El
verdadero rostro de las
deportaciones
Muchos han
escuchado hablar siquiera alguna
vez de lo que signific� para los
jud�os la violencia de la
deportaci�n perpetrada por los
nazis, a trav�s de relatos,
pel�culas y denuncias. Pocos,
sin embargo, conocen su
multitudinario y cruel paralelo
en mano de los comunistas.
Un
buen relato de lo que se
trataban estas deportaciones lo
ofrece el libro �Exiliado a
Siberia�,
donde se relatan los sucesos
biogr�ficos de la experiencia de
un ni�o polaco, Henryk (Hank)
Birecki, a quien el autor
conoci� personalmente 25 a�os
antes de poder escribir sobre lo
ocurrido.
En el cap�tulo seleccionado
podemos apreciar las
caracter�sticas de la
preparaci�n e implementaci�n del
traslado del pueblo polaco y el
caso espec�fico de una familia.
Esto mismo, con
muy ligeras variaciones locales,
se sufri� en todas las naciones
de la �rbita sovi�tica en los
veinte a�os de mayor virulencia
a los que nos dedicamos en el
presente trabajo.
Aqu�
reproducimos un cap�tulo, al que
hemos agregado explicaciones
suplementarias de otros pa�ses
que demuestran haber sufrido
exactamente lo mismo y
aclaraciones del funcionamiento
de la metodolog�a implementada:
"Tienen media
hora..."
�Tras unos pocos
meses los sovi�ticos comenzaron
una deportaci�n sistem�tica de
los locales, predominantemente
polacos, gente que eran
familiares de los considerados
"elementos antisovi�ticos".
Llamados spetspieresedlentsy,
"colonos especialmente
transferidos", que eran
deportados en virtud de una
decisi�n administrativa secreta.
Jan T. Gross en
su libro sobre la conquista
sovi�tica de esas tierras
polacas del este escribi� que a
diferencia de los prisioneros
sentenciados por una corte,
estas familias no comparecieron
ante ning�n tribunal de
sentencia ni fueron informadas
por ning�n procedimiento
administrativo en su contra. En
su lugar, fueron sometidas a un
procedimiento secreto y no se
les dieron razones por su
deportaci�n ni se les puso ante
una corte. Estos
spetspieresedlentsy no
"necesitaban trabajo
correccional". Su selecci�n
puede resumirse en una sola
frase: "Quien no est� con
nosotros, est� contra nosotros".
Las
deportaciones procedieron bajo
directrices y protocolos bien
probados, previamente
preparados. Su organizador jefe
y administrador era el General
Ivan Serov, un Vice-Ministro de
Seguridad P�blica. Tras la
retirada alemana de la Uni�n
Sovi�tica en 1943, el General
Serov supervis� las
deportaciones de kazajos,
uzbekos y chechenos sospechosos
de haber colaborado con las
tropas alemanas. Fue
condecorado, llegar�a a ser
cabeza de la KGB, sobrevivi� al
r�gimen de Stalin y muri�
pac�ficamente en su dacha.
Dos de sus subordinados
inmediatos fueron ejecutados,
sin embargo, despu�s de la era
de Stalin.
Las
deportaciones llegaron en olas e
incluyeron familias enteras. La
primera ola, el 10 de febrero de
1940, tom� a las familias de
l�deres pol�ticos, polic�as y
guardias fronterizos. En abril
de 1940, el antiguo personal del
ej�rcito y trabajadores de
gobierno fueron los siguientes.
En junio del mismo a�o,
trabajadores de cuello blanco,
gente que disgustaba a los
sovi�ticos, y aquellos que
hab�an huido de Polonia
occidental
y que no eran nativos del
territorio ocupado por los
sovi�ticos, fueron deportados.
Unos pocos empresarios jud�os y
sus familias recibieron un
indulto, pero s�lo durar�a hasta
inicios de 1941.
El prop�sito y
procedimientos de las
deportaciones eran siempre los
mismos. Anita Paschwa-Kozicka,
una hu�rfana polaca que fue
deportada de ni�a, lleg� a
Estados Unidos v�a Colonia Santa
Rosa en M�xico, visit� Tbilisi
en la Uni�n Sovi�tica en 1989.
Escribi� en su libro "Mi lucha
por la libertad": "He
encontrado a muchos polacos
viviendo all�. Aquellos eran la
gente que vino de Siberia [en el
tiempo de la amnist�a], pero
quedaron atascados en Rusia
cuando Stalin cerr� las
fronteras a los refugiados
polacos despu�s de que hab�amos
sido enviados a Ir�n".
Sin
excepci�n la ronda llegaba
temprano en la ma�ana con ese
ominoso golpe en la puerta y la
orden "Otkroite!" ("�Abran!").
En frente de la puerta hab�a
soldados del Ej�rcito Rojo y un
oficial civil con una lista
preparada por colaboradores
locales.
"�Tienen media hora para reunir
sus cosas!", ordenaba el
oficial. Para la mayor�a era una
despedida de su hogar para
siempre.
Luego ven�a un carro, un trineo,
o un cami�n, y un transporte
r�pido hasta la estaci�n de
trenes m�s cercana.
Los deportados eran subidos a
vagones de ganado
con peque�as ventanas altas con
barrotes, y las puertas eran
cerradas desde afuera. Con
suerte la instalaci�n sanitaria
era un cubo, pero usualmente
s�lo hab�a un agujero en el
suelo. Algunos eran
suficientemente afortunados para
tener literas de madera en sus
vagones. La mayor�a de las
veces, sin embargo, ten�an que
dormir entre sus paquetes en el
suelo sucio. Algunos eran
incluso m�s afortunados; sus
vagones ten�an una peque�a
estufa para la cual recib�an
ocasionalmente una miseria de
carb�n. Pero la mayor�a s�lo
pod�a agruparse y tratar de
compartir su calor corporal con
el de sus compa�eros
prisioneros. Encerrados adentro,
cincuenta a ochenta personas en
cada vag�n, esperaban a veces
por d�as hasta que el tren
estaba totalmente ensamblado.
Viajaban por semanas a un
destino desconocido sin alivio
del hacinamiento, sin
posibilidad de lavarse o estirar
sus piernas. Su nutrici�n diaria
era un trozo de pan y un taz�n
de sopa aguada de repollo.
Bas�ndose en los
archivos de General Sikorski se
ha descrito a los trenes y el
proceso de entrenamiento en "El
lado oscuro de la luna" de la
siguiente forma:
"Los trenes eran
muy largos, y parec�an tambi�n
extraordinariamente altos. Lo
�ltimo era porque estaban sobre
plataformas, y todo el tren era
visto desde el nivel del suelo.
M�s tarde, algunos trenes
polacos tambi�n fueron
empleados, pero los primeros
eran todos t�picamente trenes
rusos tra�dos para este
prop�sito; de color verde oscuro
con puertas que se un�an en la
mitad de vagones como cajas,
como lo hacen en los vagones del
metro. En cada uno de esos
vagones, muy altos, justo debajo
del techo hab�a dos diminutos
rect�ngulos rallados, las �nicas
ventanas y los �nicos espacios
por los que pod�a entrar aire o
luz una vez que las puertas eran
cerradas. La gran longitud de
los trenes en espera y en parte
fuera de la vista, era en s�
mismo terror�fico para la
imaginaci�n. Aquellos que ser�an
deportados eran tra�dos a las
estaciones fuertemente
vigiladas. La mayor parte subi�
a carros blindados, pero
tambi�n, cuando estos se
agotaron, subieron a trineos y
carros peque�os de campo con
forma de carretas, normalmente
utilizados para el acarreo de
esti�rcol.
Los techos de
los vagones ten�an nieve fresca
apilada pero el suelo estaba
pisoteado y sucio. Los trenes,
tras haber subido, con
frecuencia se quedaban all� por
d�as antes de partir, y las v�as
en que se encontraban quedaban
llenas de excremento y amarillas
y pantanosas de la orina que
corr�a fuera de los pisos.
Contra un fondo blanco, las
siluetas de los soldados NKVD
eran estrafalarias... Cada
soldado llevaba una bayoneta
fija a la punta de su rifle.
Inmensas multitudes de gente se
balanceaban hacia adelante y
hacia atr�s... Las familias eran
rotas todo el tiempo, maridos y
esposas separados, ni�os
empujados a una parte del tren
mientras sus padres eran
empujados a otra".
Uno cada diez
mor�a en el camino, primero los
ancianos y luego los enfermos,
despu�s los beb�s lactantes. Los
muertos eran arrojados fuera de
los vagones cuando el tren se
deten�a; si el clima lo permit�a
a veces eran enterrados
apresuradamente en la tierra.
Sus familias nunca ten�an la
posibilidad de enterrar a sus
seres queridos.
Las memorias de
sobrevivientes y miles de
informes en archivos alrededor
del mundo han testificado esta
destrucci�n sistem�tica y
planificada de la poblaci�n
polaca. Los l�deres pol�ticos y
militares, otros representantes
del estado polaco, maestros y
muchos miembros del clero fueron
inmediatamente arrestados cuando
llegaron los sovi�ticos. Los
oficiales pol�ticos que
acompa�aban al Ej�rcito Rojo
llevaron con ellos listas de
nombres que hab�an preparado por
adelantado.
Aquellos
arrestados eran tratados y
condenados al vasto Archipi�lago
Gulag, a menos que fuesen
ejecutados por decreto,
simplemente disparados en sus
celdas, o muriesen en marchas de
la muerte delante de las tropas
alemanas que avanzaban en 1941.
Otras v�ctimas fueron disparadas
en la nuca, como los oficiales
polacos de Katyn.
La masa de
soldados polacos tomados como
prisioneros de guerra, como las
familias deportadas, eran
sometidos a una hambruna
planificada. Mientras estaba a�n
en casa, Hank vio a los soldados
polacos demacrados construyendo
caminos. �l y su madre trataron
de ayudarlos cuanto pudieron.
Hank, su familia, y miles de
otros pronto experimentar�an
tambi�n el hambre. El
insuficiente suministro de
comida para los deportados
durante su transporte no puede
explicarse por pobre
organizaci�n. Sus raciones
hab�an sido fijadas bastante por
adelantado como todo lo dem�s:
el equipamiento, los trenes y el
personal requerido. En su
destino los refugios p�simos y
la falta de provisiones
adecuadas dieron la bienvenida a
los deportados.
Jan T. Gross
observ� que "la sustancia de
su experiencia era la lucha por
la supervivencia. Morir de fr�o,
excesivo calor, hambre, sed,
infestaciones, aire viciado,
suciedad o diarrea toma tiempo y
hace sucumbir a la gente por
etapas, mientras luchan. Algunos
sufren m�s, otros menos,
dependiendo del clima, y de lo
que el grupo que los atrap� les
permiti� traer de su hogar. Por
�ltimo, a la muerte para algunos
se sumaba el tormento de muchos
y la mera incomodidad de unos
pocos felices. Los deportados
eran torturados en serio; eran
verdaderamente destrozados".
Era temprano en
la ma�ana del 10 de febrero de
1940, y todav�a estaba oscuro
afuera. La madre de Hank
respondi� a los golpes en la
puerta. Dos soldados rusos con
bayonetas fijas y un hombre con
aspecto de funcionario vestido
de civil estaban en la puerta.
Se abrieron camino junto a ella
y ordenaron: "�Entren en la
cocina!". El oficial ten�a una
lista compilada por
simpatizantes sovi�ticos
locales. Ley� sus nombres: el de
la madre de Hank, el de Hank y
el de su hermana.
"Re�nan lo que
puedan cargar. Est�n listos en
media hora", orden�.
"Usted no est�
en la lista. Se puede quedar",
dijo a la abuela de Hank.
"Ir� con ellos",
respondi� ella.
La abuela de
Hank no estaba sorprendida.
Desde esa ma�ana cuando, de pie
en su cocina, el oficial ruso
hab�a dicho a la madre de Hank
"mejor al�jese", su abuela sab�a
qu� esperar. Como mujer joven
durante el reino del �ltimo zar,
hab�a escuchado sobre
transportes y exilio, sobre el
golpe en la puerta bajo el
amparo de la oscuridad y los
largos viajes a alg�n lugar en
Siberia. Ocasionalmente alguien
regresaba despu�s de a�os de
exilio. Ella cre�a firmemente en
que Dios la proteger�a. Gracias
a su sentido pr�ctico y su
habilidad para concentrarse en
la tarea a mano siempre supo qu�
hacer en un tiempo de crisis.
Casi instintivamente supo c�mo
actuar, no agresivamente, no
como una luchadora, sino con un
ingenio que la volv�a consciente
de las necesidades y
oportunidades ofrecidas por una
ocasi�n dada y aplicada a las
demandas de la situaci�n. En
otras palabras, ella se hizo
cargo.
Se dijo a los
ni�os que se vistieran r�pido y
tan abrigadamente como fuese
posible. Le dijo a la madre de
Hank qu� empacar: ropas, ropa de
cama y toda la comida que
pudieran cargar. La madre de
Hank sigui� sus instrucciones
mec�nicamente. Ella extendi� una
s�bana en la que echaban todo.
Dej� las almohadas atr�s: ropa y
utensilios de cocina eran m�s
importantes.
Su abuela tom�
el molino de caf�. Aunque no
esperaba que hubiese ning�n caf�
para moler, sab�a que le
encontrar�a un uso. Envolvieron
el pan que ten�an reci�n
horneado para la siguiente
semana; ya no ten�an carne, y
las patatas o productos
enlatados eran demasiado pesados
para cargarlos. No hab�a lugar
ni tiempo para lo no esencial,
pero tomaron consigo unas pocas
fotograf�as. Hank trajo su libro
favorito sobre la naturaleza y
su reloj de pulsera. �Su libreta
de ahorros? No, no hab�a
necesidad de ella, aunque
todav�a ten�a 38 zloty en su
cuenta. Su hermana se sent� en
una silla en la cocina llorando
silenciosamente. Todo esto
ocurr�a bajo los ojos de los
soldados rusos. Estaban de pie y
observaban; ninguno de los
soldados ofreci� ayuda, pero de
vez en cuando uno dec�a: "Lleven
lo que necesiten, pero lleven
s�lo lo que puedan cargar".
Hank sali�
furtivamente. Los guardias no le
prestaron ninguna atenci�n.
Quer�a decir adi�s a una ni�a de
al lado, una compa�era del
colegio. Era una de siete ni�os
en la familia, ten�a la espalda
muy deformada y Hank siempre la
ayudaba con particular afecto.
Como hab�a hecho muchas veces
antes, se arrastr� a trav�s de
un agujero en la valla y pas�
unos pocos arbustos para llegar
a su casa. Pero la casa estaba
oscura y nadie respondi� a su
llamado. "Podr�a huir y
esconderme como pap�", pens�
Hank, pero sinti� que no pod�a
dejar a su madre o hermana. Y
entonces regres� a casa.
Media hora es un
corto tiempo en el cual reunir
lo necesario y despedirse del
hogar. Pronto ruedas crujientes
y el ruido de cascos se
aproximaron a su casa, luego se
detuvieron repentinamente. Un
caballo resopl�. Los soldados
les dijeron que tomaran sus
cosas y dejaran la casa. Afuera
oyeron sollozos y lamentos
tenues. Un ni�o peque�o estaba
llorando. En frente de la casa
se encontraba un carro tirado
por caballos, requisado de un
granjero cercano. Dos familias
ya estaban sobre �l. Los
soldados ayudaron a Hank y su
familia a subirse al carro y
arrojaron sus paquetes despu�s
de ellos.
Cuando el carro
comenz� a andar Hank mir� atr�s
hacia su casa. Quiz�s alg�n d�a
podr�a regresar. Esper� que los
vecinos orde�aran a la vaca.
El viaje a la
estaci�n de trenes fue corto. Su
carro rod� por una rampa, se
sacudi� y golpe� a trav�s de las
v�as y se detuvo en el lado m�s
apartado. Un largo tren de
vagones de carga estaba
custodiado por soldados armados.
Hicieron que Hank y su familia
subieran en uno de los vagones
con sus paquetes de ropas y ropa
de cama. Bastante gente hab�a
llegado antes que ellos. La
mayor�a se sentaba
silenciosamente sobre sus
pertenencias, algunos miraban al
suelo, otros sollozaban. Algunos
pocos lloraban y continuaron por
un tiempo, pero pronto se
quedaron silenciosos tambi�n.
Hank y su
familia pusieron sus cosas en
una esquina vac�a y se sentaron
encima. Su hermana enterr� su
rostro entre los pliegues de la
chaqueta de su madre. Nadie
habl�. Aquellos que llegaron
despu�s ten�an que arreglarse
con un espacio abierto en el
centro. Eventualmente 78 de
ellos se hacinaron juntos en el
vag�n de carga sin espacio
sobrante. Excepto dos ancianos
de Busk, todos eran mujeres y
ni�os. Uno de los hombres era un
maquinista, el otro, un
fabricante de herramientas. No
hab�a literas ni paja. Alguien
sac� un hacha y comenz� a abrir
un agujero en el suelo.
Necesitaban un retrete. Al
comienzo la gente volv�a las
espaldas cuando alguien ten�a
que usarlo, pero a medida que
pasaba el tiempo una mirada
perdida en la distancia prove�a
al menos una apariencia de
privacidad. Ese fue s�lo el
primer paso en la continua
degradaci�n de sus vidas.
Cuando los
carros de carga estuvieron
llenos con el n�mero designado
de personas, la puerta fue
cerrada de un golpe y trabada
con una barra de hierro desde
afuera. Esto defini� al resto
del d�a para los cautivos.
"El golpe de la
puerta cerr�ndose y el sonido
met�lico de la barra al caer en
su lugar fue el sonido m�s
terrible. Todos gritamos",
recordar�a Hank v�vidamente.
Su espantoso d�a
hab�a comenzado con los gritos y
el fuerte golpe en la puerta
antes del amanecer. Ahora hab�a
terminado as�; a pesar de que la
luz del d�a a�n se filtraba a
trav�s de la ventana peque�a,
rallada, que era su �nica
conexi�n con el mundo exterior.
Eran
prisioneros. La afrenta y la
injusticia de todo esto
afectaron a Hank. Lo pusieron
furioso. M�s tarde, cuando
alguien le ped�a que
identificara el momento en que
se hizo consciente de su odio
por los sovi�ticos, escoger�a
ese preciso momento.
Por tres d�as el
tren de Hank se quedar�a en la
estaci�n esperando que se
alcanzara su cuota de
prisioneros. Por tres d�as no
recibieron ni comida ni agua.
Escuchaban a otra gente llegar y
vieron a algunos de ellos a
trav�s de la peque�a ventana;
escucharon otras puertas de
vagones cerr�ndose. De vez en
cuando otro vag�n se a�ad�a al
tren y una sacudida los sacaba
de su aturdimiento.
En
una ocasi�n una voz de mujer
llam� desde afuera y una mujer
joven en el vag�n se puso de pie
y pas� a su reci�n nacido a
trav�s de la ventana de barrotes.
El beb� era tan peque�o como
para pasar a trav�s del espacio
entre dos barras de hierro. Hank
entrevi� a una mujer corriendo a
trav�s del campo con el beb� en
sus brazos. Entonces alguien lo
apart� y le cubri� los ojos.
Escuch� gritos, luego un
disparo. Pronto el beb� fue
pasado nuevamente a trav�s de
las barras a su madre. Hank no
recuerda el tiempo que
sobrevivi�. Su hermana, entonces
de cinco a�os de edad, ser�a una
de los ni�os m�s peque�os en su
grupo que dejar�a viva la Rusia
Sovi�tica. Y ella estaba lejos
de ser la ni�a m�s joven en ese
tren.
Finalmente el
tren comenz� a andar. �Hacia
d�nde? Nadie les dijo. �Por
cu�nto tiempo? Nadie sab�a, y
los guardias no respond�an
ninguna pregunta. Sentados o de
pie, a�n estaban atontados por
el cambio repentino en sus
vidas. La negaci�n no era
posible, aunque algunos habr�n
intentado consolarse pensando
que esto ser�a un mal sue�o del
cual pronto se despertar�an. El
balanceo del vag�n en
movimiento, el golpe r�tmico de
las ruedas, los sonidos y olores
de sus ocupantes, la
imposibilidad de estirar los
miembros entumecidos sin
amontonarse con el vecino,
forzaban la realidad de su
situaci�n en su consciencia a
cada paso. �Qu� les pasar�a?
Cruzaban muy pocas palabras
entre ellos.
Su nuevo entorno
aterroriz� a Hank. Se sinti�
perdido. Extra�aba a su padre.
�A d�nde habr�a ido? Pensar en
�l llenaba a Hank de aprensi�n y
miedo.
Pronto tambi�n
lleg� la muerte. Se desliz� con
los gemidos de los enfermos y se
qued� con ellos a trav�s de su
lucha final por respirar.
Cubriendo los ojos de Hank con
sus manos o sus abrigos, su
madre o abuela trataban de
protegerlo lo m�s posible de la
muerte y los moribundos y de ver
a los soldados sacando los
cuerpos. Pero no pod�an cerrar
sus o�dos a los sollozos, el
llanto y las oraciones de la
familia de los fallecidos. Hank
pronto tuvo consciencia de que
la muerte ser�a su compa��a
constante. Esto s�lo profundiz�
su preocupaci�n por su padre. Su
hermana permaneci� silenciosa y
continu� escondiendo su rostro
en el abrigo de su madre o su
abuela. Su madre trat� de
mantener la compostura, pero las
l�grimas en sus ojos mostraban
su tristeza, una tristeza que
Hank no pod�a evitar pero
notaba. Dando palabras a su
desesperaci�n, muchos dijeron:
"Esto es el fin. No tenemos
salida". La abuela de Hank
estaba aparte. Ella era la
excepci�n. Era su roca. "Recemos
para pasar por esto", dec�a.
Primero se
comieron lo que hab�an tra�do,
hasta detenerse en Kiey, tras
cuatro d�as de viaje y a unas
250 millas al este, donde les
dieron comida: una sopa liviana
que conten�a unas pocas hojas de
col, una pieza de patata aqu� y
all�, y un poquito de cebada.
Tambi�n les dieron una peque�a
pieza de pan grueso y pesado. El
tren se hab�a detenido en la
v�a. Cuando las puertas se
abrieron vieron las c�pulas de
una iglesia ortodoxa. Muchos
empezaron a llorar, otros
rezaron. Algunos comenzaron a
cantar un salmo y pronto todos
se unieron.
Desde entonces,
cada ma�ana y cada noche se
deten�a el tren, las puertas
eran destrabadas, se porcionaba
la sopa aguada con un peque�o
pan y agua, y los guardias
sacaban los cuerpos de los que
hab�an muerto desde la �ltima
parada. El hambre y la muerte
eran constantes, pero peor
todav�a era la incertidumbre y
la preocupaci�n por el futuro.
Con fr�o, hambre
y casi asfixiados por el olor de
los cuerpos sin lavar,
transcurri� d�a tras d�a,
mon�tonamente, a trav�s de las
tierras llanas de Rusia
oriental. En una ocasi�n alguien
dijo: "Hemos cruzado el Volga".
M�s tarde vieron monta�as. A�n
despu�s el tren pas� a trav�s de
una interminable extensi�n de
bosques. Pocos prestaron
atenci�n, adormecidos a su
entorno, insensibles al tiempo.
Gracias al esp�ritu de
resistencia de su abuela y su
propio sentido creciente de
resistencia, de aventura
incluso, en la profundidad de su
alma Hank estaba convencido de
que Dios cuidar�a de �l y que
alg�n d�a podr�a salir de Rusia.
A medida que la convicci�n se
profundizaba, el miedo lo
abandonaba. "No hay nada m�s que
temer. Ya se han llevado todo.
No hay nada que puedan hacerme",
se dec�a a s� mismo.
�Hab�an viajado
dos semanas? �O tres? �Era el
fin de febrero o ya uno de los
primeros d�as de marzo? Hab�an
perdido toda traza de tiempo. Un
d�a, el tren se detuvo y no
comenz� otra vez: hab�an llegado
al final de la v�a. Profunda
nieve cubr�a todav�a el suelo.
Era Siberia�.
Hasta aqu� llega
la reproducci�n del relato del
traslado. Pero �qu� encontraban
entonces, una vez en el lugar de
destino?
Al llegar, los
deportados eran alojados en
campos especiales. El NKVD
decid�a las condiciones de vida,
los deberes y limitaciones de
los colonos y los castigos por
las "ofensas". Como norma
general, en cada asentamiento
viv�an entre 100 y 500 familias.
Seg�n las regulaciones, cada
familia ten�a el derecho a un
cuarto separado o lugar en una
barraca de unos min�sculos 3 m2
de espacio por persona. Sin
embargo, en realidad ni siquiera
les conced�an eso, y no se
obedec�a ninguna regla de
humanidad hacia las v�ctimas.
El
NKVD, como es l�gico, conoc�a
bien las verdaderas condiciones
de vida de la gente. En junio de
1940 el Comit� del Krasnoyarski
Kray (Siberia) dio esta
informaci�n: "Hasta ahora no
existen condiciones normales de
vida para los deportados. Las
familias alojadas en barracas
comunales est�n muy hacinadas,
pobremente suministradas con
comida (incluso lo que respecta
a las necesidades b�sicas) y el
cuidado m�dico para ellos es
escaso, lo que conduce a
enfermedades epid�micas".
Beria tambi�n inform� a Stalin
que "en todos los posioleks
de Altay Kray las barracas no
est�n preparadas para el
invierno: hay carencia de
estufas y ventanas sin vidrios".
Seg�n un oficial del NKVD de la
Rep�blica Aut�noma Komi, en
todos los campos los centros
m�dicos no ten�an medicinas de
ning�n tipo. Reportes similares
fueron enviados de otras
regiones.
En tales
condiciones, surgieron todo tipo
de enfermedades end�micas
diferentes mientras que el
escorbuto y la ceguera nocturna
eran comunes debido a la falta
de vitaminas. Una causa m�s de
padecimiento era que en las
barracas se hac�a muy dif�cil
mantener condiciones de higiene
m�nimas porque por a�os todo
tipo de insectos se hab�an
multiplicado all�, otro de los
problemas graves de los que las
autoridades se desentend�an.
Seg�n la
legislaci�n sovi�tica todos los
ni�os deb�an ir al colegio, pero
como queda claro en una carta
escrita en julio de 1940, por V.
Potemkin, el Comisario de
Educaci�n a A. Y. Vyshinsky,
vicepresidente del Consejo de
Comisarios del Pueblo, de 510
ni�os deportados en la regi�n
Chelyabinsk s�lo 256 (casi la
mitad) estaban en el colegio
porque no exist�a lugar para el
resto. En la regi�n Gorky era
peor porque ni uno de los 827
ni�os estaba en el colegio
debido a falta de acomodaci�n
apropiada. Y esto es grave,
considerando que las condiciones
que se buscaban eran baj�simas.
En los casos en
que hab�a espacio, los ni�os
eran forzados a asistir a clases
o recib�an castigos que inclu�an
el encierro y negaci�n de
comida. Los ni�os que no iban a
estudiar por falta de cupo
ten�an que trabajar como los
adultos, y si eran muy peque�os,
recib�an una raci�n m�nima que
les manten�a al borde de la
inanici�n.
Aunque los
informes oficiales admit�an
escaseces y carencias en
diferentes niveles, todav�a
estaban a mucha distancia de la
realidad. Las verdaderas
condiciones de los deportados
eran considerablemente m�s
graves y las empeoraban los
malos tratos que los agentes
daban a sus v�ctimas. Todo esto
ha sido testificado en numerosas
memorias publicadas por aquellos
que sufrieron esas experiencias.
Las condiciones inhumanas, de
congelaci�n severa, hambre y
trabajo excesivo causaban altas
tasas de muerte a pesar de que
la gente intentaba ayudarse
entre s� tanto como pod�a.
Las posesiones
que hab�an tra�do con ellos de
su hogar con frecuencia eran
cambiadas por comida y, durante
el verano, suplementaban sus
escasas provisiones � siempre
que les era posible � con bayas
y setas reunidas en los bosques.
En los archivos
de la Instituci�n Hoover sobre
Guerra, Revoluci�n y Paz en la
Universidad de Stanford se
encuentran innumerables
documentos testimoniales sobre
la vida antes, durante y despu�s
de la deportaci�n. Aqu�
reproducimos s�lo dos, descritos
por ni�os que vivieron esta
desgracia, para completar en la
mente del lector una imagen m�s
clara de lo que signific� todo
esto en las vidas de los
millones de personas que lo
padecieron. En este caso el ni�o
se llamaba Tadeusz S. y ten�a
trece a�os cuando le toc� vivir
esto:
�Cuando los
sovi�ticos nos invadieron mi
mam� se asust� mucho y pap� fue
llevado a cautividad. Tras una
enfermedad que dur� un mes mam�
muri�. Cuando se hicieron su
casa en Polonia comenzaron a
destruir estatuas, cruces y
ordenaron a la gente rezar al
rifle porque es tambi�n una
herramienta de muerte. El 10 de
febrero de 1940 a las 2 de la
ma�ana vinieron a nuestro
apartamento y a punta de fusil,
sin ninguna raz�n, nos llevaron
a Rusia en el tren que estaba
lleno de gente que estaba
muriendo de hambre y fr�o.
En el
asentamiento trabajamos en las
minas 12 horas al d�a. En las
minas hab�a agua y las ropas
estaban podridas en una semana
tras 12 horas de trabajo diario.
Ten�amos que hacer cola con los
pies descalzos en el fr�o. En
las barracas hab�a chinches,
cucarachas y bichos de todos
tipos. Las estufas estaban
desbaratadas.
Tras tanto
trabajo la gente se convert�a en
esqueletos y cuando tuvimos la
amnist�a la gente se dispers� a
varios lugares y yo con mi
familia nos fuimos al kolj�s y
all� trabajamos d�a y noche
porque hac�a mucho calor y no
nos daban pr�cticamente comida,
s�lo lo que pod�amos reunir en
los campos. Con esa dieta mi
hermano muri� sin nadie que lo
enterrara as� que yo lo enterr�
sin ata�d e incluso sin traje
porque s�lo ten�amos uno para
los dos.
Despu�s de ese
sufrimiento escapamos con mi
hermana porque pap� se fue al
Ej�rcito Polaco que estaban
formando y caminamos 200
kil�metros a pie descalzo a
trav�s de monta�as sobre piedras
afiladas, con 40� C de calor y
sin agua. En la estaci�n en que
esper�bamos un tren fuimos
robados y todo lo que nos qued�
fue una lata que hab�a tenido
leche que encontramos en la
basura y que us�bamos como taza
para tomar�.
Y otro
testimonio infantil que nos
ayudar� a ver a�n otros aspectos
del mismo sufrimiento extremo:
�En el koljoz a
donde nos llevaron y a otras
tres familias trabaj�bamos en la
plantaci�n de algod�n. Ten�as
que trabajar doce horas al d�a y
produciendo la norma asignada
ten�amos 200 gramos de harina de
arroz. Adem�s de eso no
consegu�amos nada m�s, como
comida, lo mismo para ropas y
dinero.
La actitud del
pueblo local (Uzbekos) era muy
hostil. No hac�an diferencia
entre nosotros y los rusos y se
desquitaron con nosotros porque
los Bolcheviques les hab�an
quitado su grano y ganado y por
deportar a sus hijos para
trabajar. Por todo esto las
condiciones de vida eran muy
duras.
Un kilo de
harina de trigo costaba 156
rublos, un kilo de sal 35
rublos, un precio privativo,
porque con los precios del
gobierno s�lo los trabajadores
fabriles pod�an comprar 600
gramos de pan de centeno (85
kopecks por kilo) por d�a.
Adem�s viv�amos en chozas bajas
de barro y paja, sin ventanas.
La �nica luz que entraba era a
trav�s de la puerta, y en lugar
de una estufa hab�a un hogar que
dejaba salir el humo a trav�s de
un agujero en el techo. En estas
circunstancias las condiciones
de salud eran muy desagradables.
Debido a la
falta de comida aparecieron
varias enfermedades, como fiebre
ent�rica, disenter�a y sobre
todo malaria. Durante mi estad�a
en el koljoz nunca vi a un
doctor. Y en los hospitales del
gobierno, la gente mor�a
principalmente de hambre y no de
enfermedades. De las familias
que estaban con nosotros en el
mismo koljoz los siguientes
murieron: toda la familia
Woloszyn, padre, madre y dos
hijos grandes. En la familia
Worotylek (ucranianos) murieron
seis personas. La suerte salv� a
una ni�a de 8 a�os, Hela, de
quien se hizo cargo despu�s la
agencia del gobierno polaco. En
la familia Misiewivz murieron el
padre y Franek, de diecisiete
a�os.
Mi padre sali� a
buscar hongos y lo mataron s�lo
porque ten�a puestas botas
nuevas. Mam� muri� dej�ndome a
m� y cuatro hermanas en el
koljoz. Todos estos recuerdos
desagradables y dolorosos me
atan al "para�so sovi�tico".
Cuando algunas
categor�as de deportados fueron
al fin readmitidas en su tierra
natal y se les entregaron
permisos de retorno, a�os m�s
tarde, los sobrevivientes
seguir�an encontrando nuevas
dificultades. La lituana Jane
Meskauskaite cuenta que la vida
no era f�cil para quienes
sobrevivieron y regresaron a su
tierra. Ella pudo retornar en
1958. "Nos pon�an en una
situaci�n imposible. El gobierno
requer�a que nos registr�ramos
con la municipalidad local o
afront�ramos una deportaci�n
renovada. Para registrarnos
necesit�bamos un empleador, pero
nadie tendr�a la valent�a de dar
trabajo a antiguos deportados.
Yo viv� y trabaj� ilegalmente
por muchos a�os con la ayuda de
parientes", cont�.
En su propia patria -
quienes tuvieron la fortuna
de regresar - eran tratados
como ciudadanos de segunda
categor�a, se desconfiaba de
ellos porque el r�gimen
incentivaba la creencia de
que hab�an merecido su
anterior expulsi�n, y no les
quedaba nada de lo que
pose�an antes de la misma.
As�, para muchos conseguir
trabajo era muy dif�cil y
las condiciones de
alojamiento y adquisici�n de
alimentos se convertir�an en
una lucha diaria por la
supervivencia.
[1]
"Exiliado a Siberia". Klaus
Hergt.
Crescent Lake Publishing. 2000.
p�gs. 84-93.
[2]
Los di�logos y las escenas no
son ficticios, sino que el autor
simplemente relata
cuidadosamente los recuerdos
exactos del protagonista.
[3]
Casa
de campo, destinada en general
para uso vacacional (n. de t.).
[4]
De hecho, muchas personas que
huyeron de los ocupantes nazis y
fueron a buscar refugio a la
zona de ocupaci�n sovi�tica se
encontraron con que eran mal
recibidos, como posibles
�esp�as� o colaboradores del
enemigo, y deportados por tanto
a Siberia, aunque fuesen
absolutamente inocentes.
[5]
El NKVD pose�a informaci�n
detallada de cada miembro de la
familia a deportar. Hubo casos
en que los hijos mayores estaban
en el colegio y eran llevados al
punto de transporte donde hab�an
reunido a la familia. Aunque
hubo tambi�n casos en que los
ni�os que estaban ausentes de su
hogar en el momento de la
deportaci�n fueron retenidos
algunos d�as o incluso semanas y
luego deportados a lugares
diferentes a los de su familia.
[6]
Los deportados eran
transportados a los puntos de
recolecci�n en las estaciones, a
veces a una docena de kil�metros
de distancia, y luego eran
ubicados en trenes especialmente
tra�dos para estos efectos,
hasta completar la cuota
requerida desde Mosc�. Cuando
esa cifra no era alcanzada
porque mucha gente hab�a huido
ante el rumor de la inminencia
de una posible deportaci�n, por
ejemplo, era frecuente que los
agentes la completasen con gente
que simplemente ten�a la
desgracia de pasar justo en ese
momento por all�.
[7]
Tambi�n se usaban trenes de
carga de mercader�a. Seg�n
Valentina Sturza, quien fuera
una de las v�ctimas entonces y
en la actualidad es cabeza de la
Asociaci�n de antiguos
deportados y prisioneros
pol�ticos de Moldavia: "Cargados
en vagones de ganado, en
condiciones inhumanas, la
mayor�a de los deportados fueron
enviados a las fr�as tierras de
Siberia y nunca regresaron a
casa" ("Moldavia recuerda
deportaciones de la era
sovi�tica". Corneliu Rusnac.
Associated Press WriterTue. 13
de junio de 2006).
[8]
Este �men�� pod�a tener algunas
ligeras variantes, pero siempre
era insuficiente y poco
nutritivo. Adem�s, es frecuente
encontrar relatos que
testimonian que en muchas
ocasiones las autoridades
decid�an darles alimentos en mal
estado.
[9]
Ha habido muchas separaciones
familiares forzadas durante la
preparaci�n de la deportaci�n.
Una de las m�s habituales era la
decisi�n de separar a la cabeza
de familia, envi�ndola a otro
territorio. Por ejemplo, era
frecuente que el padre fuese a
Siberia, mientras que su mujer e
hijos eran enviados a Kazajst�n.
Los pr�ximos deportados iban a
la estaci�n de trenes
desconociendo este nuevo horror
que les esperaba, y las escenas
en la v�a del tren eran
desgarradoras, seg�n el relato
de los testigos o las mismas
v�ctimas que sobrevivieron y
luego han podido contar su
experiencia. En los Pa�ses
B�lticos, por ejemplo, la orden
Nro. 001223 (respecto al
procedimiento de deportaci�n de
elementos antisovi�ticos de
Lituania, Letonia y Estonia.
(Estrictamente secreto).
Comisario del Pueblo Adjunto de
Seguridad P�blica de la URSS.
Comisario de Seguridad P�blica
de la tercera Fila (firmado):
Serov) dec�a as�: "en vista
del hecho de que gran n�mero de
deportados deben ser arrestados
y distribuidos en campos
especiales y que sus familias
deben proceder a asentamientos
especiales en regiones
distantes, es esencial que la
operaci�n de remoci�n tanto de
la familia de los deportados
como su cabeza se realice
simult�neamente, sin
notificarles de la separaci�n
confront�ndolos... La escolta de
toda la familia a la estaci�n
debe efectuarse en un veh�culo y
s�lo en la estaci�n de partida
debe colocarse a la cabeza de la
familia separadamente de su
familia en un carro
especialmente destinado para
cabezas de familia�.
[10]
Las instrucciones de deportaci�n
no respetaban ning�n estado de
los que figuraban en las listas.
As�, no importaba que fuesen
personas enfermas, o mujeres
embarazadas a punto de dar a
luz. Eso �ltimo provoc� que
muchas veces los ni�os nacieran
en los vagones, y su posibilidad
de supervivencia era
pr�cticamente nula.
[11]
"Limpieza �tnica de Stalin en
Polonia Oriental: Deportaciones
a la Uni�n Sovi�tica.
Historias de los deportados.
1940-1946". Londres :
Association of the Families of
the Borderland Settlers.
2000.
[12]
Ib�d.
[13]
Documento Nro. 87. PGC/Box 119.
TADEUSZ S. Born 1927. Condado
Wilejka. Wilno voivodeship. "La
guerra a trav�s de los ojos de
los ni�os". Volumen de ensayos
de ni�os polacos deportados a la
Uni�n Sovi�tica en la Segunda
Guerra Mundial. Hoover Archival
Documentaries. Editado y
compilado por Irena Grudzinska-Gross
y Jan Tomasz Gross.
[14]
Documento Nro. 14. PGC/BOX 118.
Adam R. Nacido en 1927. Condado
Lesko. Lw�w voivodeship. "La
guerra a trav�s de los ojos de
los ni�os". Volumen de ensayos
de ni�os polacos deportados a la
Uni�n Sovi�tica en la Segunda
Guerra Mundial. Hoover Archival
Documentaries. Editado y
compilado por Irena Grudzinska-Gross
y Jan Tomasz Gross.