla y pas� unos pocos arbustos para llegar a su casa. Pero la casa estaba oscura y nadie respondi� a su llamado. "Podr�a huir y esconderme como pap�", pens� Hank, pero sinti� que no pod�a dejar a su madre o hermana. Y entonces regres� a casa.

 

Media hora es un corto tiempo en el cual reunir lo necesario y despedirse del hogar. Pronto ruedas crujientes y el ruido de cascos se aproximaron a su casa, luego se detuvieron repentinamente. Un caballo resopl�. Los soldados les dijeron que tomaran sus cosas y dejaran la casa. Afuera oyeron sollozos y lamentos tenues. Un ni�o peque�o estaba llorando. En frente de la casa se encontraba un carro tirado por caballos, requisado de un granjero cercano. Dos familias ya estaban sobre �l. Los soldados ayudaron a Hank y su familia a subirse al carro y arrojaron sus paquetes despu�s de ellos.

 

Cuando el carro comenz� a andar Hank mir� atr�s hacia su casa. Quiz�s alg�n d�a podr�a regresar. Esper� que los vecinos orde�aran a la vaca.

 

El viaje a la estaci�n de trenes fue corto. Su carro rod� por una rampa, se sacudi� y golpe� a trav�s de las v�as y se detuvo en el lado m�s apartado. Un largo tren de vagones de carga estaba custodiado por soldados armados. Hicieron que Hank y su familia subieran en uno de los vagones con sus paquetes de ropas y ropa de cama. Bastante gente hab�a llegado antes que ellos. La mayor�a se sentaba silenciosamente sobre sus pertenencias, algunos miraban al suelo, otros sollozaban. Algunos pocos lloraban y continuaron por un tiempo, pero pronto se quedaron silenciosos tambi�n.

 

Hank y su familia pusieron sus cosas en una esquina vac�a y se sentaron encima. Su hermana enterr� su rostro entre los pliegues de la chaqueta de su madre. Nadie habl�. Aquellos que llegaron despu�s ten�an que arreglarse con un espacio abierto en el centro. Eventualmente 78 de ellos se hacinaron juntos en el vag�n de carga sin espacio sobrante. Excepto dos ancianos de Busk, todos eran mujeres y ni�os. Uno de los hombres era un maquinista, el otro, un fabricante de herramientas. No hab�a literas ni paja. Alguien sac� un hacha y comenz� a abrir un agujero en el suelo. Necesitaban un retrete. Al comienzo la gente volv�a las espaldas cuando alguien ten�a que usarlo, pero a medida que pasaba el tiempo una mirada perdida en la distancia prove�a al menos una apariencia de privacidad. Ese fue s�lo el primer paso en la continua degradaci�n de sus vidas.

 

Cuando los carros de carga estuvieron llenos con el n�mero designado de personas, la puerta fue cerrada de un golpe y trabada con una barra de hierro desde afuera. Esto defini� al resto del d�a para los cautivos.

 

"El golpe de la puerta cerr�ndose y el sonido met�lico de la barra al caer en su lugar fue el sonido m�s terrible. Todos gritamos", recordar�a Hank v�vidamente.

 

Su espantoso d�a hab�a comenzado con los gritos y el fuerte golpe en la puerta antes del amanecer. Ahora hab�a terminado as�; a pesar de que la luz del d�a a�n se filtraba a trav�s de la ventana peque�a, rallada, que era su �nica conexi�n con el mundo exterior.

 

Eran prisioneros. La afrenta y la injusticia de todo esto afectaron a Hank. Lo pusieron furioso. M�s tarde, cuando alguien le ped�a que identificara el momento en que se hizo consciente de su odio por los sovi�ticos, escoger�a ese preciso momento.

 

Por tres d�as el tren de Hank se quedar�a en la estaci�n esperando que se alcanzara su cuota de prisioneros. Por tres d�as no recibieron ni comida ni agua. Escuchaban a otra gente llegar y vieron a algunos de ellos a trav�s de la peque�a ventana; escucharon otras puertas de vagones cerr�ndose. De vez en cuando otro vag�n se a�ad�a al tren y una sacudida los sacaba de su aturdimiento.

 

En una ocasi�n una voz de mujer llam� desde afuera y una mujer joven en el vag�n se puso de pie y pas� a su reci�n nacido a trav�s de la ventana de barrotes[10]. El beb� era tan peque�o como para pasar a trav�s del espacio entre dos barras de hierro. Hank entrevi� a una mujer corriendo a trav�s del campo con el beb� en sus brazos. Entonces alguien lo apart� y le cubri� los ojos. Escuch� gritos, luego un disparo. Pronto el beb� fue pasado nuevamente a trav�s de las barras a su madre. Hank no recuerda el tiempo que sobrevivi�. Su hermana, entonces de cinco a�os de edad, ser�a una de los ni�os m�s peque�os en su grupo que dejar�a viva la Rusia Sovi�tica. Y ella estaba lejos de ser la ni�a m�s joven en ese tren.

 

Finalmente el tren comenz� a andar. �Hacia d�nde? Nadie les dijo. �Por cu�nto tiempo? Nadie sab�a, y los guardias no respond�an ninguna pregunta. Sentados o de pie, a�n estaban atontados por el cambio repentino en sus vidas. La negaci�n no era posible, aunque algunos habr�n intentado consolarse pensando que esto ser�a un mal sue�o del cual pronto se despertar�an. El balanceo del vag�n en movimiento, el golpe r�tmico de las ruedas, los sonidos y olores de sus ocupantes, la imposibilidad de estirar los miembros entumecidos sin amontonarse con el vecino, forzaban la realidad de su situaci�n en su consciencia a cada paso. �Qu� les pasar�a? Cruzaban muy pocas palabras entre ellos.

 

Su nuevo entorno aterroriz� a Hank. Se sinti� perdido. Extra�aba a su padre. �A d�nde habr�a ido? Pensar en �l llenaba a Hank de aprensi�n y miedo.

 

Pronto tambi�n lleg� la muerte. Se desliz� con los gemidos de los enfermos y se qued� con ellos a trav�s de su lucha final por respirar. Cubriendo los ojos de Hank con sus manos o sus abrigos, su madre o abuela trataban de protegerlo lo m�s posible de la muerte y los moribundos y de ver a los soldados sacando los cuerpos. Pero no pod�an cerrar sus o�dos a los sollozos, el llanto y las oraciones de la familia de los fallecidos. Hank pronto tuvo consciencia de que la muerte ser�a su compa��a constante. Esto s�lo profundiz� su preocupaci�n por su padre. Su hermana permaneci� silenciosa y continu� escondiendo su rostro en el abrigo de su madre o su abuela. Su madre trat� de mantener la compostura, pero las l�grimas en sus ojos mostraban su tristeza, una tristeza que Hank no pod�a evitar pero notaba. Dando palabras a su desesperaci�n, muchos dijeron: "Esto es el fin. No tenemos salida". La abuela de Hank estaba aparte. Ella era la excepci�n. Era su roca. "Recemos para pasar por esto", dec�a.

 

Primero se comieron lo que hab�an tra�do, hasta detenerse en Kiey, tras cuatro d�as de viaje y a unas 250 millas al este, donde les dieron comida: una sopa liviana que conten�a unas pocas hojas de col, una pieza de patata aqu� y all�, y un poquito de cebada. Tambi�n les dieron una peque�a pieza de pan grueso y pesado. El tren se hab�a detenido en la v�a. Cuando las puertas se abrieron vieron las c�pulas de una iglesia ortodoxa. Muchos empezaron a llorar, otros rezaron. Algunos comenzaron a cantar un salmo y pronto todos se unieron.

 

Desde entonces, cada ma�ana y cada noche se deten�a el tren, las puertas eran destrabadas, se porcionaba la sopa aguada con un peque�o pan y agua, y los guardias sacaban los cuerpos de los que hab�an muerto desde la �ltima parada. El hambre y la muerte eran constantes, pero peor todav�a era la incertidumbre y la preocupaci�n por el futuro.

 

Con fr�o, hambre y casi asfixiados por el olor de los cuerpos sin lavar, transcurri� d�a tras d�a, mon�tonamente, a trav�s de las tierras llanas de Rusia oriental. En una ocasi�n alguien dijo: "Hemos cruzado el Volga". M�s tarde vieron monta�as. A�n despu�s el tren pas� a trav�s de una interminable extensi�n de bosques. Pocos prestaron atenci�n, adormecidos a su entorno, insensibles al tiempo. Gracias al esp�ritu de resistencia de su abuela y su propio sentido creciente de resistencia, de aventura incluso, en la profundidad de su alma Hank estaba convencido de que Dios cuidar�a de �l y que alg�n d�a podr�a salir de Rusia. A medida que la convicci�n se profundizaba, el miedo lo abandonaba. "No hay nada m�s que temer. Ya se han llevado todo. No hay nada que puedan hacerme", se dec�a a s� mismo.

 

�Hab�an viajado dos semanas? �O tres? �Era el fin de febrero o ya uno de los primeros d�as de marzo? Hab�an perdido toda traza de tiempo. Un d�a, el tren se detuvo y no comenz� otra vez: hab�an llegado al final de la v�a. Profunda nieve cubr�a todav�a el suelo. Era Siberia�.

 

Hasta aqu� llega la reproducci�n del relato del traslado. Pero �qu� encontraban entonces, una vez en el lugar de destino?

 

Al llegar, los deportados eran alojados en campos especiales. El NKVD decid�a las condiciones de vida, los deberes y limitaciones de los colonos y los castigos por las "ofensas". Como norma general, en cada asentamiento viv�an entre 100 y 500 familias. Seg�n  las regulaciones, cada familia ten�a el derecho a un cuarto separado o lugar en una barraca de unos min�sculos 3 m2 de espacio por persona. Sin embargo, en realidad ni siquiera les conced�an eso, y no se obedec�a ninguna regla de humanidad hacia las v�ctimas.

 

El NKVD, como es l�gico, conoc�a bien las verdaderas condiciones de vida de la gente. En junio de 1940 el Comit� del Krasnoyarski Kray (Siberia) dio esta informaci�n: "Hasta ahora no existen condiciones normales de vida para los deportados. Las familias alojadas en barracas comunales est�n muy hacinadas, pobremente suministradas con comida (incluso lo que respecta a las necesidades b�sicas) y el cuidado m�dico para ellos es escaso, lo que conduce a enfermedades epid�micas"[11].

 

Beria tambi�n inform� a Stalin que "en todos los posioleks de Altay Kray las barracas no est�n preparadas para el invierno: hay carencia de estufas y ventanas sin vidrios"[12]. Seg�n un oficial del NKVD de la Rep�blica Aut�noma Komi, en todos los campos los centros m�dicos no ten�an medicinas de ning�n tipo. Reportes similares fueron enviados de otras regiones.

 

En tales condiciones, surgieron todo tipo de enfermedades end�micas diferentes mientras que el escorbuto y la ceguera nocturna eran comunes debido a la falta de vitaminas. Una causa m�s de padecimiento era que en las barracas se hac�a muy dif�cil mantener condiciones de higiene m�nimas porque por a�os todo tipo de insectos se hab�an multiplicado all�, otro de los problemas graves de los que las autoridades se desentend�an.

 

Seg�n la legislaci�n sovi�tica todos los ni�os deb�an ir al colegio, pero como queda claro en una carta escrita en julio de 1940, por V. Potemkin, el Comisario de Educaci�n a A. Y. Vyshinsky, vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, de 510 ni�os deportados en la regi�n Chelyabinsk s�lo 256 (casi la mitad) estaban en el colegio porque no exist�a lugar para el resto. En la regi�n Gorky era peor porque ni uno de los 827 ni�os estaba en el colegio debido a falta de acomodaci�n apropiada. Y esto es grave, considerando que las condiciones que se buscaban eran baj�simas.

 

En los casos en que hab�a espacio, los ni�os eran forzados a asistir a clases o recib�an castigos que inclu�an el encierro y negaci�n de comida. Los ni�os que no iban a estudiar por falta de cupo ten�an que trabajar como los adultos, y si eran muy peque�os, recib�an una raci�n m�nima que les manten�a al borde de la inanici�n.

 

Aunque los informes oficiales admit�an escaseces y carencias en diferentes niveles, todav�a estaban a mucha distancia de la realidad. Las verdaderas condiciones de los deportados eran considerablemente m�s graves y las empeoraban los malos tratos que los agentes daban a sus v�ctimas. Todo esto ha sido testificado en numerosas memorias publicadas por aquellos que sufrieron esas experiencias. Las condiciones inhumanas, de congelaci�n severa, hambre y trabajo excesivo causaban altas tasas de muerte a pesar de que la gente intentaba ayudarse entre s� tanto como pod�a.

 

Las posesiones que hab�an tra�do con ellos de su hogar con frecuencia eran cambiadas por comida y, durante el verano, suplementaban sus escasas provisiones � siempre que les era posible � con bayas y setas reunidas en los bosques.

 

En los archivos de la Instituci�n Hoover sobre Guerra, Revoluci�n y Paz en la Universidad de Stanford se encuentran innumerables documentos testimoniales sobre la vida antes, durante y despu�s de la deportaci�n. Aqu� reproducimos s�lo dos, descritos por ni�os que vivieron esta desgracia, para completar en la mente del lector una imagen m�s clara de lo que signific� todo esto en las vidas de los millones de personas que lo padecieron. En este caso el ni�o se llamaba Tadeusz S. y ten�a trece a�os cuando le toc� vivir esto:

 

�Cuando los sovi�ticos nos invadieron mi mam� se asust� mucho y pap� fue llevado a cautividad. Tras una enfermedad que dur� un mes mam� muri�. Cuando se hicieron su casa en Polonia comenzaron a destruir estatuas, cruces y ordenaron a la gente rezar al rifle porque es tambi�n una herramienta de muerte. El 10 de febrero de 1940 a las 2 de la ma�ana vinieron a nuestro apartamento y a punta de fusil, sin ninguna raz�n, nos llevaron a Rusia en el tren que estaba lleno de gente que estaba muriendo de hambre y fr�o.

 

En el asentamiento trabajamos en las minas 12 horas al d�a. En las minas hab�a agua y las ropas estaban podridas en una semana tras 12 horas de trabajo diario. Ten�amos que hacer cola con los pies descalzos en el fr�o. En las barracas hab�a chinches, cucarachas y bichos de todos tipos. Las estufas estaban desbaratadas.

 

Tras tanto trabajo la gente se convert�a en esqueletos y cuando tuvimos la amnist�a la gente se dispers� a varios lugares y yo con mi familia nos fuimos al kolj�s y all� trabajamos d�a y noche porque hac�a mucho calor y no nos daban pr�cticamente comida, s�lo lo que pod�amos reunir en los campos. Con esa dieta mi hermano muri� sin nadie que lo enterrara as� que yo lo enterr� sin ata�d e incluso sin traje porque s�lo ten�amos uno para los dos.

 

Despu�s de ese sufrimiento escapamos con mi hermana porque pap� se fue al Ej�rcito Polaco que estaban formando y caminamos 200 kil�metros a pie descalzo a trav�s de monta�as sobre piedras afiladas, con 40� C de calor y sin agua. En la estaci�n en que esper�bamos un tren fuimos robados y todo lo que nos qued� fue una lata que hab�a tenido leche que encontramos en la basura y que us�bamos como taza para tomar�[13].

 

Y otro testimonio infantil que nos ayudar� a ver a�n otros aspectos del mismo sufrimiento extremo:

 

�En el koljoz a donde nos llevaron y a otras tres familias trabaj�bamos en la plantaci�n de algod�n. Ten�as que trabajar doce horas al d�a y produciendo la norma asignada ten�amos 200 gramos de harina de arroz. Adem�s de eso no consegu�amos nada m�s, como comida, lo mismo para ropas y dinero.

 

La actitud del pueblo local (Uzbekos) era muy hostil. No hac�an diferencia entre nosotros y los rusos y se desquitaron con nosotros porque los Bolcheviques les hab�an quitado su grano y ganado y por deportar a sus hijos para trabajar. Por todo esto las condiciones de vida eran muy duras.

 

Un kilo de harina de trigo costaba 156 rublos, un kilo de sal 35 rublos, un precio privativo, porque con los precios del gobierno s�lo los trabajadores fabriles pod�an comprar 600 gramos de pan de centeno (85 kopecks por kilo) por d�a. Adem�s viv�amos en chozas bajas de barro y paja, sin ventanas. La �nica luz que entraba era a trav�s de la puerta, y en lugar de una estufa hab�a un hogar que dejaba salir el humo a trav�s de un agujero en el techo. En estas circunstancias las condiciones de salud eran muy desagradables.

 

Debido a la falta de comida aparecieron varias enfermedades, como fiebre ent�rica, disenter�a y sobre todo malaria. Durante mi estad�a en el koljoz nunca vi a un doctor. Y en los hospitales del gobierno, la gente mor�a principalmente de hambre y no de enfermedades. De las familias que estaban con nosotros en el mismo koljoz los siguientes murieron: toda la familia Woloszyn, padre, madre y dos hijos grandes. En la familia Worotylek (ucranianos) murieron seis personas. La suerte salv� a una ni�a de 8 a�os, Hela, de quien se hizo cargo despu�s la agencia del gobierno polaco. En la familia Misiewivz murieron el padre y Franek, de diecisiete a�os.

 

Mi padre sali� a buscar hongos y lo mataron s�lo porque ten�a puestas botas nuevas. Mam� muri� dej�ndome a m� y cuatro hermanas en el koljoz. Todos estos recuerdos desagradables y dolorosos me atan al "para�so sovi�tico"[14].

 

Cuando algunas categor�as de deportados fueron al fin readmitidas en su tierra natal y se les entregaron permisos de retorno, a�os m�s tarde, los sobrevivientes seguir�an encontrando nuevas dificultades. La lituana Jane Meskauskaite cuenta que la vida no era f�cil para quienes sobrevivieron y regresaron a su tierra. Ella pudo retornar en 1958. "Nos pon�an en una situaci�n imposible. El gobierno requer�a que nos registr�ramos con la municipalidad local o afront�ramos una deportaci�n renovada. Para registrarnos necesit�bamos un empleador, pero nadie tendr�a la valent�a de dar trabajo a antiguos deportados. Yo viv� y trabaj� ilegalmente por muchos a�os con la ayuda de parientes", cont�.

 

En su propia patria - quienes tuvieron la fortuna de regresar - eran tratados como ciudadanos de segunda categor�a, se desconfiaba de ellos porque el r�gimen incentivaba la creencia de que hab�an merecido su anterior expulsi�n, y no les quedaba nada de lo que pose�an antes de la misma. As�, para muchos conseguir trabajo era muy dif�cil y las condiciones de alojamiento y adquisici�n de alimentos se convertir�an en una lucha diaria por la supervivencia.
 

Notas:

[1] "Exiliado a Siberia". Klaus Hergt. Crescent Lake Publishing. 2000. p�gs. 84-93.

[2] Los di�logos y las escenas no son ficticios, sino que el autor simplemente relata cuidadosamente los recuerdos exactos del protagonista.

[3] Casa de campo, destinada en general para uso vacacional (n. de t.).

[4] De hecho, muchas personas que huyeron de los ocupantes nazis y fueron a buscar refugio a la zona de ocupaci�n sovi�tica se encontraron con que eran mal recibidos, como posibles �esp�as� o colaboradores del enemigo, y deportados por tanto a Siberia, aunque fuesen absolutamente inocentes.

[5] El NKVD pose�a informaci�n detallada de cada miembro de la familia a deportar. Hubo casos en que los hijos mayores estaban en el colegio y eran llevados al punto de transporte donde hab�an reunido a la familia. Aunque hubo tambi�n casos en que los ni�os que estaban ausentes de su hogar en el momento de la deportaci�n fueron retenidos algunos d�as o incluso semanas y luego deportados a lugares diferentes a los de su familia.

[6] Los deportados eran transportados a los puntos de recolecci�n en las estaciones, a veces a una docena de kil�metros de distancia, y luego eran ubicados en trenes especialmente tra�dos para estos efectos, hasta completar la cuota requerida desde Mosc�. Cuando esa cifra no era alcanzada porque mucha gente hab�a huido ante el rumor de la inminencia de una posible deportaci�n, por ejemplo, era frecuente que los agentes la completasen con gente que simplemente ten�a la desgracia de pasar justo en ese momento por all�.

[7] Tambi�n se usaban trenes de carga de mercader�a. Seg�n Valentina Sturza, quien fuera una de las v�ctimas entonces y en la actualidad es cabeza de la Asociaci�n de antiguos deportados y prisioneros pol�ticos de Moldavia: "Cargados en vagones de ganado, en condiciones inhumanas, la mayor�a de los deportados fueron enviados a las fr�as tierras de Siberia y nunca regresaron a casa" ("Moldavia recuerda deportaciones de la era sovi�tica". Corneliu Rusnac. Associated Press WriterTue. 13 de junio de 2006).

[8] Este �men�� pod�a tener algunas ligeras variantes, pero siempre era insuficiente y poco nutritivo. Adem�s, es frecuente encontrar relatos que testimonian que en muchas ocasiones las autoridades decid�an darles alimentos en mal estado.

[9] Ha habido muchas separaciones familiares forzadas durante la preparaci�n de la deportaci�n. Una de las m�s habituales era la decisi�n de separar a la cabeza de familia, envi�ndola a otro territorio. Por ejemplo, era frecuente que el padre fuese a Siberia, mientras que su mujer e hijos eran enviados a Kazajst�n. Los pr�ximos deportados iban a la estaci�n de trenes desconociendo este nuevo horror que les esperaba, y las escenas en la v�a del tren eran desgarradoras, seg�n el relato de los testigos o las mismas v�ctimas que sobrevivieron y luego han podido contar su experiencia. En los Pa�ses B�lticos, por ejemplo, la orden Nro. 001223 (respecto al procedimiento de deportaci�n de elementos antisovi�ticos de Lituania, Letonia y Estonia. (Estrictamente secreto). Comisario del Pueblo Adjunto de Seguridad P�blica de la URSS. Comisario de Seguridad P�blica de la tercera Fila (firmado): Serov) dec�a as�: "en vista del hecho de que gran n�mero de deportados deben ser arrestados y distribuidos en campos especiales y que sus familias deben proceder a asentamientos especiales en regiones distantes, es esencial que la operaci�n de remoci�n tanto de la familia de los deportados como su cabeza se realice simult�neamente, sin notificarles de la separaci�n confront�ndolos... La escolta de toda la familia a la estaci�n debe efectuarse en un veh�culo y s�lo en la estaci�n de partida debe colocarse a la cabeza de la familia separadamente de su familia en un carro especialmente destinado para cabezas de familia�.

[10] Las instrucciones de deportaci�n no respetaban ning�n estado de los que figuraban en las listas. As�, no importaba que fuesen personas enfermas, o mujeres embarazadas a punto de dar a luz. Eso �ltimo provoc� que muchas veces los ni�os nacieran en los vagones, y su posibilidad de supervivencia era pr�cticamente nula.

[11] "Limpieza �tnica de Stalin en Polonia Oriental: Deportaciones a la Uni�n Sovi�tica. Historias de los deportados. 1940-1946". Londres : Association of the Families of the Borderland Settlers. 2000.

[12] Ib�d.

[13] Documento Nro. 87. PGC/Box 119. TADEUSZ S. Born 1927. Condado Wilejka. Wilno voivodeship. "La guerra a trav�s de los ojos de los ni�os". Volumen de ensayos de ni�os polacos deportados a la Uni�n Sovi�tica en la Segunda Guerra Mundial. Hoover Archival Documentaries. Editado y compilado por Irena Grudzinska-Gross y Jan Tomasz Gross.

[14] Documento Nro. 14. PGC/BOX 118. Adam R. Nacido en 1927. Condado Lesko. Lw�w voivodeship. "La guerra a trav�s de los ojos de los ni�os". Volumen de ensayos de ni�os polacos deportados a la Uni�n Sovi�tica en la Segunda Guerra Mundial. Hoover Archival Documentaries. Editado y compilado por Irena Grudzinska-Gross y Jan Tomasz Gross.  
 

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